Miguel íngel Asturias (1)
Resucitan desquebrajados y patituertos los hombres que gobernaron Guatemala durante don Manuel. Vuelven al tinglado como esos cómicos que después de retirados se manda llamar para que suplan, por más que su saber sea escaso y su experiencia precaria, sólo por aquello de que no hay la costumbre de pensar en otros, o por aquello otro de que en tierra de ciegos. Nada, absolutamente, justifica la actitud de quienes recurren o aconsejan que se recurra a figurones desacreditadísimos para acreditar un régimen que rompe con el pasado. Para llamar al viejo cabrerista se invoca, por lo regular, su experiencia, y es por eso que aquí nos proponemos decir algo sobre tan sobada virtud, diciendo desde ya que casi todos ellos no tienen sino una experiencia: la de la infamia. Y es mucho concederles, pues los tales no eran sino simples y solapados ejecutantes.
¿Experiencia de qué tienen estos señores?, nos preguntamos. ¿De los negocios públicos? Hay quienes lo sostienen y lo creen. Hay quienes respetan en estos cascarones iluminados para un carnaval de infamia, los retacitos de sentido común de que están llenos. Y esto es todo. Sin olvidar que más sabe el diablo por viejo. Estos señores cabreristas no tienen experiencia de los negocios públicos, pues jamás los manejaron ellos. Su papel pasivo los reducía a consultar las más pequeñas órdenes con el amo. Un portero no se movía del árbol administrativo sin la voluntad del Dios (2). El empleado de la escuela manuelista se distingue por su afán de consultarlo todo con el superior, y acaso a esta virtud perruna se refieren los que hablan de experiencia (3). En cualquiera de las ramas de la administración pública que fijemos los ojos, había un señor de éstos, pero era sólo de nombre, que nada hacía sin que lo ordenara el amo. Es decir, que no pudo hacerse de experiencia en negocios en los que siempre anduvo con los ojos cerrados, por ceguera mental de nacimiento o estomacal de conveniencia. Los pueblos se olvidan por desgracia muy pronto de sus males pasados. Muy pronto creen en la regeneración de hombres que la tiranía corrompió, y que si ayer estuvieron al servicio de ella con alma, vida y corazón, hoy están al servicio del dinero y de los imperialismos. Para éstos no fue bastante la experiencia de veintidós años de infamia, y ahora buscan a enlodarse hasta la coronilla, todo por la experiencia que tienen en los negocios que en mala hora confiaran a sus manos. Con los dedos podrían señalarse. El hombre honrado está obligado a señalarlos en la calle, a decir a los chicos que ahora crecen que estos experimentadísimos son los que tuvieron a Guatemala bajo sus plantas de canallas, al servicio de un pícaro que gobernó veintidós años.
Los que hablan de experiencia para aconsejar que a un cabrerista se dé un puesto público, deben agregar que se refieren a una experiencia: la de la infamia.
ANOTACIONES
1. í‰ste es un texto periodístico que nuestro Nobel de Literatura escribiera el 10 de marzo de 1928, criticando que se convocaran a ex integrantes del equipo de trabajo del gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Con un poco de imaginación, cambie los nombres y las fechas, y se dará cuenta que nada ha cambiado en Guatemala desde entonces y que la reelección es una vieja costumbre.
2. Esta misma imagen la retomaría Miguel íngel Asturias en El señor presidente, donde reproduce el «bosque monstruo que separaba al Señor Presidente de sus enemigos, bosque de árboles de orejas que al menor eco se revolvían como agitadas por el huracán (…) Una red de hilos invisibles más invisibles que los hilos del telégrafo, comunicaba cada hoja con el Señor Presidente…» (capítulo VI).
3. En cuanto a esta actitud perruna, Asturias recordará en la misma novela, cuando Cara de íngel «Se tuvo asco. Seguía siendo el perro educado, intelectual, contento de su ración de mugre, del instinto que le conservaba la vida»; y luego «tengo que estar aquí, vez… -y torció la cabeza sobre el hombro derecho-, escuchando la voz del amo».