En el sistema de Naciones Unidas corresponde al Consejo de Seguridad de la ONU la adopción de medidas de urgencia para sancionar acciones que puedan derivar en la generación de conflictos, pero en los últimos días hemos visto cómo ese órgano se muestra incapaz de actuar con apego a las normativas del derecho internacional debido a la presión que significa la certeza del veto en caso de que se adopten sanciones contra algunos Estados miembros.
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Primero fue el caso de Corea del Norte que tras la agresión a Corea del Sur no recibió la retopada que en realidad correspondía, porque el papel de China en el Consejo de Seguridad impide que se puedan emitir resoluciones que sean acordes con la dimensión y gravedad de los hechos. Ahora ha sido el tema del ataque de Israel a un convoy de ayuda humanitaria, en el que si bien el Consejo de Seguridad condenó el hecho, se abstuvo de condenar expresamente al Estado de Israel por la agresión que causó la muerte de civiles en aguas internacionales, y eso porque Estados Unidos nunca apoyará una resolución que condene de manera directa y expresa a un estado con el que mantiene estrechos vínculos.
Hace algún tiempo se viene hablando en el seno de Naciones Unidas sobre la necesidad de reformar el organismo de cara a una nueva realidad política mundial. Recordemos que cuando se fundó la ONU recién había terminado la Segunda Guerra Mundial y el papel protagónico de los aliados en ese conflicto se reflejó no sólo en la composición del Consejo de Seguridad que asignó el papel de miembros permanentes a esas naciones que se aliaron durante la guerra para luchar contra Alemania y Japón, sino que además se les asignó el derecho a veto, lo que deja a los restantes miembros rotativos del Consejo en una condición de puro y simple acompañamiento porque por mucho que pudiera haber mayoría para una resolución enérgica, la misma está condenada al fracaso con el simple veto de uno de los miembros permanentes.
En ese contexto, las resoluciones en casos muy delicados como los dos que apunto arriba, tienen que ser objeto de serias negociaciones en busca de consensos que al final de cuentas debilitan el poder del Consejo, porque se tiene que mediatizar el resultado para que sea aceptable de conformidad con los intereses de las grandes potencias. Mientras subsista esa situación, el papel de la ONU como garante de la paz mundial siempre será reducido, porque en muchos de los conflictos aflora el interés primario y directo de los miembros permanentes del Consejo y en los otros casos esos mismos miembros tienen sus alianzas que les hacen proteger a estados que en forma flagrante violan el derecho internacional.
El presidente de Brasil ha dirigido una ofensiva para la reforma del sistema de Naciones Unidas, pero se topa con la oposición y, otra vez, el veto de los países que no van a renunciar al privilegio que les significa el poder imponerse aún contra la abrumadora mayoría de Estados que están trabajando realmente en busca de mecanismos de paz y convivencia. La agenda particular de las potencias siempre se impone y eso convierte a la ONU en una cacharpa inútil que no puede cumplir el más importante de sus fines, como es la prevención de conflictos en distintas partes del mundo para erradicar el fantasma de las guerras. Irak fue una muestra de que la ONU vale un pepino a la hora de la verdad y ahora con las agresiones de Corea del Norte y de Israel, en actos que son puro terrorismo de Estado, se ratifica esa débil condición del órgano multinacional.