Jaime Barrios Peña
Magda Eunice Sánchez, quiero repetir su nombre porque su adiós ha sido sinónimo de siempre, como su permanente obra plástica. Ella fue miembro de aquel grupo notable de la facultad de arquitectura de la Usac, donde la ilusión se combinaba con el esfuerzo compartido: Rodolfo Portillo, Martiza Vasquez, Luis Díaz, Elmar René Rojas, José María Magaña, Roberto Aycinena y otros nombres que ahora se escapan pero que no se olvidan. Unos profesores, Roberto y yo, otros alumnos, pero todos dando esa auténtica, y hoy lamentablemente poco vista, entrega por el arte y la ciencia. Fuimos ciudadanos y compañeros de la República de la Estética.
Magda Eunice, en su creación plástica se movía la búsqueda de esencias y fue precisamente en la arquitectura donde encontró la articulación estructural del arte. Desde que empezó su trabajo pictórico se empeñó en demostrar que además de las realidades directas o conscientes y oníricas, había otras realidades que precisamente el arte tiende a descubrir. En este sentido, siempre me dio la impresión que el arte que ella buscaba, eran esas dimensiones inconmensurables de la vida misma.
Magda Eunice Sánchez ofrece como calidad muy propia, la presencia del ser humano y sus demandas, en una metáfora inconclusa o ventana abierta a la visión múltiple del mundo y sus misterios. Allí donde el arte nos invita a una experiencia inédita de posibles marcas olvidadas en la exégesis del sujeto y ahora desfilando en pantallas oníricas. El primer mensaje que nos ofrecen sus cuadros, es de una constante inquietud y contrapunto, como fuerzas fundamentales de su relación sanguínea con lo imposible y con el dolor de lo fugaz. La distorsión y transparencia obedecen, en su construcción plástica y poética, no al alejamiento de la formalidad arbitraria que el delirio común del lenguaje impone, sino a una rara condición simbólica de algo que escapa a la percepción directa. Estamos hablando de un tema constante de Magda Eunice: la dramática historia de la implenitud del ser humano
Magda Eunice con su obra inapelable, nos obliga a ver no sólo con los ojos sino con la subjetividad profunda, sólo así podemos seguir la ruta de su transposición creativa. Se trata para el caso del acrílico Los magos y la música. Los fondos son oscuros y las figuras esfumadas en tres planos contienen una interna articulación entre interioridad y exterioridad que responde, dentro del tema humano integral, no a un proceso de evolución sino de estructura. El quehacer espiritual está relacionado dentro de un dinámico mosaico. En este cuadro de énfasis intimista, se ofrece un movimiento de seres y lugares en especiales aproximaciones y perspectivas. La función dual de las imágenes esfumadas sobresalen del espacio oscuro ligando lo virtual y lo real en puntos de necesario y mutuo apoyo. Esta misma técnica la observamos en otros de sus cuadros en acrílico: La ventanita, Los pájaros, Encuentro con el águila y Bailarinas. La anterior serie produce en el espectador, un sentimiento inusual por la extraña dimensión subyacente: un acercamiento a la sutileza que guardan los seres y las cosas y la transposición de la imagen que no pierde su esencia. Como si fuera una radiografía, penetra a un nivel que permite descubrir la propiedad novedosa de los motivos plásticos. En Magda Eunice este proceso constituye un tránsito al éxtasis dentro de un delicado y estudiado cromatismo.
Magda Eunice en sus cuadros en acrílico El collar, El vestido de vuelos y El hombre del tarro, conserva una línea constante de navegación metafísica, elaborando una obra pictórica que se aleja hasta sus límites últimos de la imitación realista, con la intensión de descifrar un secreto sumergido. Las figuras humanas dan paso a la insinuada presencia de su contenido inexhaustible, y por tanto, a su carácter visible e invisible. Los pretextos usuales en estos tres cuadros y su fondo metonímico, encubren y transparentan algo más allá de su apariencia directa.
Magda Eunice Sánchez en su asombrosa expresión plástica, en su exquisita sensibilidad y con su penetrante intuición, ofrece un arte cuyo discurso mágico reelabora la vía de lo imposible e inalcanzable de la realidad total del ser humano. Su obra plástica en este sentido posee su propio impulso cardíaco de un rico universo onírico que flota en el marasmo suave del enigma.
He repetido su nombre porque habrá que nombrarla siempre muchas veces. Guatemala ha perdido a una artista extraordinaria. Magda Eunice, mi querida amiga y ex-alumna, sólo me queda ahora expresar la paráfrasis de Lorca: «qué solos se quedan los vivos».