El público se muestra eufórico; ha pasado una larga semana en que tuvieron que soportar malos tratos, tráfico, apretazones de camioneta, cansancio, desvelos, hambre, etc. Por eso, cuando llegan a la arena de lucha libre, lo único que quieren es descargar adrenalina, ésa que acumularon toda la semana. En los camerinos, la situación no es distinta: los luchadores son también parte del pueblo; soportaron durante la semana los mismos problemas y llega, por fin, el fin de semana, en donde dejan de ser los obreros, mecánicos y albañiles, y, tras ponerse la máscara, se convierten en una especie de superhéroe, dispuestos a vencer la peor de las adversidades: ES LA LUCHA LIBRE.
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Como sucede con los héroes de ficción, que cambian de personalidad con sólo ponerse una capa, los luchadores del ring también se vuelven otros cuando se visten con máscara y un traje. Ya no se llaman Juan ni Rodelmiro, sino que se convierten en Rayo Chapín, Súper Eskéletor o el Arriero de Palopó. Escuchan el rumor del público allá afuera, que los espera en el ring. De repente, el anunciador grita su nombre, y por el acceso de los luchadores, como si estuviera emergiendo un dios del mar, sale, por fin, el luchador, ante los aplausos o abucheos del público, según las preferencias.
La lucha libre ha sido y es uno de los fenómenos culturales más vistosos, debido al alto grado de espectáculo, morbo, violencia, moda y secretividad que existe detrás de esta actividad. Sin embargo, la lucha libre guatemalteca ha dejado de ser lo que fue en sus años dorados, aquéllos en que era hasta más popular que el futbol nacional.
En otros países, la lucha libre sigue siendo un fenómeno de masas, incluso atrayendo a enormes cantidades de gente, como es el caso de la lucha de Estados Unidos, o, sin ir tan lejos, la popular lucha libre mexicana, ésa que Santo, Blue Demon y Huracán Ramírez se encargaron de internacionalizarla en las medianías del siglo XX.
Fenómeno cultural
Hace algunas décadas, todavía en los ochenta, la lucha libre en Guatemala era muy popular. Contaba con el apoyo de la televisión nacional y con la publicación de revistas especializadas en el tema. Además, la lucha internacional, como el programa argentino «Titanes en el ring», servía de caja resonante para aumentar el fenómeno.
Para explicar la historia reciente de la lucha libre en Guatemala, Relámpago Negro narra su experiencia de casi 30 años en la lucha libre.
El Relámpago Negro es el luchador en activo más añejo de la lucha guatemalteca. Se debut fue en 1979, pero entonces se llamó Furia Negra.
Un año después, modificó su nombre, y desde entonces es el Relámpago Negro. Para entonces, la lucha libre era aún un espectáculo digno, de masas. Había una sola arena, el entonces llamado Gimnasio Nacional, en donde se reunían al menos unas 5 mil personas. En ocasiones especiales, por ejemplo en eventos realizados en el Parque de la Industria, acudían unas 10 mil personas, que eran capaces de pagar el equivalente a, hoy día, 80 quetzales.
Muy atrás, cuando el futbol no era profesional y no atraía tanta gente, la lucha libre ayuda a financiar el deporte en general.
Para entonces, dice el Relámpago Negro, la lucha libre en verdad era profesional. Antes de iniciar como luchador profesional, tuvo que prepararse durante dos años para aprender todo; tres horas diarias para lograr entrenarse, y de igual forma sucedía una vez ingresó a luchar en las arenas.
La lucha libre era un espectáculo serio, en donde el luchador debía aprender, antes que todo, lucha olímpica, ya que ésa es la base. En adelante, se podía incluir maromas, lanzamientos desde la tercera cuerda y alguno que otro golpe a mano limpia.
Pero, según el Relámpago Negro, hubo una mala época en que empresarios querían dar mucha espectacularidad afectando la credibilidad, lo que poco a poco fue molestando a la gente.
El negocio de la lucha era antes lucrativo, del cual se podía obtener una buena plata, por lo que muchos empresarios quisieron entrar en él, y hasta llegaron a sacar de las gerencias de las arenas a los que sabían, como José Sari y Edgar «He Man», quienes fueron los últimos empresarios de la época de oro de la lucha libre en Guatemala.
El luchador promedio de antes podía llegar a ganar 1 mil 200 quetzales, sólo con formar parte de la rotación de una arena, lo que dejaba una buena posibilidad económica; los luchadores podían dedicarse a ello, y sólo complementando sus ingresos con trabajos extras.
Ahora es al revés, porque los luchadores deben mantener un trabajo fijo toda la semana, lograr entrenar, si bien les va, seis horas a la semana, y llegar a la arena el fin de semana, para intentar ganar 200 quetzales si pelean.
Actualmente, la Arena Grecia, Guatemala México y la Corporación Triple A (a la que pertenece el Relámpago Negro, en la 16 calle y 8a. avenida de la zona 1), tienen actividad el domingo, y la Arena Internacional y la Olimpo, los sábados.
Desde 1997, calcula Relámpago Negro, la lucha libre empezó en franca caída, ya que el espectáculo perdía calidad y la gente lo notaba y dejaba de asistir. Hoy día, a las arenas sólo llegan unas 200 personas, que pagan 20 quetzales por ingresar.
Pese a que ha perdido popularidad, la lucha libre sigue conservando la esencia de sí misma; los trajes, las máscaras, el misterio, la lucha entre técnicos y rudos, la adrenalina y el misticismo, siguen siendo parte importante del espectáculo.
Cuestión de actitud
Después de atender su negocio de comida toda la semana, unas señoras llegan a la arena para observar a los luchadores. Necesitan descargar energía acumulada. Si es posible, enrollarán su suéter y con el bulto formado tratarán de pegarle a un luchador que les cae mal, pero con cautela porque éste es capaz de voltearse y ladrarles (literalmente).
í‰sa es la lucha: una ocasión para tomarse la justicia por sus manos, luego de sufrir tanto en la semana. Antes las rivalidades formaban una parte importante de esta cuestión, sobre todo en la famosa división entre rudo y técnico.
Según Relámpago Negro, lo que hace diferencia entre uno y otro, es la actitud. El técnico se vincula más a lo bueno, a la justicia; por eso, hace uso de la lucha olímpica y, más que golpear a su rival, buscarán hacer que se rinda con una bonita llave; para ellos, eso es más vistoso que noquearlos.
En cambio, el rudo está vinculado con la «maldad», con lo bruto y lo agresivo; golpeará sin piedad a su rival y, además, intentará hacer trampa, hacer golpes bajos o prohibidos, sin que el réferi observe. Incluso, tiene preparados algunos artilugios, como pañuelos con cloroformo, o tirar polvo picapica a los ojos del contrincante.
El técnico gana aplausos, y el rudo, abucheos; ambos parecen estar satisfechos con eso. Por supuesto, que hay algunos aficionados que les gustan los justicieros técnicos, pero hay otros, cansados de ser buenos y de no conseguir nada por el «camino correcto», apoyarán a los rudos, que harán cualquier cosa por ganar.
En la misma línea, se puede decir que hay árbitros que favorecen lo bueno, y otros que parecen favorecer a los rudos; otros parece que se hacen los desentendidos, en beneficio, también, de los rudos.
Según Relámpago Negro, en las arenas hay dos vestidores: uno para técnicos, y otro para rudos. Los árbitros, según su inclinación y favoritismos, se irán a uno u otro para prepararse. Es decir, que hay réferis que sí prefieren a los técnicos y otros a los rudos.
Entre los compañeros de vestidores, todos se conocen; se muestran sus rostros sin máscaras sin temor a traiciones. Pero, eso sí, no ofrecen su identidad al rival.
¿Es real?
Uno de las dudas que despierta siempre la lucha libre es si realmente hay golpes, ya que la mayoría luce fingido.
Según Relámpago Negro, todo es real, y para muestra enseñó los 14 puntos internos y externos que le aplicaron luego de que fallara un lanzamiento desde la tercera cuerda.
Lo que pasa es que previo a luchar deben aprender a caer bien, a fin de no golpearse, además de tener una buena condición física para soportar.
Pero, según el entrevistado, eso mismo es lo que ha afectado a este espectáculo, ya que actualmente muchos luchadores no se preparan y con sólo ingresar quieren pelear. En vez de hacerlo, empiezan a payasear.
Sin embargo, Relámpago Negro es uno de los luchadores que aún procuran la calidad de la lucha libre. Aparte de pelear cada domingo, entrena a jóvenes valores para que ingresen al negocio.
Si quiere observar un espectáculo de calidad aún en este fenómeno cultural, en donde máscaras y trajes tienen simbolismos, la algarabía tiene una explicación antropológica y la lucha entre el bien y el mal adquieren tintes éticos y hasta teológicos, acuda mañana a la arena de la Corporación Triple A (16 calle y 8 avenida zona 1), en donde Relámpago Negro y otros, lucharán contra peladores mexicanos, que han venido con mucha descortesía y petulancia a decir que allá la lucha es mejor, y han venido los luchadores conocidos como Violencia y Rey Pacal. ¡A ver qué pasa!
La lucha libre ha sido un fenómeno que ha abarcado varias latitudes en el mundo. A pesar de que surge a raíz de un deporte como la lucha olímpica, su alcance ha llegado a ser una buena opción para ser de los programas televisivos más rentables o que han sido plasmados en el cine.
Viene a la memoria la espectacular serie televisiva «Titanes en el Ring», una especie de telenovela, pero que se desarrollaba en un cuadrilátero. Fue creado por Martín Karadagián, un hijo de inmigrantes en Argentina que aprendió desde pequeño la lucha grecorromana.
Martín logró dar en el punto del dramatismo que conlleva la lucha libre. Obviamente, el espectáculo no se basaba únicamente en la habilidad física de los luchadores, sino que también había una historia que seguir. Los simbolismos de las naciones, en donde asomaron sus narices la Guerra Fría y hasta la Guerra de las Malvinas, eran representados. Pero, más que eso, los simbolismos familiares de una Argentina en depresión por las dictaduras.
Martín Karadagián, quien asumió la figura de un hombre bueno, vencía al final de cuentas. La momia negra y la momia blanca eran las mismas personificaciones del bien y del mal. Además, otros personas que no luchaban, pero que sí actuaban, como El Hombre de la Barra de Hielo, que sólo se limitaba a dar una vuelta por las afueras del ring, a fin de mantener la atención de los niños.
Más recientemente, la lucha de la WWE en Estados Unidos, se ha convertido en uno de los negocios y espectáculos más rentables, con la capacidad de llenar grandes estadios cada semana. A comparación con Titanes en el Ring, la WWE parece una telenovela, en donde rivalidades fuertes van armando una trama durante semanas. Sin embargo, en Estados Unidos parecen tomarse más en serio el espectáculo físico ya que, por medio de artilugios y uno que otro golpe bien dado, la fortaleza se transpira en el aire.
Ha sido tan riesgoso que en esos cuadriláteros se registró una muerte, por una caída accidental sufrida durante una pausa. Asimismo, se ha visto de luchadores de la WWE que se alejan por un tiempo para someterse a operaciones y recuperaciones tras severos golpes sufridos.
Pero, sin duda alguna, la lucha libre que más alcances ha tenido es la mexicana, sobre todo por los aportes que hace décadas hicieran los luchadores de esa nación. Iniciando con Gorki Guerrero, quien se convirtió en el primer campeón de una competición que se hiciera a nivel mundial, por lo que se le consideró el mejor luchador libre del mundo. Sus herederos actúan hoy en la lucha libre de Estados Unidos.
Pero la mayor referencia del fenómeno de la lucha libre de México es la del Santo, el enmascarado de Plata, quien logró apertura internacional gracias a sus películas, en donde actuaba como un luchador que se dedicaba, en su tiempo libre, a combatir el mal en México. Así, científicos locos, vampiros, zombies y otro tipo de personajes de la ciencia ficción, tuvieron que vérselas con el Santo, quien con el uso de recursos tecnológicos avanzadísimos, golpes de puro músculo y una buena mezcla de música de jazz, causaron furor en el cine, con películas que han sido dobladas y presentadas en todo el mundo.
Más realista que las películas del Santo, es la trilogía de Huracán Ramírez, que fue personificado por el actor mexicano David Silva y el luchador homónimo, que hacía las escenas de lucha, y que presentaban los problemas más familiares del luchador; sin embargo, la última entrega de la trilogía, ya se incluían mutaciones y vampiros.