Los invisibles nos ven. Los olvidados nos recuerdan. Cuando nos vemos, los vemos. Cuando nos vamos, ¿se van?
A la derecha de la entrada principal del Cementerio General, en el mausoleo que la Universidad de San Carlos de Guatemala construyó para depositar los restos del ex presidente Jacobo írbenz Guzmán, se enterraron el pasado lunes las cenizas de María Cristina Vilanova viuda de írbenz.
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Nacida en San Salvador en 1915 y perteneciente a una de las principales familias del país vecino, María Cristina se desvió del camino que seguramente se le había planificado dentro de la oligarquía centroamericana y, el matrimonio con el entonces subteniente írbenz Guzmán la trajo a nuestro país para jugar un papel importante dentro de la política nacional.
Revolución pequeñoburguesa, o como quieran llamarle a la Revolución del 20 de Octubre de 1944, este movimiento que aglutinó a militares, intelectuales, estudiantes, profesionales y ciudadanía en general, marcó definitivamente la historia de nuestro país. Nos demostró, por un lado, la posibilidad real de plantear la solución a uno de los principales problemas que afectaba el desarrollo integral de la población a finales de la primera mitad del siglo pasado, y en la actualidad condena a miles de personas, sobre todo indígenas, a la pobreza y miseria: la acumulación excesiva de la tierra en pocas manos.
No cabe duda que unos de los principales protagonistas de este hito en la revolución de «Nuestra América» fue Jacobo írbenz Guzmán; sin embargo, dentro del movimiento revolucionario, María Cristina Vilanova incidió de manera sobresaliente en las políticas que el Gobierno implementaba con el objetivo de eliminar la desigualdad económica, política y social en Guatemala. Parece que no fue por gusto que la insidiosa e entrometida CIA le reconoció una postura política a la izquierda más radical que la de su esposo.
A la oligarquía recalcitrante de nuestro país y al Gobierno estadounidense, la propuesta del Decreto 900 de Reforma Agraria fue demasiado. Bajo el calificativo de «comunistas», como si fuera algo en contra de la naturaleza humana luchar por la igualdad entre la población, írbenz y Vilanova tuvieron que abandonar el país. Los «liberacionistas» entraron con el Cristo Negro como estandarte y el país se sumergió nuevamente en la tiranía militar, terrateniente y oligárquica que nos mantiene en la pobreza hasta nuestros días.
El pasado lunes, algunas personas acompañamos a María Cristina Vilanova en su último viaje desde el Salón Mayor del MUSAC hasta el Cementerio General. Fue un gesto de gratitud por su lucha como mujer revolucionaria. Lástima, mientras la derecha suena campanas y marchas fúnebres cuando mueren sus estrategas y voceros, la izquierda de este país no ofreció la atención debida a María Cristina, como si no hubiera hecho mucho por nuestro país.