íšltimos toques a trono de ébano


FOTO LA HORA: ATTILA KISBENEDEK

El maestro en la carpinterí­a Arpad Rostas de pie sobre su famosa escalera restaurada en el hospital Marcali, en Budapest.» title=»FOTO LA HORA: ATTILA KISBENEDEK

El maestro en la carpinterí­a Arpad Rostas de pie sobre su famosa escalera restaurada en el hospital Marcali, en Budapest.» style=»float: left;» width=»250″ height=»376″ /></p>
<p>Arpad Rostas, un ebanista y escultor de la ciudad húngara de Marcali, tuvo hace unos meses, en un sueño, la visión de un trono para el papa Benedicto XVI, de roble macizo y de 2,5 m de altura, dorado con oro fino, decorado con angelotes y con un poema incrustado.</p>
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«Una noche tuve el sueño de tres tronos iluminados con una luz intensa. Al amanecer bosquejé los croquis en papel y envié una carta al Vaticano, pues sabí­a que me habí­an llamado para realizar un trono para el Papa», explicó este ebanista de 47 años.

La aventura será consagrada con una ceremonia oficial el 22 de diciembre cuando entregue el trono en el Vaticano.

«Grabaré en un lugar secreto «Que el Señor proteja a Benedicto XVI»» así­ como el poema, precisó subrayando que escogió un roble de 200 años para su proyecto.

La lista de pedidos y realizaciones de este hombre delgado contiene contratos que van más allá de su pequeña ciudad a 200 km al suroeste de Budapest. Lo solicitan de Francia, Alemania, Austria, Gran Bretaña y Holanda.

Arpad Rostas, a diferencia de sus competidores, no rechaza las renovaciones de objetos a veces muy deteriorados. Participó, entre otros proyectos, en la reparación del parqué de la Sala de los Espejos y en una mesa de Luis XIV en el Castillo de Versailles, del artesonado del Museo del Louvre, sin olvidar los castillos del departamento francés de Calvados, en Baja Normandí­a (norte).

Este ebanista, orgulloso de tener éxito allí­ donde otros fracasaron, dio vida nuevamente al pórtico de la embajada de Hungrí­a en Viena y a los muebles del Castillo de Neuschwanstein, en Baviera (sureste de Alemania).

«Los franceses y los austrí­acos quieren preservar hasta el clavo más pequeño en los objetos antiguos, mientras que para los alemanes tiene que ser ante todo funcional», confí­a.

En su paí­s, Hungrí­a, le exigen «certificados y diplomas» que no tiene, lo que le impide trabajar con su nombre.

A pesar de las cartas de referencia como los trabajos de reparación del espléndido edificio neogótico del Parlamento húngaro, de la sinagoga más grande de Budapest y de la embajada de Suecia, el ebanista y escultor no tiene un diploma profesional.

Sus padres, gitanos, lo abandonaron luego de su nacimiento en un hospital. Creció en un orfanato y no tuvo la suerte de continuar los estudios que soñaba seguir para «convertirse en el mejor restaurador del mundo».

Este autodidacta aprendió su arte en los museos y en las bibliotecas.

Su técnica de restauración de cómodas, camas y otros muebles comienza con una meticulosa limpieza seguida por la extracción de las partes podridas y la insersión de partes de madera especialmente escogidas y tratadas en un baño con materias orgánicas.

Arpad utiliza tanto los jugos de frutas y verduras (papas, ajo, bayas) como «los excrementos de caballo e incluso la orina humana» antes de hervir la madera en aceites esenciales, explicó recordando que no sólo Leonardo Da Vinci sino también los egipcios recurrí­an a sustancias inesperadas.

«Mis armarios restaurados no huelen mal, ni a viejo, ni a moho», se felicitó.

Destacó que entre los desafí­os aceptados, algunos resultaron ser muy delicados. Entre ellos citó la restauración de una escalera de caracol de 1880 en un palacio de Marcali cuyos escalones cambian de color con la luz del dí­a. Pero toda su estructura reposaba en un único clavo invisible. «Me quedé una noche meditando antes de tener la visión de ese clavo», explicó.

Actualmente quiere dar los últimos toques al trono del Santo Padre, y luego buscará trabajo en el extranjero, donde su talento es más apreciado.