Mal tiempo y mal sistema


Un abrazo a la familia del colega Aní­bal Archila, y al gremio periodí­stico.

En septiembre de 2008, en plena época de huracanes, Cuba fue golpada por los ciclones «Gustav» e «Ike». Durante más de una semana la isla fue arremetida por vientos que alcanzaron una velocidad de 320 kilómetros por hora. El saldo fue devastador para la economí­a y la infraestructura cubana: sólo en La Habana, se registraron alrededor de 150 casas derrumbadas, más de 200 mil en todo el territorio, y varias decenas de hectáreas de cultivos arrasadas. Pese al panorama tan adverso, únicamente siete personas perdieron la vida.

Ricardo Ernesto Marroquí­n
ricardomarroquin@gmail.com

Gracias a su sistema de alerta temprana el pueblo cubano se encuentra seguro frente a los estragos del mal tiempo. Además, luego del paso de los huracanes, el Gobierno de la isla permitió que el material de reserva de guerra fuera distribuido para el arreglo de viviendas, caminos y demás infraestructura. Nadie se quedó en la calle y, pese a las pérdidas, a todas las personas se les garantizó alimentación y salud. La vida, en ese lugar, no es un privilegio.

El caso de Guatemala, al contrario, es patético y trágico. El saldo del paso de la tormenta «Agatha» por el territorio nacional dejó hasta ayer, según datos oficiales de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED), 92 personas muertas y otras 54 desaparecidas, y 150 mil damnificadas. La tormenta, que alcanzó vientos con una velocidad de 65 kilómetros por hora -mucho menor que los ciclones que afectaron a Cuba-, dejó miles de familias damnificadas.

En nuestro paí­s, ante los estragos de las fuertes lluvias y de los rápidos vientos, los más afectados son quienes viven en situación de pobreza. Las familias que se encuentran en mayor estado de vulnerabilidad son las que viven en el área rural, al borde de los rí­os, o las que viven en los asentamientos o laderas de los barrancos. Y es que este sistema económico es tan perverso, que previamente ha condenado a la muerte a miles de personas, como las que fallecieron en los últimos dí­as. El Estado es incapaz de garantizar ningún tipo de seguridad frente a los desastres, y pareciera que es mucho pedir al Gobierno que agilice el sistema de alerta, cuando previamente se han creado las condiciones para que la mayorí­a de la población no esté a salvo.

Y ahora, que ha pasado la lluvia, las consecuencias también son atroces. La infraestructura se ha dañado y miles de personas se han quedado sin vivienda y sin ningún tipo de posibilidad de volver a tenerla. Además, las lluvias y la arena volcánica expulsada por el volcán de Payaca han destruido buena parte de los cultivos de granos básicos para la subsistencia de las familias campesinas.

Lo que sucedió recientemente con la tormenta tropical «Agatha» es una muestra de lo peligroso que pueden ser las tormentas y huracanes para nuestro paí­s, y para la población más vulnerable, que resulta ser la mayoritaria. Y es que sólo en una sociedad en donde se coloca al centro al mercado y no a la vida humana, pueden suceder estas cosas.

El ejemplo de Cuba, en esta situación, es certero. Es necesaria una profunda modificación en la forma en que nos relacionamos económicamente para que las viviendas sean dignas, para que exista un plan de prevención adecuado y para que el Estado tenga la capacidad de garantizar la alimentación a su población en situaciones de emergencia.

Lo que se pueda donar a través de la solidaridad y la caridad es necesario en este momento, pero aún es más importante que se genere un cambio en las condiciones de vida de las familias guatemaltecas, para así­ soportar otros «Mitch», «Stan» y «Agatha» sin el miedo a que los muertos sean contados por miles.