El presidente George W. Bush admitió esta semana que los soldados estadounidenses estaban atrapados en medio de la violencia confesional en Irak.
«No es el combate que habíamos venido a librar en Irak, pero es el combate que libramos», declaró Bush el martes en su mensaje sobre el estado de la Unión, destinado a forjar la unidad nacional en torno a las fuerzas estadounidenses, con pocas posibilidades de lograrlo.
Bush enfrentaba, por primera vez desde que asumió en enero de 2001, a un Congreso donde sus adversarios demócratas son la mayoría y son los menos favorables hacia su política en Irak.
Esta hostilidad podría culminar pronto con el voto de proyectos que se oponen al nuevo plan de Bush para Irak, que prevé el envío de 21.500 soldados suplementarios para intentar estabilizar a un país al borde del caos.
El escepticismo, sino el rechazo, alcanza hasta ciertos amigos republicanos del presidente.
Uno de sus legisladores más eminentes, John Warner, es el promotor de un proyecto de texto desfavorable al plan del presidente. Como Bush, él reconoce que esta guerra no es la que los norteamericanos deseaban, sino un conflicto «cuyas causas originales se remontan a miles de años».
Bush no concedió mucho. «En esta materia, soy yo quien decide», dijo el presidente el viernes y aseguró que un fracaso estadounidense en Irak produciría un «desastre». El martes, él agitó el espectro de una propagación de la violencia y de un conflicto regional.
Pero el presidente, en el más bajo nivel de popularidad en las encuestas desde que asumió la presidencia, también presionó al Congreso para «dar una oportunidad de caminar» a su plan, rompiendo con las promesas de victoria declaradas antes de las elecciones legislativas de noviembre, en las que la guerra en Irak contribuyó fuertemente a la derrota republicana.
El parece también haber cambiado de opinión sobre el papel de los soldados estadounidenses en la guerra.
«Los norteamericanos no tienen ninguna intención de tomar partido en un combate confesional (entre musulmanes chiitas y sunitas) o de encontrarse atrapado entre el fuego de facciones rivales», dijo Bush el 25 de octubre.
Bush renunció a «sus encarnizados esfuerzos por presentar los acontecimientos iraquíes como éxitos», dijo a la AFP Anthony Cordesman, especialista en asuntos militares y en Medio Oriente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
«El presidente efectivamente reconoció que sus declaraciones anteriores no eran creíbles. Y si la serie de declaraciones actuales conduce a nuevos fracasos, eso tendrá también nuevos efectos nefastos», agregó.
Bajo condición de anonimato, el asistente de un legislador republicano explicó que el cambio de lenguaje de Bush traduce los resultados de las elecciones de noviembre.
«A la vista de los resultados, está claro que un número importante de estadounidenses, en todo caso entre quienes votaron, cree que estamos en una guerra civil» y no en una batalla de una guerra mundial contra el terrorismo, como el gobierno intentaba de convencer a los electores», dijo.
«Ahora hay un consenso sobre el tema», agregó.
El nuevo discurso de Bush refleja la situación iraquí actual y la voluntad del presidente de ver a los soldados norteamericanos ceder el papel principal por el de apoyo para las fuerzas iraquíes, dijo un portavoz de la Casa Blanca, Gordon Johndroe.
Los soldados estadounidenses «apoyarán a los soldados iraquíes en todos los barrios de Bagdad (…) a veces eso querrá decir perseguir a los insurgentes sunitas, a veces a los insurgentes chiitas», dijo.
Un alto responsable del gobierno aseguró que las afirmaciones hechas por Bush en octubre siguen siendo válidas: «No vamos a ponernos en medio» de enfrentamientos confesionales, dijo bajo condición de anonimato.
Interrogado sobre los medios para lograrlo, explicó que los norteamericanos ayudarían activamente a las fuerzas iraquíes a desalojar a los promotores de la violencia.