Manuel José Arce Leal y su poesí­a


Milton Alfredo Torres Valenzuela

Toda poesí­a se nutre, básicamente, de intuiciones y toda GRAN POESíA de intuiciones vitales. í‰se es el caso de Manuel José Arce. Hablar de su obra literaria, es hablar de poesí­a y hablar de su poesí­a es hablar de vida condensada, de aprensión de situaciones particulares que se vuelven artí­culo periodí­stico, obra de teatro, misiva a los amigos y, en todo caso, POESíA.


Sin la pretensión de buscar y descubrir esencialidades que calen en lo más hondo de la realidad, Manuel José parte, como Azorí­n y Machado, de aquellos sectores de la realidad más inmediatos al Sujeto, es decir, de los fenómenos; para plantear en clave estética, sus propias imágenes que, por provenir de semejante capacidad sintética y humana, resultan ser también las imágenes de muchos de sus compatriotas que, como visionarios quijotes, anhelaron y anhelamos un lugar más digno en la Tierra y un nivel más humano de existencia y de VIDA.

Manuel José recrea, de tal manera lo guatemalteco, que lo guatemalteco se hace más patente, más polisémico y, por ende, artí­stico. Una cosa es el análisis y el discurso puramente antropológico, social o polí­tico. El discurso poético aspira no a la verdad objetiva, sino a la verdad subjetiva que se hace objetiva al ser reconocida por sus receptores. En esta perspectiva, es el pueblo y la historia quienes se comprometen en la objetivación de la verdad subjetiva, del poeta; así­, al objetivarse en lo colectivo aparece la verdad estética.

Contrario a El Quijote, en el que el Objeto, es decir, el mundo, ejerce su tiraní­a, demoliendo al personaje, Manuel José reta al Objeto con la voz de la ternura, el amor a su tierra y a su pueblo y el compromiso por modificar las estructuras del poder y la opresión. En todo caso, el DESHACER ENTUERTOS es punto de convergencia.

Aún y cuando hoy, los neoliberales, esos personajes caricaturescos al mejor estilo esperpéntico de Valle Inclán, tratan de echar un velo sobre la realidad horrenda que ellos mismos han creado apoderándose y manipulando casi todas las estructuras de poder, para garantizarse siempre sus privilegios, tratando de confundir a la sociedad, con sus pequeños discursos falaces, sustentados en la readecuación de conceptos (estado paternalista, mercantilista, proteccionista, etc.), no logran ni lograrán nunca su objetivo por cuanto la realidad es más poderosa que cualquier argumento y porque su objetivo por cuanto la realidad es más poderosa que cualquier argumento y porque el talento artí­stico ha plasmado ya, y en clave poética, las frustraciones y los deseos más í­ntimos de cuantos somos representados en dichas codificaciones estéticas.

La literatura posee la indiscutible facultad de la trascendencia. Los movimientos más significativos de la cultura y del espí­ritu de los pueblos quedan registrados en codificaciones poéticas capaces de actualizar ideas y emociones. í‰sa es la razón por la que se hace imprescindible la lectura y el análisis de la producción literaria de escritores como Manuel José, porque, como podrí­a decirse, en cada una de sus páginas, en cada uno de sus versos, siempre habrá un matiz de vida de lo que es y podrí­a ser nuestra Guatemala.

Es lugar común en nuestros dí­as proponer el descrédito de las utopí­as, el descrédito del deber ser. Más toda propuesta literaria lleva siempre implí­cita una visión de porvenir; ninguna codificación estética se conforma con la llana descripción del Ser en su actualidad; ni aun el realismo puro. Toda descripción poética del Ser, apunta al deber ser, es decir, a la utopí­a; es decir, a la idea rectora.

En ese sentido, la literatura es esperanza y reconocimiento de la ley más general, que es la ley del cambio y del movimiento que apunta, a su vez, a la esencia que ya es pregunta metafí­sica, no como su negación, si no como su complemento.

El legado poético de Manuel José Arce nos remite directamente al universo espiritual de lo que llamamos Guatemala, descubriéndonos, desvelizando, los movimientos y relaciones de los entes que conforman nuestro ser colectivo a través de sus intuiciones vitales. í‰se es el mejor legado de Manuel José a su patria. En buena medida, Guatemala entera se reconoce en sus versos. Reconocerse significa conocerse por segunda vez. Ir por segunda vez a un objeto para aprehenderlo, recrearlo y hacerlo más patente a la conciencia, como su contenido í­ntimo.

A través de la obra de Manuel José, Guatemala se reconoce en su movimiento y en su esencia; esto conlleva, necesariamente, el riesgo, y con el riesgo, el dolor y el amor que son los signos potentes de su obra.

Pero, además, y como matiz indisoluble de su estilo, el humor que llega, incluso, a la sátira.