Pasados los cuatro primeros meses del año, los centros líderes en la producción de estadísticas, como lo son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina, han venido haciendo notar la denominada “ralentización” en la economía; es decir la permanencia de una fase en donde no se hacen notar fuerzas de despegue.
Llama la atención lo anterior, pues en el próximo mes de junio se cumplen ya cinco años de ocurrencia de la gran crisis financiera internacional, que tuvo como epicentro los Estados Unidos de América, y que se trasladó con cierta gradualidad hacia Europa y América Latina.
En el caso de América Latina llama la atención nuestro vecino del norte, México, siendo que hace unos días, varias asociaciones privadas urgieron a la Secretaría de Hacienda el asinceramiento de los datos, e informar a la población y la sociedad si no se está transitando hacia otra recesión.
Lo cierto es que las preocupaciones persisten en los más grandes: Brasil, México y no digamos Argentina, y si bien en Europa, y principalmente la Europa Mediterránea hay algunos signos alentadores, éstos vienen precedidos de años de dolor y angustia en dichas sociedades, con la consiguiente pérdida de empleos y costos sociales de gran tamaño.
Los expertos llaman la atención que es precisamente desde los años noventa, cuando América Latina emprendió sus reformas económicas de mercado, cuando el crecimiento se ve menguado, sobretodo si se le compara con el notable crecimiento de las décadas precedentes al denominado proceso de ajuste estructural de las economías.
Las promesas de mayores exportaciones, más crecimiento y menos desempleo han venido a cuentagotas, y si bien se observan ciudades más modernas, y una clase media más sofisticada y acoplada a la vida digital y exigente de hoy en día, las evaluaciones de impacto suelen ser críticas, debido al vaivén de los ciclos de negocios y a la incertidumbre que priva en los ciudadanos.
Un tema que viene sonando, gracias al sentimiento generalizado que está provocando en los países centrales es el referente a la desigualdad, siendo que el libro de Thomas Piketty, que magistralmente la ha medido, refiriéndose principalmente a los países más industrializados e importantes, ha ganado los sitiales más altos de popularidad en los propios Estados Unidos, siendo en el momento el Best Seller número uno, con libros agotados en las principales librerías.
Lo cierto es que algo pareciera estar sucediendo, y es que el famoso “modelo económico” dominante ha causado desilusión en el ciudadano de a pie, a quien le preocupa la merma de ingresos, el desempleo, y principalmente la incertidumbre que se genera en un medio en donde todo está siendo cambiante, y las inversiones duraderas y productivas parecieran estar concentrándose en la república de China continental y sus satélites: Vietnam, Malasya, Indonesia, y otros no menos importantes.
Las propuestas de solución se vinculan con el ramo de la educación para el trabajo, la búsqueda de innovación social, el emprendedurismo en los habitantes, y la promoción de proyectos productivos, vinculados con la industria y el desarrollo tecnológico. Se busca así que América Latina salga de esta nueva etapa neoextractivista, y que busque el valor agregado en los recursos que exporta, y que los asiáticos consumen para dinamizar su crecimiento interno y dar grandes saltos hacia la modernidad.