Los tí­tulos por delante


En nuestro paí­s, es común y «normal» valorar o descalificar a las personas tan sólo por su apariencia, su estado civil, su etnia, su género, su procedencia o su color de piel. Poco o nada importa su calidad humana, su autenticidad, su fidelidad y otras virtudes que constituyen el parámetro más justo y humano para valorar a nuestros semejantes.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

Desde hace ya mucho tiempo, talvez desde los inicios de nuestro mestizaje, es sabido que un recurso efectivo para aumentar o agregar valor a las personas es reconocer públicamente su tí­tulo o calidad académica. Hasta hace unos ochenta años, llamar a alguien bachiller (primer grado académico universitario) era reconocerle un status superior al del común de sus conciudadanos, como lo podemos comprobar en algunas obras de Pepe Milla o de Galich en su obra «Mi hijo el bachiller». Poco tiempo después, con la abundancia de bachilleres, se hizo imperativo el reconocimiento público del grado de licenciado, y así­ se llenaba el ego de quienes tení­an ese grado, las ilusiones de quienes casi lo eran y la envidia, frustración y resentimiento de quienes pudiendo serlo, no lo eran. En el ámbito popular, aún se cree que el grado de licenciado es lo más alto a que puede aspirar un hombre profesional y «culto».

Desde hace pocos años y con la abundancia de licenciados, las maestrí­as se convirtieron en el afán de muchos que querí­an distinguirse nuevamente del montón, y así­ exigí­an el reconocimiento público de maestros.

Pero eso de «Maestro», «Máster» o «Magister» como que no muy calaba en la idiosincrasia arraigada del populacho y muchos con este grado, siguieron exigiendo el reconocimiento público de licenciados.

En la actualidad se han puesto de moda en los mundillos de profesionales, los doctorados, hasta en teologí­a, cristologí­a y quien sabe en qué más ciencias y pseudociencias. Lo ridí­culo de todo esto se centra en que son muy abundantes los profesionales (Licenciados, Magister, Doctores) que exigen públicamente (hasta por la radio y la televisión) el reconocimiento de su grado académico, aún antes que a ellos mismos y su nombre, como si su persona dependiera del grado académico. Ellos mismos se llaman a sí­ mismos, Licenciado, Magister o Doctor, fulano de tal.

Tí­pica la actitud de subdesarrollados.