Una victoria de Alemania el domingo es la última oportunidad que le queda al Maracaná de evitar convertirse en un estadio maldito.
Río de Janeiro / dpa
Sesenta y cuatro años después del «Maracanazo», la cancha más emblemática del país podría ver como Argentina, el «archirrival», da la vuelta de campeón ante decenas de miles de fans albicelestes celebrando eufóricos en las gradas.
Si en el Mundial de 1950 Brasil fue derrotado 2-1 por Uruguay en el partido decisivo, en 2014 el Maracaná tendrá que confiar su honor a Alemania, precisamente el equipo que destruyó a la «verdeamarela» en semifinales por 7-1, la peor derrota en la historia del país.
«La pesadilla aumenta», escribió el diario O Dia tras la victoria argentina. «Además de no poder soñar más con el ‘hexa’, los brasileños vamos a tener que convivir con la posibilidad real de un título de nuestros mayores rivales en el escenario máximo del futbol».
Brasil enterró el complejo de 1950 bajo cinco títulos mundiales, más que ningún otro país en el mundo. Sin embargo, soñaba con aprovechar su segunda oportunidad en casa para limpiar por siempre el honor del famoso estadio de Río de Janeiro.
«Yo creo que la única Copa que nos consolará de haber perdido en el Maracaná es una ganada en el Maracaná», dijo el diplomático brasileño Marcos de Azambuja, que aunque fue durante años embajador en Buenos Aires, admitió antes del comienzo del Mundial que una victoria argentina en la final «sería una desgracia sin límites».
En cualquier caso, para el respetado periodista Juca Kfouri, «el Maracaná es la tarjeta de visitas del futbol brasileño y seguirá siéndolo». «No hay que demolerlo, ni siquiera si Messi hace tres goles», advirtió.
La sola mención de su nombre evoca futbol y leyenda, aunque el corazón del Maracaná dejó hace tiempo de ser algo especial. Al igual que le sucedió al «jogo bonito», el aroma romántico que envolvía al estadio que albergará la final del Mundial de Brasil se esfumó en la transición hacia la modernidad.
«Yo creo que perdió el alma, así como Wembley perdió el alma», dijo Kfouri, en un resumen de la sensación que embarga a todos aquellos que alguna vez conocieron el viejo estadio.
«El Maracaná de aquellos días intimidaba, no por la característica arquitectónica, sino solamente por la idea humana, de la masa humana», recordó Azambuja, que formó parte de los 200.000 espectadores que se calcula que asistieron al «Maracanazo».
«No había espacio entre las personas, no había cómo salir ni entrar», añadió.
Aquel sobrecogedor ambiente es ya parte del pasado. La capacidad del estadio se redujo a 78.000 espectadores. Los accesos son amplios y seguros. Los pasillos, anchos y limpios. Los vestuarios, lujosos. El palco, con zona «VIP». Y la grada está poblada de cómodos asientos plegables en suaves tonos de amarillo y azul.
En su interior, el Maracaná no difiere mucho del Allianz Arena de Múnich, el Soccer City de Johannesburgo o el nuevo Wembley de Londres.
Pero sólo el estadio Azteca de Ciudad de México albergó hasta ahora dos finales mundialistas, algo al alcance únicamente de los grandes templos del futbol. Pasará mucho tiempo hasta que Brasil tenga la oportunidad de redimir al Maracaná. Mientras tanto, los brasileños se encomiendan a Alemania.