A menos de cien días de la fecha de apertura de la Exposición Universal de Shanghai, miles de obreros de todos los oficios trabajan día y noche para terminar los pabellones de los 192 países que participarán en un evento en el cual las autoridades chinas aspiran a batir todos los récords.
El presupuesto de la Exposición Universal, la primera que se organiza en un país en desarrollo, es de unos 4.500 millones de dólares, que se agregan a los 15.000 millones de dólares que invirtió Shanghai, la antigua «Perla de Oriente».
Esas sumas no toman en cuenta el costo de la ampliación del aeropuerto de Pudong, la construcción de nuevas autopistas y líneas de metro y la renovación de numerosos barrios que convirtieron a Shanghai en una obra permanente.
«Noventa por ciento de la obra está terminada, ahora es el comienzo de los trabajos de interior», declaró Xu Bo, comisario general adjunto de la Exposición Universal que abrirá sus puertas el 1 de mayo próximo.
«Tenemos confianza, trabajamos desde hace ocho años», agregó Xu Bo, para quien «la exposición es un signo de potencia» y una ocasión para volver a asombrar al mundo, menos de dos años después de los Juegos Olímpicos.
En efecto, China aspira a batir todos los récords: mayor superficie dedicada a una Exposición Universal, cantidad de países y cantidad de visitantes (entre 70 y 100 millones).
Para disponer de los 5,28 km2 dedicados a la Expo-2010 a orillas del río Huangpu, la alcaldía tuvo que cerrar 272 fábricas «muy contaminantes» y un astillero y desplazar a 60.000 habitantes de la zona.
Albañiles, soldadores, electricistas y plomeros finalizan los pabellones circulando entre montañas de tierra, pirámides de bolsas de cal y gigantes rollos de cable.
Algunos pabellones sorprenden por su arquitectura audaz. El pabellón británico se parece a una bola de varas de acrílico, el de Polonia evoca el papel recortado, mientras que el de Alemania tiene varios volúmenes y ángulos incisivos.
Japón optó por una especie de tortuga violeta y Holanda por un tulipán amarillo rabioso, mientras que Rumania construyó una gran bola verde y Finlandia un inmenso bol blanco.
Pero, por encima de todos, impera el pabellón chino, una grandiosa pirámide roja invertida recubierta de paneles solares.
Más lejos, casi tan grande como el pabellón chino, se perfila un inmenso platillo volador, el edificio de la mayor sala de concierto del mundo con capacidad para 18.000 personas.
Con el eslogan «Mejor ciudad, mejor vida», Shanghai aspira a mostrar una urbanización durable y lo más ecológica posible.
En el bulevar de la Exposición, todavía sin terminar, inmensas trompetas deben captar la luz solar para iluminar las galerías o el agua de lluvia para regar los espacios verdes.
Los organizadores ya vendieron 18 millones de entradas, más de lo que estaba previsto a menos de cien días de la apertura.
Se calcula que casi un millón de personas visitarán la exposición que debe durar seis meses, lo que plantea complejos problemas de seguridad.
«Algunos días intentaremos limitar la cantidad de visitantes», dijo Xu Bo, que calcula que unos 3,5 millones de extranjeros visitarán la exposición.
«Queremos que los extranjeros vengan», dijo Xu Bo, al ser interrogado sobre eventuales restricciones de visas.