«Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.»
Gabriel García Márquez
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Nos conocimos hace tres años en la universidad. Ella fue electa por el catedrático de uno de nuestros cursos para organizar los equipos de trabajo y me pidió que le colaborara. (Risas) Cómo olvidarla disfrazada de Mafalda en una de las tantas dramatizaciones que hicimos.
Recuerdo su rostro cuando le halé las orejas por una tarea de Salud y Ecología. Humildemente reconoció que había fallado. Me contó que el horario de trabajo no le permitió cumplir con la parte que le correspondía. Su franqueza jamás me hizo dudar de la excusa. Todo quedó resuelto con un «no hay clavo», y retomó la tarea.
Ella tenía un interés sobre los temas sociales, siempre buscó información para orientar a las demás personas. Ese era un rasgo muy distintivo de su personalidad, se esmeraba por compartir su tiempo, su espacio y sus conocimientos. Aclaró dudas, expuso su opinión, manifestó sus creencias, siempre con el afán de construir un diálogo dentro del marco del respeto. Aprendí mucho de ella.
Llevábamos algunos cursos en común y en los últimos semestres de la carrera compartimos en el mismo equipo de trabajo. Con el tiempo llegó la confianza que caracterizaba nuestra amistad. Compartíamos nuestras ideas, nuestros anhelos, nuestros deseos. Siempre me aconsejó con gran paciencia y terminaba diciendo: «Así que nada de tristezas, a pelar la mazorca», refiriéndose a que pelara las muelas. Nos reíamos tanto. Es algo que recuerdo continuamente, sobre todo en estos días de crisis y miedo.
Lucía Matute, Lucy, como cariñosamente le llamábamos, la mujer más tierna y risueña que he conocido en mi vida falleció hace una semana a sus 25 años. Padeció de leucemia. Todo fue tan pronto e inimaginable que duele aun más. La extraño, sus correos cuando no nos veíamos, sus chistes cuando nos reuníamos con amigos y amigas de la universidad, sus ojos de regaño cuando alguna de mis bromas tenía un toque de picardía o cierta maldad.
Una noche bastó para conocer su historia de vida, gran historia de vida. Seguramente esa historia la convirtió en la mujer que era: de gran carisma, luchona, simpática, trabajadora, solidaria, sincera. El conocer su origen me enseñó a valorar aun más lo que tengo, a darle valor a lo que verdaderamente merece la pena.
Hace un año, Lucy escribió un artículo que publicó en el boletín para jóvenes, en la iglesia a la que asistía. Tiene gran validez, sobre todo para quienes seguimos aquí. Consideré oportuno citarlo, para alentar a quienes se lamentan de la vida que tienen, cuando hay quienes tenían mil sueños por cumplir y que por alguna razón no están hoy con nosotros.
«Año Nuevo… Metas, sueños, propósitos, deseos, ilusiones y muchas otras cosas que vienen a nuestra mente… Cada año empezamos otra vez, en el trabajo, los estudios, en una relación amorosa, proyectos, y tantas cosas más (…) Hoy estás aquí: con vida, salud, vestimenta, amigos y con la oportunidad de aprender de í‰l y conocerle más. Busca a Dios y todo lo demás vendrá por añadidura, Dios tiene una lluvia de bendiciones para ti, solo debes pedirle, creerle, actuar y luego siéntate y recibe todo lo que Dios te tiene preparado».
Las creencias que manteníamos jamás fueron limitantes para nuestra amistad. La Teología de la Liberación me ha enseñado a hacer posible el Reino de Dios aquí en la tierra y Lucy sabía que yo no creo ni en cielo ni en infierno. Mas imagino que si el cielo existiera, sin duda alguna, ella estaría allí.