La moralidad que se fundamenta en la caridad y la compasión no forma carácter, mucho menos responsabilidad cívica. Esto no quiere decir que regalar, en términos generales, sea una actitud condenable, pero sí es una actitud que conlleva poca conciencia de lo que significa dar a quienes consideramos pobres o marginados en la sociedad. El hombre que regala por compasión o por caridad no comprende que su responsabilidad ciudadana debe ir más allá del sentimiento de la buena conciencia, porque ha compartido algo que le sobra con alguien a quien algo le falta.
Si nuestros actos «buenos» están determinados por el sentimiento de la buena conciencia que surge por la práctica de la caridad, estamos condenados a no emprender nunca acciones sólidas y verdaderamente humanas y cívicas que promuevan el compromiso real, social y político con el prójimo, a quien, por otra parte, seguiremos considerando digno de lástima y de compasión.
La moralidad sólida sólo surge cuando nuestros actos están determinados por principios racionales y cívicos que van más allá de consideraciones subjetivas y lastimeras, propias de sujetos formados bajo principios obtusos como los relacionados con los conceptos antagónicos y dialécticos de la superioridad e inferioridad; de la riqueza y de la pobreza; de la abundancia y de la escasez; de la dicha y la desdicha. Regalar por caridad, en pocas palabras, deforma, porque su fundamento no es racional ni cívico, es, por el contrario, una inclinación natural de quien se sabe o se cree superior o, al menos, en un plano o nivel distinto al de su destinatario.
Si aunamos a lo anterior, el hecho de que los juguetes después son repartidos con bombos y platillos en nombre de las entidades comerciales que, efectivamente han tomado la iniciativa, pero siempre en nombre de la publicidad e imagen a su favor, resulta que la deformación es doble. Por un lado, se alienta la moralidad caritativa que en nada es cívica y, por otro, se degenera todo el proceso por su intencionalidad publicitaria y mercantilista.
Pero lo peor es la intensión politiquera subliminal, pues detrás de todo ese proceso con apariencia de bondadosa conciencia humanitaria y aprovechando los días festivos de la navidad que tanto se prestan para la explotación del consumismo y del sentimentalismo cándido tercermundista, siempre aparece el interés de terceros, manipuladores que llevan agua a su molino, aprovechando toda la coyuntura deliberadamente constituida y fomentada año tras año.
Y las actitudes ingenuas de quienes con buena voluntad colaboran, se ven aprovechadas comercial y políticamente por quienes ya conocen el truco y se benefician con ello. De esto resulta que dicha maratón del juguete no es más que un medio para algunos empresarios que, a costa de quienes con buena voluntad colaboran, se hacen su imagen y las imágenes de sus empresas comerciales.
Nuestros niños necesitan, más que juguetes, una buena nutrición, una escuela decente, una buena educación, salud y oportunidades reales de crecimiento humano. Esto es posible sólo con trabajo, con responsabilidad política y cívica y no con fraudulentos trucos publicitarios que explotan la buena voluntad de nuestra gente.