Ludwig Wittgenstein o el mundo de la vida (1/2)


Ludwig Wittgenstein nació en Viena en 1889. Perteneció a una familia acomodada lo que le permitió una esmerada educación. De personalidad fuerte, sensible y profunda, además de una mente brillante, tendió a la soledad y a la depresión. Interesado en las matemáticas puras, viajó a Cambridge para estudiarlas. Ahí­ conoció y recibió clases con el famoso filósofo Bertrand Russell, lo que contribuyó para que él mismo se decidiera a estudiar filosofí­a, llegando a ser uno de los más lúcidos e importantes filósofos del siglo XX, cuya influencia aún hoy se manifiesta en muchos cí­rculos intelectuales de todo el mundo. A la muerte de su padre rechazó la parte de la herencia millonaria que le correspondí­a, cediéndosela a su hermana. Siempre repudió la petulancia y llevó un estilo de vida sencillo que se manifestaba, incluso, en su forma de vestir. Durante algunos años se alejó de la filosofí­a, convencido de que con su primera obra habí­a resuelto todos los problemas filosóficos existentes pues, de acuerdo con algunas de las ideas de su primera etapa intelectual, consideraba que no habí­an verdaderos problemas filosóficos sino que, problemas de lenguaje. Al desentrañar la lógica interna del lenguaje, tales problemas se resuelven, o más bien, se disuelven. Después de este tiempo volvió a Cambridge y retomó su trabajo filosófico. Poco después le fue diagnosticado cáncer, muriendo en 1951.

Harold Soberanis*, haroldsoberanis@usac.edu.gt

Durante la Primera Guerra Mundial participó como voluntario. Asignado a un lugar donde la confrontación era escasa, empleó el tiempo que le sobraba en redactar su primera y famosa obra: el Tractatus lógico-philosophicus, más conocida simplemente como el Tractatus, en la que resume la primera etapa de su filosofí­a. Aunque Wittgenstein siempre negó pertenecer al movimiento filosófico conocido como Cí­rculo de Viena, cuya filosofí­a analí­tica estaba de moda en algunos paí­ses de Europa, su Tractatus contribuyó a que este movimiento se lograra desarrollar y ejerciera gran influencia en el mundo académico durante buena parte del pasado siglo.

La filosofí­a de Wittgenstein es bastante compleja como para pretender explicitarla en este artí­culo. Suele dividirse su pensamiento en lo que se ha dado en llamar «el primer Wittgenstein» y «el segundo Wittgenstein». El primero serí­a el Wittgenstein del Tractatus. El segundo, el de Las Investigaciones Filosóficas, obra póstuma que representa la segunda etapa de su original pensamiento filosófico. En esta obra, Wittgenstein se aleja de algunas de las tesis expuestas en el Tractatus y evoluciona hacia otras maneras de considerar la filosofí­a y el lenguaje.

En el presente escrito, sin embargo, lo que me interesa es presentar algunas de las tesis centrales del Tractatus, para demostrar cómo la filosofí­a wittgensteniana, al menos en esta primera etapa, puede ayudarnos a comprender, lo que ha dado en llamarse, el mundo de la vida. A mi juicio, y aún aceptando todos los errores que pueda contener el Tractatus, como muchos especialistas ya lo han señalado, considero que es precisamente el Wittgenstein de esta obra el más rico en ideas. Al ahondar en ellas podremos encontrar muchos matices, pensamientos no explí­citos, etc; que nos ayudaran en el intento por interpretar el mundo actual. Al igual que con Marx, aún queda mucho por descubrir en el pensamiento de Wittgenstein. Creo que estamos en el momento justo para releer y reinterpretar la obra de los grandes filósofos, pues el tiempo que vivimos así­ nos lo revela.

Según el primer Wittgenstein el lenguaje es un mapa de la realidad. Con el lenguaje únicamente puedo expresar lo que acontece dentro los lí­mites del mundo empí­rico, de ahí­ la afirmación wittgensteniana de que los lí­mites del mundo son los limites de mi lenguaje. Con esto lo que Wittgenstein quiere decir es que solamente puedo predicar aquello que está dentro del mundo empí­rico. Esto nos podrí­a hacer pensar que nuestro filósofo, al igual que los de la tradición analí­tica, herederos intelectuales del empirismo inglés, niega la posibilidad de una realidad no empí­rica. Empero, Wittgenstein no rechaza esa otra realidad, lo que lo vendrí­a a distinguir de los filósofos del Cí­rculo de Viena quienes sí­ niegan que pueda existir una realidad no empí­rica, con lo que ésta queda reducida únicamente a los hechos atómicos, punto central del atomismo lógico de Russell.

¿Qué es, entonces, lo que dice Wittgenstein? Lo que afirma este filósofo es que con el lenguaje únicamente nos podemos referir a lo que está dentro del mundo empí­rico, pero de ahí­ a negar que exista una realidad metafí­sica hay una gran distancia. De hecho, Wittgenstein deja entrever, al final del Tractatus, que existe algo más allá de lo empí­rico pero que, precisamente porque ese algo trasciende los lí­mites del mundo atómico, no lo puedo predicar, aunque sí­ lo puedo intuir. Dado que no podemos hablar de lo que acontece más allá de lo empí­rico lo mejor que podemos hacer es guardar silencio. El mismo Wittgenstein termina su famosa obra con la muy conocida sentencia: de lo que no se puede hablar lo mejor es callar, y él calla durante mucho tiempo.

Ahora bien, de lo expuesto en el Tractatus y más aún, de lo que no está escrito en él, y que vendrí­a a ser lo más importante de la obra, según su autor, podemos inferir que existe la posibilidad de que un sujeto colocado en el lí­mite del mundo pueda contemplarlo. Este es el sujeto metafí­sico. Dicho sujeto, situado en los lí­mites del mundo empí­rico puede observarlo. Nos encontramos ahora, con los dos elementos principales que, articulándose, configuran el mundo de la vida: el silencio y el sujeto metafí­sico.

El silencio nos permite intuir, vislumbrar otra realidad más allá de lo fáctico. El sujeto metafí­sico puede contemplar esa otra realidad y convertirse en la posibilidad del sentido del mundo de la vida. Este mundo no es, pues, solamente el de las cosas empí­ricas que acontecen en él, sino también el de aquellos hechos no materiales que nos conforman como seres duales: por un lado, entes empí­ricos determinados por una biologí­a compartida y, por el otro, seres que encuentran su sentido en la búsqueda de una realidad metafí­sica, en la necesidad de trascender. Trascendencia que no debe interpretarse únicamente en términos religiosos, como pretenden hacerlo ver las religiones establecidas.

En mi próximo artí­culo desarrollaré el concepto de mundo de la vida y lo relacionaré con la filosofí­a del primer Wittgenstein.

*Profesor titular de Filosofí­a

Departamento de Filosofí­a, Facultad de Humanidades, USAC.