Dicha expresión anda de boca en boca. Y la misma tiene suficiente razón desde antes, pero con mayor énfasis en la actualidad, conforma una problemática aguda, irresoluta que nada ni nadie le entra de lleno, tras la conclusión deseable, esperada como sueño dorado por los millares de usuarios que viven un calvario.
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Cómo no va a tener urgencia y gozar de prioridades de llegarse a solucionar algún día, si constituye mayúscula necesidad colectiva. En tanto las implicaciones crecen y demandan la atención debida, adquiere realidad el certero señalamiento de mal con ellas. Motivos diversos responden, a la vista general, excepto de las autoridades.
Situaciones recurrentes van sobre las espaldas de quienes hacen uso de este medio de transporte público, calificado siempre de urbano y extraurbano. De ajuste las llamadas rutas cortas, aliadas en un bloque que muestra las suyas y las ajenas, además de exhibir caprichos, desacatos visibles y malos tratos al usuario.
De infinidad de quejas, denuncias y clamores se podría empedrar siquiera las calles en pésimo estado de nuestra pomposa urbe citadina y de alguna comunidad del interior, creo y hasta hace falta un nuevo abecedario que reúna las deficiencias del mismo, Abusos, irrespeto de pilotos, «brochas», música estridente y sociedad en las unidades, camionetas.
Intentos destinados a una mejoría, de eso no pasan, a pesar de fuertes inversiones perdidas, ¿Que dicen de los «tomates y gusanos» amontonados en ciertos sitios? Dinero que sale de los bolsillos del contribuyente, a quien dista mucho de darle su lugar.
Para nadie es un secreto que viajar en el transporte
colectivo, camionetas de una y otra denominación constituye un inminente peligro de perder la vida. A diario representa el escenario mortal este parque vehicular de manos de la gavilla de antisociales envalentonados. Suceden asaltos y despojos de pertenencias al pasajero y asesinato de pilotos.
Por eso adquiere una gran verdad hoy en día cuando se dice que el oficio sumamente peligroso en nuestro medio viene a ser el de piloto o de autobús. Pero tampoco se queda atrás la circunstancia sorpresiva y temeraria concerniente al usuario del servicio, urgido de buena calidad, a menos que viaje en el Transmetro, pues se juega la vida.
Sin embargo, como quiera que sea, amen de tantos señalamientos que enfatizan el «yo acuso» del coro cotidiano de 1abios o de los pasajeros, consisten en puntualizar:
«Mal con ellas» prosigue en una recta sin final, por lo visto desde la friolera de muchos años atrás, ajeno a arribar a una merecida y tan esperada solución mediática.
Una cosa trae otra, de consiguiente veamos la contraparte. El complemento del dicho popular refiere con índice directo: «y peor sin ellas». A tiempo de la paralización del deficiente servicio público, invocando motivos de fuerza mayor, surge la molesta y perjudicial circunstancia de obligados recurren a abordar cualquier vehículo.
Entonces sale a luz la cara crítica de la moneda. Más gastos personales para quienes se dirigen a su destino cotidiano y también al retorno. Peripecias aquí y allá, en síntesis resuena en el ambiente el clamor desesperado de que de verdad, «peor sin ellas». NO hay alternativas viables, capaces de remediar esa limitación antojadiza.
Un callejón sin salida encuentra el usuario del transporte colectivo. Al final desempeñan el papel ingrato y forzoso de tener que comer en la mano de los transportistas. El diagnóstico situacional en tal sentido adolece de dificultades y sobre todo de limitaciones que le hacen la vida imposible. Continúan en una larga lista de espera.