El 2 de junio de 1988, Manuel Arturo Girón Natareno, mi papá, me despertó a las cinco de la mañana, pues teníamos que ir al Hospital Militar, ya que la nena (o sea yo) había tenido un accidente mes y medio atrás por andar haciendo piruetas en moto. Después de ir a consulta, por la Avenida Reforma, mi papá empezó a decirme; «Â¿Querés ver cómo paso a ese carro?» y lo rebasaba. Hizo lo mismo varias veces hasta que llegamos a casa. De eso hace ya 21 años. Por la tarde salió, ya que lo llamaron para que fuera por unos tickets para gasolina, pues por su grado militar (General de brigada) tenía derecho a cierta cantidad de galones cada mes. Almorzamos juntos como siempre, me contó sus historias acerca de la Revolución de Octubre y lo que pasó en el Fuerte de San José. Después de almuerzo me fui a tomar una siesta. Salió sin despedirse de mí, para no despertarme, sólo dicen que me dio un beso. Nos enteramos de que había muerto, porque afuera de la casa había unas 10 carrozas funerarias con sus representantes (los buitres). Estaba muerto. ¿Por qué? No sé, nunca lo supe. Pasé por todas las emociones, la desesperación por no saber porqué, la resignación de saber que ya no lo volvería a ver hasta la indiferencia, si lo llego a saber, bien y si no lo llego a saber también, y no creo que si me llego a enterar ahora vaya a cambiar en algo mi vida. Me duele que los cobardes que lo asesinaron, le hayan vedado conocer a su yerno y a su nieto. Me imagino, que con su yerno, se hubiese llevado bien y a su nieto lo hubiera adorado. Nunca sabré que hubiera pasado, porque me lo quitaron. ¿Quién lo mató y por qué? No lo voy a saber.