Marc Chagall


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La obra artística de Marc Chagall es un vaivén existencial y estético entre los mundos reales e imaginarios en los que el artista vivió y configuró su obra pictórica. La belleza de su obra, que conjuga la magia del color con la fantasía de lo onírico, es un canto estético a la fantasía y a la tolerancia entre los hombres.

Héctor Camargo

Marc Chagall fue un pintor de esos quienes, no obstante producen una obra de un valor estético universal, rehuyen las tumultuosas escenas de la fama. Ciertamente, Chagall fue un artista que siempre mostró afinidad por las pocas palabras y entera discreción en las emociones. Sin embargo, la timidez sería un concepto erróneo para describirlo. Mientras que el culto por la serenidad del espíritu es, posiblemente, la caractéristica más apropiada para calificar la personalidad de este gran y sublime pintor del siglo XX. La obra pictórica de Chagall abarca y armoniza rasgos fundamentales de varios movimientos artísticos tales como el Cubismo, el Simbolismo y el Fauvismo.

EL JUDAÍSMO
En Marc Chagall, quien nació en 1887, se conjugan muchos mundos que, de una u otra forma, influyen y marcan su obra pictórica. Uno de estos mundos es el ambiente del judaísmo de Europa del este. La ciudad donde nació Chagall, Witebsk, hoy en Bielorrusia, contaba en ese entonces con unos 500 mil habitantes de los cuales la mitad eran judíos. Así se explica, entonces, el hecho que la totalidad de la obra de Chagall esté marcada por la vida, las tradiciones, la religiosidad y la simbología del pueblo judío.

En efecto, los temas y símbolos del judaísmo se observan en casi la totalidad de las pinturas de Chagal. La evolución se producirá únicamente en las tonalidades, gamas y técnicas artísticas. Pero los temas representados estarán entrelazados por un cordón umbilical que es la cultura y religiosidad del judaísmo asquenazi. El nacimiento, el matrimonio, la vida rural y la música ruso-judía, con la exaltación del violín como instrumento emblemático de la música judía oriental –que hoy internacionalmente se conoce con el nombre de Klezmer– cantada en idioma Yiddish, son los temas representados que predominan de principio a fin en las obras de este maravilloso, genial y universal pintor de origen ruso nacionalizado francés.

LO RUSO
Lo ruso, al lado de lo judío y fantasioso, es otro de los aspectos que cohabitan en las obras pictóricas de Chagall. Por lo que desde sus primeros años, en San Petersburgo, Chagall elaboró lienzos en los que lo ruso y lo judío se perciben como transfondo de las escenas familiares que son uno de los motivos que caracterízan a este período.

Y si forzamos el pensamiento aristotélico que afirma que el amigo de los mitos es también, en cierta forma, filósofo, bien podríamos creer que los estereotipos son portadores de un grado de verdad y afirmar que el alma rusa es eso: profunda, meditativa y melancólica. Las pinturas de Chagal, previo a sus años parisinos, son ejemplo de esto. La vida de los judíos rusos, la comunidad y sus tradiciones y valores religiosos son representados con tonos oscuros muy cercanos a la melacolía experimental pero que otros preferirían denominar ataraxia espiritual.

AÑOS PARISINOS
Como muchos tantos otros artístas –escritores e intelectuales– Marc Chagall emigra a Francia. Chagall, con 23 años, en 1910 se instala en París. La capital francesa –no me canso en repetirlo– ha sido siempre la luz que atrae tanto a los malabaristas del color como a los artesanos de la palabra pero también a los seguidores de la razón. París ha sido, históricamente, el refugio de poetas, pintores y filósofos hambrientos de libertad, de ideas y de espacios culturales y artísticos en los que la universalidad prevalece y se impone como medida de valor espiritual.

En ese tiempo, durante la primera década del siglo XX, lo ruso estaba un tanto de moda en la escena parisina. Sobre todo, gracias y después del éxito que en ese entonces había tenido la presentación del Ballet Ruso en París. Por ello es que Chagal decide, como otros pintores –Jawlensky y Kandinsky– emigrar a París.

Parece que los años parisinos, que también se caracterizan por la vida bohemia, se convertirán en el periodo más importante en la consolidación y formación del estílo artístico, propio, de Chagall. Durante estos años el pintor producirá la mayor parte de sus obras más importantes y que lo identifican con un estilo propio y particular. Los lienzos –en los que los tonos azules y rojos sobresalen– estarán llenos de motivos que translucen la vida cotidiana de su ciudad natal, Vitebsk, pero también un vasto arcoíris de reminiscencias de la niñez.

EL PINTOR Y LA REVOLUCIÓN
La Revolución rusa de 1917 será también determinante en la vida del ciudadano y artista Chagall. En 1914 el pintor había regresado a su patria natal y se había casado con la escritora Bella Rosenfeld quien se convertirá en uno de los principales personajes de sus obras. Más tarde, con el triunfo de la Revolución rusa Bielorrusia y su lugar de nacimiento Vitebsk pasarán bajo el control y administración de los bolcheviques. Un nuevo capítulos se inicia en la vida y obra del artista.

Chagall, al principio, se identificó con los ideales, proyectos y propuestas de los líderes revolucionarios rusos. Así se explica que haya aceptado el puesto de Comisario de Arte en su pueblo natal y donde había decidido radicar desde su regreso de París. En Vitebsk, Chagal, al lado de sus responsabilidades laborales y trabajo artístico, fundó una Escuela de Arte de la que sería director hasta 1920. Pero parece que los métodos de los bolcheviques produjeron un desencanto con la Revolución y la euforia –roja– de los primeros años desapareció del alma del pintor. Por lo que Chagal, en 1923, decide emigrar de nuevo y para siempre. La ciudad luz, París, será de nuevo el lugar donde Chagall y su familia se rufugiaran de la borrasca política que empezaba a cobrar sus primeras víctimas políticas en la tierra de Lenin.

LA CRUCIFIXIÓN BLANCA
Esta es una de las obras menos conocidas por el público en general, pero una de las más comentadas por la crítica especializada. Este lienzo, que data de 1938, es una obra que denuncia, a través de un estetismo profundo, la opresión y martirio del  pueblo judío. En el centro del cuadro hay un Cristo crucificado. Y pareciera que Chagall –contrariamente a la tradición cristiana que representa al Cristo flajelado y ensangrentado– Chagall presenta un Cristo sin heridas ni sangre, únicamente crucificado, pero vistiendo el típico rebozo o chal que los judíos utilizan para rezar en la cinagoga. Un talit.

Es indudable que la utilización de un símbolo puramente cristiano en medio de un conjunto de metáforas que simbolizan el judaísmo tiene algo, a primera vista, de irónico. No obstante, Chagal utiliza la representación del Cristo, quien ciertamente era un judío, para simbolizar la opresión, persecusión y martirio del pueblo judío. El Cristo en la cruz representa la simbiosis de la opresión de los judíos.

Otro aspecto interesante es que en el lienzo hay una cinagoga en llamas y un soldado observando la devastación. En la parte izquierda se observa a un grupo de soldados, con la bandera roja del Ejército Rojo, quemando y saqueando un poblado. Mientras que en la parte de abajo, a la izquierda, se observa a un judío con un pequeño anuncio colgado al cuello. Originalemente esta figura tenía escrito Ich bin Jude, Soy judío. Mientras que el soldado de arriba –el incendiario– tenía la esvástica nazi en el brazo.

Es indudable que La crucifixion blanca, que es una pintura al óleo, es una alegoría que simboliza la opresión de los judíos en la Union Soviética como también en Alemania durante la ascensión del nefasto nazismo. Y es posible que Chagall, con el recurso del Cristo en el centro del lienzo, quizo, aparte de acentuar la idea de persecusión y opresión, darle también un sentido universal a su obra. Lo que no es más que una simbiosis discursiva a través del color, la forma y la metáfora.

 Somos del parecer que la obra de Chagall, al igual que una obra de Picasso se asemejan bastante, no solo por los estilos artísticos que ámbos pintores compartieron, sino que por los temas y figuras representados en las pinturas. Ejemplo de esto son los cuadros relacionados a las artes populares pero, sobre todo, circences. El circo es, para Chagall como para Picasso, un lugar de magia e inspiración. Los acróbatas, los músicos y los saltimbanquis son personajes y representaciones en las que bifurcan ambos genios de la pintura del siglo pasado. Chagall mismo afirma que: «El circo es para mí un espectáculo mágico que, como un mundo, aparece y desaparece».

Bajo esta perspectiva habría también que mencionar la trilogía El Violinista. El último de estos liezos, El violinista verde, de 1923-24; mientras que los otros dos son trabajos de sus últimos días parisinos durante su primera estadía en la capital francesa. A estos últimos hay que agregar el Toro violinista y El concierto (1957).

Por último, paciente lector/a, únicamente quisiera agregar que la obra pictórica de Chagall es una metáfora al amor, un canto a la tradición ruso-judía y una alabanza a la fantasía humana. Es una obra universal, llena de humanidad que nos recuerda que lo humano es lo único que nos une y nos salva de las garras de la barbarie a rostro humano. La sensualidad mágica de los colores de Marc Chagall son eso y mucho más.

La obra pictórica de Chagall es una metáfora al amor, un canto a la tradición ruso-judía y una alabanza a la fantasía humana. Es una obra universal, llena de humanidad que nos recuerda que lo humano es lo único que nos une y nos salva de las garras de la barbarie a rostro humano. La sensualidad mágica de los colores de Marc Chagall son eso y mucho más.