María Albertina Gálvez García


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Hoy 29 de agosto de hace cuarenta y seis años, una estrella vino por ella para que le hiciera compañía en el espacio infinito. En los brazos de un ángel se perdió ante nuestra vista. Nos dejó su bella imagen, el ejemplo de su vida y su obra humanista e intelectual.

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POR MARIO GILBERTO GONZÁLEZ R.

En la presentación que hizo de ella, la Licda. Margarita Carrera de Wever, en el acto solemne, cuando la Facultad de  Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, le otorgó el Diploma de Emeritisum, reconoció que  era “alta representante de nuestras letras patrias.” Y dijo  esta elocuente referencia. “Alma modesta y sencilla, María Albertina Gálvez García, realiza una incalculable labor en forma callada y humilde. En su retiro espiritual trabaja, investiga, redescubre eternos valores patrios, en donde se proyectaba la sombra de nuestro olvido. Pero unida a esta virtud –tan extraña en el mundo de nuestros días– la modestia, está otra virtud, la perseverancia. A través de los años María Albertina no desmaya en su labor de hormiga incansable.  No gusta del alarde ni busca recompensa alguna, a no ser la satisfacción íntima del que trabaja en lo perdurable. Su labor es labor de eternidad. Generaciones posteriores no podrán menos de recordar su nombre, el nombre de esta mujer digna y honrada, de esta mujer que rehusa los falsos perfumes de la adulación y se entrega de lleno –en cuerpo y alma– al arduo campo de la investigación y del estudio.”*

Desde que nos conocimos, nació entre nosotros una gran amistad que pronto se tornó en maternal. Ella fue la madre que recién había perdido y yo el hijo que ella nunca tuvo. Desde esa dimensión, mantuvimos una relación laboral y afectiva entrañable. Nequita –mi esposa– conocida por ella desde su niñez, también gozó de su privilegio maternal y fue su hija a la que  tanto quiso.

Tinita Gálvez –como fue familiarmente conocida– junto con sus hermanas Zoila y Julia, fueron tres bellas damas del anejo barrio de la Candelaria. Fue sobrina de dos ilustres sacerdotes: Luis y Herlindo García. Papá Lindo –como le decían al padre Herlindo. Fue el último prelado que al morir, fue llevado en la Cama de San Pedro por las naves catedralicias en un regio homenaje a su ilustre persona. En su barrio de la Candelaria, Tinita cultivó sólidas amistadas para toda la vida. Marco Antonio y Miguel Ángel Asturias –una de ellas–. En la Parroquia Vieja con los doctores Joaquín y Francisco Escobar. Fue alumna belemita donde hizo amistad con damas que años después jugarían importantes roles en la vida pública y cultural de Guatemala. Desde que ingresó a la Biblioteca Nacional en la décima calle zona 1, dio a conocer sus dotes intelectuales y su entrega al mundo de la biblioteca. Realizó brillante labor que la distinguió siempre. Como Secretaria tuvo como su maestro en las letras al  Director don Rafael Arévalo Martínez, de quien aprendió los secretos del buen escribir. Saber jugar con las palabras para expresar con claridad  las ideas y embellecer el discurso con  giros, metáforas y adjetivos en su punto. Trabajo similar al trabajo artístico de un joyero que sabe armonizar los colores y las formas de las piezas para formar un bello y singular collar. En Panamá estudió bibliotecología y aprovechó para conocer la isla de Ustupu en el Archipiélago de San Blas donde viven los indios  Cunas. Fue la primera mujer que tuvo el privilegio de conocer los secretos y las costumbres de esa tribu y sus fascinantes experiencias las dejó expresadas emotivamente en un libro; “Con los Indios Cunas de Panamá” que forma parte de la Colección “20 de Octubre” del Ministerio de Educación. Años después envió a los niños Cunas los juguetes populares y artesanales de Guatemala.

Sus dotes personales. Su amabilidad natural. Su gran sentido de servir y atender con delicadeza y afecto a los lectores, la hicieron ser una referencista admirable y solicitada por numerosos lectores para resolver sus consultas. Los estudiantes de derecho y de medicina, requirieron sus servicios y su círculo de admiración y respeto se extendió  a periodistas, escritores, historiadores, profesionales, maestros  e investigadores nacionales e internacionales. Tinita tuvo el privilegio de conocer ampliamente los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional, consistentes en libros –antiguos y modernos–  revistas, periódicos y hojas sueltas que manejó de maravilla. Vivió y dominó –como pocos– el noble oficio de bibliotecario. Junto con don Francisco Alfredo de León Turcios  fue celosa guardiana del patrimonio de la Biblioteca Nacional.

En 1981 un periodista de apellido Flores, publicó con el respaldo de EFE a nivel internacional, la noticia del sorprendente hallazgo de dos Biblias en la Biblioteca Nacional de Guatemala que –según sus palabras– “estuvieron abandonadas por sus autoridades” A LO LARGO DE CIEN AÑOS. Se trata de una Biblia Políglota en 7 idiomas y 10 tomos y la Biblia Máxima en latin con sus concordancias en 20 tomos. Esas Biblias para que no despierten codicia,  se guardan en unos arcones especiales de madera y estuvieron en su oficina siempre a la vista de Tinita Gálvez y de don Francisco de León Turcios, después pasaron a mi oficina donde las consultaron numerosas personas –nacionales y extranjeras–  y se exhibieron  en el Salón Landívar de la Biblioteca Nacional, con ocasión del IV Centenario de la Introducción de la Imprenta al Reino de Guatemala, en julio de 1960. Además aparecen anotadas en el inventario con un precio simbólico. La Biblia Máxima tiene una dedicatoria del entonces Obispo Fray Juan Bautista Álvarez de Toledo quien la donó a la Librería de su Seráfico Padre San Francisco en 1714 –si mi memoria es fiel– dice: “A la librería de mi seráfico padre San Francisco.”  Su firma y fecha. Decir a nivel internacional que esas Biblias estuvieron abandonadas por las autoridades de la Biblioteca Nacional a lo largo de cien años, refleja una crasa ignorancia o un snobismo periodístico.

Para sus Bodas de Plata bibliotecarias, el poeta don Alberto Velásquez le dedicó un elogioso poema. Fue una guatemalteca de corazón sin más intereses que servir a su Patria en su grandeza cultural.  Con su espíritu nacionalista y patrio, formó parte de varias asociaciones femeninas… Luchó con ahínco hasta lograr el voto de la mujer guatemalteca. Varias instituciones culturales y sociales reclamaron su presencia. Sus artículos que reposan en las páginas de El Imparcial y sus libros, Emblemas Nacionales –por ejemplo– son dignos testimonios de su  profundo amor a Guatemala. Tinita era amorosa, dinámica, sencilla, servicial y gran conversadora. La vanidad ni el orgullo llegaron a ella. Vivió sencilla y así murió yendo para su trabajo. Su sencillez y amabilidad hizo que todas las puertas que tocó se abrieran de par en par y nadie le negó nada. La familia Bedoya le dio las cartas originales de doña Dolores para que por primera vez las diera a conocer en su discurso de admisión en la Sociedad de Geografía e Historia. Los familiares del prócer Cordovita, le confiaron  –por medio del Dr. Carlos Martínez Durán–  su miniatura para que fuera  conservada en la Biblioteca Nacional. Las familias Palma y Álvarez, le confiaron los originales de la letra y la partitura del Himno Nacional,  las Coronas de oro y plata con que sus autores fueron condecorados en 1911 en el Teatro Colón. Y varias piezas personales del poeta y del músico. Así nació la Urna del Himno Nacional en el Salón principal de la Biblioteca Nacional. Acompañó a su ciudad natal en Cuba, los restos mortales del poeta José Joaquín  Palma.

El 15 de septiembre era una fiesta que vivía intensamente. Fue Directora por un día en el Instituto Normal para señoritas Belén. Emeritisum de la Facultad de Humanidades y justo un catorce de septiembre, fue distinguida con la Orden del Quetzal. La vimos partir emocionada, elegante pero sencilla en su vestir. Tinita sabía hacer honor a “que la mujer debe ser elegante y bella, en un marco de modestia que la haga más bella aun y moralmente atractiva.” Esa noche lucía radiante su personalidad que encantaba.

Así era Tinita Gálvez, dueña de un corazón de liz. A la mañana siguiente fuimos con Nequita a saludarla y nos relató su emoción. El bolsillo estaba magro y nos fuimos a pie a Chinautla a celebrarlo. Un almuerzo sencillo pero lleno de intenso cariño que le prodigaron las personas que de inmediato llegaron a felicitarla. Al atardecer cuando alcanzamos la loma, se escuchaban a lo lejos las salvas que saludaban la arriada de la Bandera Nacional. Tinita se detuvo. Se llevó la mano derecha al corazón y mientras una lágrima rodaba por su mejilla,  nos dijo “Ayer mi Patria me premió.”

Hay que destacar que el nombramiento de Directora de la Biblioteca Nacional es de los pocos que se pueden decir que lo alcanzó por sus méritos personales y Tinita los tuvo de sobra. “Sin escalar los puestos ni los títulos a fuerza de codazos, de concesiones, de abdicaciones que hacen perder la cabeza para aparecer en los periódicos.” A mí me enseñó tantas cosas del mundo cultural y me animó a publicarlas, dentro de ese marco sencillo que la distinguió.

El día que un derrame cerebral cortó su fecunda vida, permanecimos con Nequita –junto a ella–  hasta que cerró sus ojos. El calendario marcaba 29 de Agosto de 1966.  La velamos en el Salón Principal de la Biblioteca Nacional. Su féretro se llenó de flores. Era un jardín donde sobresalían las innumerables  muestras de cariño y admiración. Con Floridalma Cabrera –hoy Sra. De Borja– ordenamos su Corona Fúnebre, Allí queda expresada –en el sentimiento del dolor– la regia figura de Tinita Gálvez. Su retrato lo hice colocar en una columna de mi oficina –la Sub Dirección– como símbolo de lo que fue y sigue siendo, sólida columna de la Biblioteca Nacional de Guatemala.

* Guatemala. El Imparcial, Página Editorial. Sábado 12 de septiembre de 1959.