No lo digo yo, lo dicen diversos estudios de opinión: A los guatemaltecos les preocupa la violencia, y ya sé que no es una novedad, pero si queremos una Guatemala en paz hay que hablar de este tema.
Hay cientos de explicaciones sobre el origen de la violencia y creo firmemente en que las condiciones sociales y económicas del país, que marginan a muchos y privilegian a pocos, empujan principalmente a los pobres a involucrarse en la delincuencia, aunque esto jamás los justificará.
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Pero la violencia se aprende de muchas maneras y no necesariamente hay que ser pobre para ser violento, por lo que también valdría la pena analizar cómo se inocula el odio y la violencia en esas familias en las que, en apariencia, todo está bien.
Y digo esto porque recientemente trascendió en las redes sociales y en medios nacionales y extranjeros la historia de un joven de la provincia por diversión que dispara a los perros de la calle y por eso le llaman “el mataperros”.
En un corto video de YouTube se puede observar cómo, desde un auto, el joven dispara a dos perros callejeros y luego se escucha su risa. Y aunque no faltará quien considere esa práctica divertida, a mí me parece realmente abrumadora y escalofriante.
No me voy a detener en el caso específico del mataperros –que aparentemente también mata conejos y otros animales–, porque no le conozco y mi objetivo puntual es referirme a la violencia.
A mi criterio, una persona que mata para divertirse y disfruta de la muerte de un ser inocente tiene un serio problema de salud mental y necesita atención urgente, y si se trata de un menor de edad o un joven quien empuña el arma criminal, el problema es mucho más serio, porque significa que en poco tiempo ha aprendido conductas violentas.
Estas conductas, que se aprenden en el contexto social o los medios de comunicación, se pueden identificar fácilmente de diversas maneras en los niños, y si se detectan a tiempo pueden ser tratadas por especialistas.
Ya el doctor Frank R. Ascione investigó a jóvenes ingresados a un instituto juvenil en Estados Unidos en el 2011 y concluyó que el abuso de animales es más común si el menor fue maltratado por sus padres o por una persona cercana. Por eso, también es necesario atender o castigar a los padres, tutores o a quienes enseñan esa conducta a los menores.
Sobre el ejemplo que he mencionado antes, considero que si una persona no siente compasión por los perros inofensivos, y disfruta con su dolor y muerte, es difícil que tenga una actitud diferente hacia las personas que no conoce y que simplemente caminan por la calle, y por ende, son potenciales amenazas para la sociedad.
Para dejar las cosas claras, no estoy haciendo una comparación sobre el valor de la vida de los animales y las personas –aunque las personas pertenecemos al reino animal y eso nos pone al mismo nivel biológico–, sino que estoy advirtiendo sobre cómo las personas violentas pueden ser una amenaza y existen evidencias de que la conductas aprendidas también se pueden “desaprender”.
El primer paso es reconocer que hay un problema, así que si su hijo siente placer al maltratar a su mascota no dude en buscar atención profesional para el menor y un mejor hogar para el animal, pero sobre todo, revise sus conductas y el ejemplo que les da a los niños.