ílvaro Colom, ingeniero industrial vuelto político y uno de los tres sacerdotes mayas ladinos en Guatemala, logró crear la mayor formación política, pero se le critica falta de carisma para gobernar un país que necesita determinación para acabar con el crimen organizado y la impunidad.
Conocido como ’gavilán’, su ’yahual’ maya, equivalente al signo del zodiaco occidental, de 56 años, Colom estudió ingeniería industrial porque quería trabajar con la gente.
«Yo buscaba una ingeniería que tuviera relación con el ser humano, y la única que encontré fue la industrial, porque tiene que ver con la administración humana, por eso me decidí a cursarla», aseguró recientemente en una entrevista con el diario Siglo XXI.
De hecho, no esconde que el trabajo que más satisfacciones le ha proporcionado a nivel personal fue su puesto de director del Fondo Nacional de la Paz (Fonapaz) de 1991 a 1997, el cual buscaba mejorar la calidad de vida de la personas pobres del área rural, azotada por la guerra (1960-1996).
«Atendimos a casi nueve mil comunidades, pero también estuvimos en el proceso de atender a los refugiados y desplazados (por el conflicto bélico), así como en la resolución de conflictos de tierras», dice.
Sus detractores lo acusan de falta de liderazgo y de haber permitido en su partido ?el mayor del país con 80.000 afiliados? la presencia de agentes del crimen organizado.
Incluso lo ven como un pelele de su impulsiva y enérgica esposa, Sandra Torres, quien, aseguran los detractores, controla una facción del partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) de corte socialdemócrata.
Estas críticas las refutan sus seguidores que ven en él a un líder que ha ido ganando experiencia tras dos intentos previos de llegar a la presidencia de Guatemala, forjándose como político de raza tras sus experiencias como empresario y funcionario público.
En cualquier caso, denigra la promesa de campaña de su rival en la contienda del domingo, el general retirado Otto Pérez Molina, quien aboga por la ’mano dura’ para cercenar sus aspiraciones, por tercera vez, a convertirse hoy en el próximo presidente de Guatemala.
«La mano dura la hemos tenido durante más de 50 años y es la que tiene a Guatemala sumida en la pobreza, en la mala educación y la falta de medicamentos en los hospitales», afirmó este sacerdote maya, de voz suave y maneras exquisitas.
Su tendencia socialdemócrata ?compartida por su compañero de fórmula a la vicepresidencia, el prestigioso cardiólogo Rafael Espada? levanta ampollas en una sociedad conservadora y un sistema económico ultraliberal del que sólo se benefician un puñado de poderosas familias, mientras más de la mitad de los 13 millones de guatemaltecos viven en la pobreza, sobre todo los indígenas, el 60% de la población.
Ni su pasado empresarial como directivo de la maquila ni su paso por el Ministerio de Economía como viceministro, en 1991, en el gobierno de Jorge Serrano Elías, han logrado tranquilizar al empresariado local, inquieto de sus intenciones.
Sobre todo, porque de llegar al gobierno podría intentar poner fin a sus privilegios: exoneraciones fiscales, bajos salarios, flexibilidad laboral, políticas de salvataje financiero, evasión fiscal, fortalecimiento del solidarismo en detrimento del sindicalismo, o mejorar el deplorable sistema de salud pública.
«En síntesis, los intereses que están en juego son muy poderosos y quienes los dirigen esperan continuar trabajando con un Estado flexible y por supuesto, manteniendo sus piezas (tecnocracia e intelectuales) en puestos claves», resume un reciente informe del Instituto Centroamericano de Estudios Políticos (Incep).