Marí­a Magdalena, sí­mbolo de Semana Santa


Marí­a Magdalena, según inspiración del pintor José de Ribera.

En los últimos años la figura de Marí­a Magdalena ha tenido un mayor auge, especialmente por las recientes teorí­as que intentan demostrar sentidos «ocultos» de esta santa. Sin embargo, pese al debate, ella siempre ha tenido un culto especial, aunque no siempre es visible.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Representación de Tiziano del

De acuerdo con las últimas teorí­as, se intenta demostrar que Marí­a Magdalena fue esposa, o al menos compañera sentimental de Jesús, y que ello le darí­a a esta santa la facultad de representar el signo feminista de la Iglesia Católica, el cual habrí­a sido ocultado; también se ha hablado de una supuesta descendencia de Jesús a través de Marí­a Magdalena.

Recientemente, Dan Brown volvió a revivir esta polémica con su libro «El Código Da Vinci» (2003), donde se perfila al genio renacentista como pieza clave para entender el verdadero papel de Magdalena en la historia del Cristianismo.

Sin embargo, nada de ello parece estar documentado en los evangelios, ni los canónicos ni los apócrifos, por lo cual nadie se ha atrevido a asegurar que hubo boda entre Jesús y Magdalena, y mucho menos que hubo existencia.

Pese a elo, los argumentos que se esbozan para esta teorí­a se basan en el evangelio apócrifo de Felipe, donde se expresa que Magdalena era «compañera» de Jesús y que tení­a una reación más cercana con í‰l que con los apóstoles.

En los evangelios apócrifos, Marí­a Magdalena es, aparte de la Virgen Marí­a, la mujer que más veces aparece mencionada. Incluso, participa en momentos fundamentales de la vida de Jesús, como estar al pie de la cruz en el momento de su muerte, además de ser la primera en verlo resucitado.

También, se cree que, para salvar las apariencias sociales, Jesús pudo haber contraí­do matrimonio con Marí­a Magdalena, para que no se viese mal el hecho de que fuera un hombre de 30 años y soltero. Sin embargo, se sabe que los rabinos de la época de Jesús solí­an ser solteros, tal como lo fue Juan el Bautista.

Simbolismo

Según sus apariciones en la Biblia, Marí­a Magdalena alojó y ofreció abastos a Jesús y sus discí­pulos cuando éstos andaban en Galilea (Lucas, 8, 2): «Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habí­an sido curadas de enfermedades y espí­ritus malignos: Marí­a, llamada Magdalena, de la cual habí­an salido siete demonios».

Ha habido confusión en sus supuestas apariciones, pues se refiere que ella habrí­a sido la mujer adúltera que Jesús rescató de ser apedreada o que ella fue quien le lavó los pies con perfume y se los secó con su cabellera. Pero de esto no se tiene certeza. Cuatro evangelistas, refieren que estuvo al pie de la Cruz en el momento de la muerte de Jesús, Marcos 15:45-47; Mateo 27:55-56 y Juan 19:25.

También se refiere que fue la primera que vio a Jesús Resucitado, y que fue ella quien dio aviso a los apóstoles (Mt 28:1-5, Jn 20:1-2, Mc 16:1-5, Lc 24:1-10). Cuando lo vio, Jesús le dijo «Noli me tangere», que significa «No me toques», pasaje que contrasta con la posterior aparición a Santo Tomás, ya que Marí­a Magdalena creyó sin tocar, y Santo Tomás no creyó hasta que introdujo su dedo en las llagas.

Alrededor de Marí­a Magdalena, quien claramente se le identifica como prostituta antes de conocer a Jesús, la historia de la Biblia utiliza a este oficio como una representación del pueblo de Dios cuando no obedece las leyes divinas; es decir, se prostituye cuando no atiende a Dios. Profetas, patriarcas, jueces, entre otros, recibieron misiones para que fueran con prostitutas; incluso, algunos profetas se casaron con una, lo cual representaba el acercamiento de Dios con su pueblo.

Para la Magdalena


– Buenos dí­as (dijo Marí­a Magdalena).

– Buenos dí­as, Marí­a -me respondió Jesús.

Luego me miró. Sus ojos negros vieron en mí­ lo que no vio hombre alguno antes que él. Ante sus miradas me sentí­ como desnuda y sentí­ vergí¼enza de mí­ misma. No habiéndome dicho, entretanto, más que ese «buenos dí­as, Marí­a», le dije:

– ¿Quieres venir a mi casa?

– ¿No estoy ahora acaso en tu casa? -replicó.

No comprendí­ sus palabras en aquel momento, pero ahora sí­ que las entiendo.

– ¿Quieres compartir conmigo mi vino y mi pan? -insistí­.

– Sí­, Marí­a, pero no ahora.

«Pero no ahora, no ahora», así­ me dijo. En estas palabras habí­a la voz del océano, del huracán y del bosque. Y cuando me las dijo, hablaron simultáneamente la Vida con la Muerte.

Acuérdate, amigo mí­o, y no te olvides, que yo estaba muerta; que era una mujer que se habí­a divorciado de sí­ misma y viví­a lejos de este Yo que hoy ves en mí­. Habí­a sido poseí­da por todos los hombres sin ser de ninguno. Me llamaban mujer libertina y decí­an que tení­a siete demonios. Todos me maldecí­an y todos me envidiaban; pero cuando el atardecer de sus ojos alboreó en los mí­os, desaparecieron y se apagaron todos los astros de mis noches y me volví­ Marí­a, únicamente Marí­a: una mujer que se habí­a extraviado sobre la tierra que conocí­a, para luego encontrarse a sí­ misma en nuevos mundos. Y volví­ a insistir.

– Ven a mi casa y comparte mi pan y mi vino.

– ¿Por qué insistes que yo sea tu huésped? -respondió.

Y le contesté.

– Ruego de que entres en mi casa.

Mientras yo le hablaba, sentí­a que todo lo que tení­a de la tierra y del cielo se reuní­a en mis palabras y en mis súplicas. Entonces me observó fijamente, y sobre mi espí­ritu alumbró la luz de sus ojos. Y me dijo:

– Tú tienes muchos amantes, en cambio soy yo el único que te ama. Los demás hombres se aman a sí­ mismos a tu lado, pero yo quiero y amo tu alma. Los demás hombres ven en ti una beleza que se marchita antes de la terminación de sus años, pero la hermosura que yo veo en ti no se marchitará jamás. En el otoño de tus dí­as no temerá aquella Belleza mirarse a sí­ misma en un espejo, y nadie podrá acusarla ni denigrarla. Sólo yo amo lo que es invisible en ti. Todos los hombres se aman a sí­ mismos a tu lado, mas yo sólo te amo para tu salvación.

Khalil Gibrán

Con Jesús


Acércate a su puerta y llama si te mueres de sed,

si ya no juegas a las damas ni con tu mujer,

sólo te pido que me escribas, contándome si sigue viva la virgen del pecado,

la novia de la flor de la saliva, el sexo con amor de los casados.

Dueña de un corazón, tan cinco estrellas,

que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella.

Y nunca le cobró, la Magdalena.

Si llevas grasa en la guantera y un alma que perder,

aparca junto a sus caderas de leche y miel,

Entre dos curvas redentoras

la más prohibida de las frutas que espera hasta la aurora.

Joaquí­n Sabina