De paso por la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador, El Salvador, me encontré con el presente libro, adquirido con la ilusión de tener una obra que recogiera de manera completa, aunque no exhaustiva, los acontecimientos más importantes de la historia en el período que señala la portada. Debo decir con franqueza que no hice una mala inversión y que, por el contrario, salí ganando. ¿Por qué?
En primer lugar, el texto repasa de forma completa los grandes momentos de la historia antigua y medieval. Esta cualidad es agradecida, sobre todo si va acompañada de una clara exposición de esos períodos, si se muestran mapas para ubicar al lector en ese espacio vital y si no se desciende a tantos detalles para hacer comprender los eventos. Lograr una explicación amplia sin caer en excesos es una virtud que algunos historiadores no poseen.
Por otro lado, el autor en cada uno de los capítulos desarrolla aspectos relativos a lo social, político, económico, religioso, cultural y de derecho que hacen que la lectura no sea un simple repaso de acontecimientos, guerras, traiciones y revueltas. Hay un poco más de carne histórica que deleita y provoca un interés por las posibles huellas que pudieron dejar esos pueblos.
En tercer lugar, aunque no tenga nada que ver con el contenido del libro, debe decirse que un buen precio, como el que tiene, es un elemento que debe tomarse en cuenta. Cualquier libro medianamente de calidad (y este supera lo de «medianamente») tiene un precio elevado y casi prohibitivo en las librerías. í‰ste, sin embargo, editado por la misma UCA, con propósitos académicos, es de acceso para cualquier estudiante. Por estas características de calidad y precio la obra es definitivamente comprable.
Como no todo es color de rosa, la obra definitivamente tiene también algunas deficiencias que me parecen, sin embargo, no demeritar el escrito. En primer término, el autor adeuda a los lectores capítulos desarrollados relativos a la cultura china, india, fenicia y quizá hebrea. En la antigí¼edad a Cardenal sólo le interesa (al menos así lo expresa el libro) el oriente próximo, Egipto, Grecia y Roma, no hay espacio para más. Así, si el lector quisiera encontrar otra información, el libro simplemente no la proporciona.
Otro elemento que sin duda habría sido valioso en la obra es el aspecto ligado a cuadros, dibujos o fotografías que habrían sido oportunos al lector. Si bien es cierto esto habría incrementado más el precio, su ausencia total quizá no ha sido la mejor decisión. Esas viñetas tienen, me parece, un valor pedagógico en cuanto que contribuyen a que el lector obtenga una comprensión más plena de lo narrado.
Por lo demás, el libro de 634 páginas (es un poco grueso) es un buen texto para quienes enseñan historia ?sea de la Iglesia, del derecho o de lo que sea?, o para quienes sólo desean una inmersión total en ese período antiguo y medieval.
En el tema relacionado con el derecho en Babilonia hay cosas interesantes como el hecho de explicar que no sólo existió el famoso Código de Hammurabi, sino también «Las leyes de Urukagina», «Las leyes de Ur-Nammu» y «Las Leyes de Eshunna». Los babilonios tenían una idea de leyes, pero éstas estaban ligadas a lo moral, lo religioso y, por supuesto, a lo civil.
Hammurabi creía que había sido designado por los dioses para legislar y afirma que la ley la ha recibido del cielo (como Moisés). La ley era tan importante que al rey le estaba encomendada su aplicación, pero éste ?el Rey? no podía estar por encima de aquélla. Por otro lado, aunque existía el código, en la práctica legal cotidiana las normas fundamentales eran el precedente y la costumbre.
«?No existía un código legal al cual pudiera hacerse referencia en una disputa legal. Las disputas se solucionaban privadamente, ya fuera de forma directa o mediante el arbitraje de un tercero neutral».
Ese tercero neutral estaba compuesto por el pueblo (se supone que un grupo escogido, los sabios) y alguien de la burocracia babilónica (jueces). í‰stos escuchaban el caso de los litigantes, a los testigos y, finalmente, emitían un dictamen, la sentencia ?que era inapelable?. Finalmente, los jueces dejaban constancia de lo acontecido como memoria de lo juzgado.
«El caso se registraba en una tablilla de arcilla que contenía los nombre de los jueces y los testigos y los sellos privados de los litigantes».
En Babilonia parecen haber existido las prisiones, pero no eran muy usadas, sino para fines políticos. Los castigos solían ser en extremo crueles y no se escatimaba la muerte para quien lo merecía. Se practicaba las ordalías que consistían, según el texto, en lanzar al acusado al río, «si se ahogaba, era culpable, pero si sobrevivía, era inocente y, en este caso, el acusador era castigado con la muerte».
Cardenal dice que dentro de los castigos que la ley permitía había aquellos que por su forma eran curiosos. En Siria, por ejemplo, la desobediencia a la ley se castigaba ofreciendo, a veces, caballos blancos a un dios, quemar al hijo primogénito o comer un puñado de lana.
En lo que respecta al capítulo dedicado a Grecia, Roma y el Medioevo, el autor es generoso y ofrece una explicación bastante amplia sobre la forma en que se desarrollaron esas culturas. Así, en el caso de Grecia, por ejemplo, se explaya con cierto gusto en los temas de la literatura (la educación, la poesía, la tragedia, la comedia y la prosa), en la filosofía y la ciencia y en las artes visuales.
Nada mejor que un libro como este para esos momentos en que nos sentimos perdidos en la época en que vivimos. Le ayudará a comprender, con toda seguridad, que «en todas partes se cuecen habas» y que, en el fondo, los seres humanos somos exactamente igual desde hace miles de años.