Los últimos momentos de Allende


Soldados y bomberos cargan el cuerpo del presidente chileno Salvador Allende, enrollado en un tapiz boliviano que estaba dentro del Palacio La Moneda. FOTO LA HORA: AP El Mercurio

El doctor Patricio Guijón recuerda ví­vidamente el instante en que el presidente Salvador Allende se voló la cabeza con una ametralladora que le regaló su amigo Fidel Castro, pese a que han transcurrido casi 38 años del golpe militar en Chile.

 

Por EVA VERGARA
SANTIAGO DE CHILE / Agencia AP

Allende fue elegido presidente en 1970 y puso en práctica un inédito modelo: alcanzar el socialismo por la ví­a pací­fica, utilizando las instituciones democráticas.

Pero su experimento fue interrumpido por un golpe militar comandado por el General Augusto Pinochet y respaldado por el gobierno de Estados Unidos. Allende fue derrocado el 11 de septiembre de 1973.

El mandatario fue informado muy temprano del movimiento de tropas y se dirigió al palacio de La Moneda, la sede de gobierno ubicada en el centro de la ciudad, con algunos ministros, colaboradores y sus guardias personales, conocidos como GAP (Grupo de Amigos Personales).

Pese a algunas voces contrarias Guijón, en entrevista exclusiva con la Associated Press, se reafirma en que él fue el único en ver a Allende suicidarse. Algunas personas, principalmente izquierdistas, mantienen la tesis de que no se suicidó.

Menos de una hora después de su llegada a palacio, comenzó el ataque de los militares al edificio construido a mediados del siglo XVIII.

– Pregunta: ¿Cómo era la situación dentro del palacio?
– Respuesta: «Nosotros estábamos en La Moneda, que se estaba incendiando, nos disparaban con metralleta por todos lados, sólo oí­amos la balacera porque estábamos en el interior, así­ que no es como para contar un relato pormenorizado… Estábamos jugándonos un poco la vida nosotros también porque no sabí­amos que iban a hacer los milicos».

Allende se paseaba entre sus colaboradores con un casco blanco en la cabeza y la ametralladora que le regaló el lí­der cubano cuando visitó Chile en 1972.

– P: ¿Cómo era el ambiente?
– R: «Una catástrofe, imagí­nese la situación de gente que está acostumbrada a ir al hospital a trabajar y por la tarde a la consulta… No tení­amos ni una clí­nica en La Moneda, tení­amos un aparato de presión y un parche curita por si alguien se golpeaba un dedo (dice riendo). Si algo le pasaba, Allende se iba a ir al hospital».

Como Allende se resistió y rechazó la oferta de los militares de abandonar el paí­s en un avión junto a su familia, los militares amenazaron con bombardear el palacio. Ya muchos miembros de la guardia de palacio se habí­an marchado.

– P: ¿Cuántas personas acompañaron a Allende hasta el final?
– R: «Nos quedamos unas 30 personas, entre médicos y guardias… Allende no obligó a nadie a quedarse».

Cuando Allende comprendió que no podrí­a seguir resistiéndose y que el final estaba próximo, dirigió su último e improvisado discurso al paí­s, transmitido por la única radio oficialista que seguí­a en el aire, radio Magallanes.

«Â¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente», dijo Allende al teléfono que llevaba sus palabras a la planta de la radio y de allí­ a los hogares de millones de chilenos.

«Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos», añadió.

Dos aviones Hawker Hunter sobrevolaron nueve veces sobre La Moneda y en cada pasada lanzaron, con precisión quirúrgica, 18 cohetes.

El bombardeo no causó bajas, pero sí­ enormes daños al edificio, que empezó a incendiarse, y quedó sin electricidad.

– P: ¿Qué pasó después del bombardeo?
– R: «Allende dijo rí­ndanse porque esto es una masacre, que las mujeres salgan primero y yo salgo al final y salimos todos y nadie pudo arrancarse».

– P: ¿Nadie se opuso a la rendición?
– R: «No, no habí­a nada que hacer, lo único que querí­amos es que no nos tiraran una bomba al momento de salir».

– P: ¿Qué hicieron en ese momento?
– R: «El doctor (José) Quiroga dijo: ‘Aquí­ hay una escoba’, me saqué mi delantal, pero al hacerlo, me saqué la máscara antigases que nos habí­an dado, le pasó el delantal y salgo, y cuando voy enfrentando la escalera para bajar, yo dije ‘pucha, primera vez que me declaran una guerra, cómo no le voy a llevar un recuerdo a mis niños’, y me devolví­».

– P: ¿Se apartó mucho del grupo?
– R: «Debo haber retrocedido unos 20 ó 30 metros para buscar la máscara. Buscando en el suelo en medio de la oscuridad, de repente veo que hay una puerta abierta, que hasta ese momento habí­a estado cerrada, que comunicaba al Salón Rojo, un poco mas ceremonioso. Ahí­ habí­a luz porque da a calle Morandé, con unos ventanales enormes».

– P: ¿Qué vio entonces?
– R: «Me asomó, habí­a luz y veo que al presidente —aunque en ese momento no sabí­a si era el presidente— habí­a alguien sentado en un sillón, a unos cinco u ocho metros».

«Lo que yo vi fue la levantada del cuerpo por el impacto de la metralleta, que era un arma de guerra y corrí­ (hací­a él, dice con la voz entrecortada) y vi que no habí­a nada que hacer».

– P: ¿En qué condiciones estaba el cadáver de Allende?
– R: «El cadáver de la persona que estaba ahí­ no tení­a cráneo prácticamente, estaba totalmente descubierto, la materia cerebral estaba repartida, incluso arriba en el techo habí­a un poquito».

– P: ¿En qué momento se da cuenta de que el cadáver era el de Allende?
– R. «Más que nada por las ropas, porque nos habí­amos saludado por la mañana, mucho antes. En ese momento no tuve ninguna duda de que era el presidente».

– P: ¿Qué hizo?
– R. «Me senté al lado, a la gente le cuesta creer, pero debo haber estado unos 15 ó 20 minutos absolutamente solo, en el Salón Independencia, con el cadáver del presidente».

Guijón agrega hablando en tercera persona: «El médico Patricio Guijón, sentado, ca… (muerto) de susto y sin saber lo que iba a pasar».

– P: ¿Cómo estaba el cuerpo?
– R: «El todaví­a tení­a la metralleta…entre las piernas, los brazos colgando y sin cabeza prácticamente, de las cejas para arriba era irreconocible, el resto de la cara se desprende. Como tenia la metralleta entre las piernas, que quedó apoyada y yo estaba sentado a 20 centí­metros de esto, tomé la metralleta y la corrí­ al asiento de más allá…».

– P: ¿Como se sentí­a usted?
– R: «Impactado, porque son situaciones que uno no ha enfrentado nunca».

– P: ¿Qué pensó durante esos largos minutos?
– R: «Yo lo respetaba mucho. Fue pensar ¿y esto qué significa?. Estaba mirando la uerta y preguntándome ¿qué va a pasar ahora, estoy solo, afuera hay una balacera».

– P: ¿Cuánto rato pasó hasta que llegaron los militares?
– R: Deben haber sido unos 15 ó 20 minutos y aparecen por una puerta pequeña…»

– P: ¿Qué pasaba afuera, escuchaba algo?
– R: «Yo no oí­a nada porque la balacera era ininterrumpida, disparaban por disparar».

– P: ¿Llegaron muchos militares?
– R: «Dos conscriptos con la metralleta apuntando… y unos dos minutos después entró el general (Javier) Palacios con un ayudante (teniente Armando) Fernández Larios… los nombres los supe después».

Palacios murió en junio de 2006 de un ataque al corazón en su casa del vecino balneario de Viña del Mar. Fernández Larios huyó a Estados Unidos, donde vive como testigo protegido tras declarar sobre su participación en el asesinato del ex canciller chileno Orlando Letelier, en Washington. También participó en una llamada «caravana de la muerte», que recorrió ciudades del norte y sur, y dejó una estela de más de un centenar de ejecutados y desaparecidos.

Tras el arribo de los militares, el Salón Independencia —donde murió Allende— se llenó de peritos balí­sticos y de más militares. Guijón dice que,

«Una cosa simpática fue que llegaron los bomberos porque vení­an al incendio», dijo Guijón riendo. «Así­ fue la cosa, y del recuerdo de los niños, nada».

– P: ¿Qué pasó con el cadáver de Allende?
– R: «Habí­a un tapiz grande, a Allende lo enrollaron en eso y se lo llevaron. Hasta ahí­ puedo dar fe».

Fue llevado a la calle, donde sus colegas médicos, asesores y guardias de Allende estaban tendidos en la vereda, mirando al suelo, con los brazos cruzados adelante.

– P: ¿Qué pasó con sus colegas?
– R: «Le dije ‘general’… aquí­ están los médicos con delantal blanco. A él le llamó la atención y preguntó ¿por qué son tantos?, le dije, bueno distintas especialidades. Bueno, dijo, yo entiendo que los presidentes tienen que tener un equipo’, y los médicos se fueron para la casa».

Guijón estuvo detenido algunos dí­as en la Escuela MIlitar y luego fue llevado hasta la isla Dawson, en el helado Estrecho de Magallanes, donde permaneció tres meses y medio, fue devuelto a Santiago, donde quedó con arresto domiciliario hasta marzo o abril del año siguiente.

También le prohibieron salir del paí­s, porque, relata, «me dijeron: el caso suyo es bien especial. Uno aprende a obedecer las cosas sin preguntar».

Con el tiempo volvió a trabajar en el Hospital Salvador y hoy vive voluntariamente retirado en el campo, a unos 500 kilómetros de Santiago.

Muchos chilenos lo criticaron por haber entregado su versión de los últimos momentos de Allende. Habrí­an preferido que subsistiera la versión de que el presidente murió combatiendo. Guijón dijo que no se percató de todas las crí­ticas en su contra —algunos los trataron de traidor— pero yo no tuve ningún contacto con nadie, prácticamente hasta el dí­a de hoy, no tení­a ninguna militancia, no tení­a ningún contacto polí­tico».

La mayorí­a de los asesores de Allende que lo acompañaron hasta el final hoy integran la lista de detenidos desaparecidos. El hombre que dispuso su arresto y traslado a un regimiento cercano, el general retirado Hermán Brady, murió a comienzos de semana en el hospital militar, donde permaneció dos años en estado vegetal.