Diego Armando Maradona, héroe de un filme de Emir Kusturica que se presenta hoy en Cannes, es al fútbol lo que Mozart a la música o Van Gogh a la pintura, un poeta del gol, un prestidigitador de la pelota, que elevó el deporte más popular a la categoría de octavo arte.
El apellido Maradona llegó a cada rincón del mundo y se metió en el sentimiento de los hinchas y de los no hinchas, en un fenómeno que desbordó lo futbolístico, para encarnar un personaje al que gentes de toda raza, religión o condición social adoptaron como propio.
Su vida de película, entre el cielo y el infierno, atrajo la cámara del cineasta serbio-bosnio Kusturica para producir un documental, presentado en esa estación balnearia francesa.
Uno de los testimonios fílmicos refleja una movilización que encabezó Maradona con otras personalidades en 2005, contra la presencia en Argentina del presidente estadounidense George W. Bush en la Cumbre de las Américas.
«Bush es un asesino, prefiero a Fidel Castro. Y no se asombren de que exista Osama Bin Laden. A ese se lo «inventaron» los «yanquis» para combatir a los rusos», dijo aquella vez el ídolo.
Pero así como impresionante había sido su auge deportivo, tremenda fue la caída, el día en que entró en desgracia, sumergido en los abismos de la droga y el alcohol, de los que pudo salir a flote a duras penas gracias a su corazón valiente.
«La pelota no se mancha», dijo al hablar a una multitud la tarde de su despedida y homenaje en el estadio La Bombonera de su amado Boca Juniors, en alusión a que la pureza del fútbol, de los jugadores, de los hinchas y del deporte, están por encima de las vicisitudes personales y los negocios turbios.
Genial, creativo, imprevisible, goleador y carismático, nació en 1960 en Villa Fiorito, un humilde suburbio de la periferia sur de Buenos Aires, aunque en su casa no le faltó amor, comida o educación.
«Yo crecí en un barrio privado… privado de luz, privado de agua, privado de teléfono…», dijo otra vez en una de sus tantas frases ingeniosas.
Sinónimo de fútbol argentino, su carrera tuvo un cenit con la conquista del Mundial de México-1986, cuando tocó el cielo para conducir a la selección albiceleste.
Aquel año ganó la Copa del Mundo en tierra mexicana, donde construyó un «monumento» al gol en la historia de los mundiales, el gol soñado, que fue el segundo ante Inglaterra (2-1), luego de marcar otro con la no menos célebre «Mano de Dios».
Emblema y capitán indiscutido de la selección, Maradona representó a la Argentina durante 17 años desde 1977, en un inolvidable ciclo que incluyó el Mundial Sub-20 de Japón-1979 y el subcampeonato en Italia-1990.
Su consagración mundial empezó en FC Barcelona de España en 1982 pero el mito cobró mayor dimensión al llevar a la gloria al modesto Nápoles italiano, entre 1984 y 1991, con 115 goles, y en el que obtuvo los «scudettos» de 1986/1987 y 1989/1990 y la Copa UEFA de 1989, entre otros.
Después, en el declive de su carrera, integró el español Sevilla.
Tan brillante como polémico y contradictorio, Maradona también fue actor de escándalos, como cuando dio positivo en un examen de cocaína en Nápoles, en abril de 1991, y otra vez en el Mundial de Estados Unidos-1994.
A la vez, como apasionado trasgresor, no dejó de combatir a la FIFA con duras declaraciones e incomodar a dirigentes, líderes, presidentes de países y poderosos en general.
Estuvo varias veces hospitalizado al borde de la muerte y trató de curarse las adicciones, hasta que se sometió a una operación que le redujo el estómago, en una solución a lo Pirro para no cometer excesos ni aunque quisiera.
Recuperado como ave Fénix, batió récords de audiencia de TV con un programa en el que desfilaron estrellas como Pelé, Xuxa, Rafaella Carrá y Mike Tyson, además de un cercano amigo suyo, el líder cubano Fidel Castro.
Maradona