Luego del asesinato del comisario Víctor Rivera, surgen ahora toda una serie de testimonios ofrecidos por personas de distintos estratos sociales que se beneficiaron por el trabajo profesional que en el campo de la investigación hizo ese personaje que vivió en medio de un ambiente de misterio cabalmente por el tipo de trabajo que desempeñaba. Alrededor de él existían historias de todo tipo y no faltaron los que lo vinculaban con las actividades de limpieza social, especialmente en el período anterior, pero algunos consideran que a él le estaban sindicando de acciones que ejecutaban mandos policiales que posteriormente huyeron del país.
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El caso es que en nuestra Guatemala, donde resolver un crimen cuesta uno y la mitad del otro, Víctor Rivera se distinguió durante más de doce años por ser una excepción en cuanto a la norma de ineficiencia de la investigación policial. Su grupo de tarea no sólo se ocupó de prácticamente todos los casos de secuestro que ocurrieron en ese lapso y llegaron a conocimiento de las autoridades, sino también de otro tipo de crímenes como el robo de bancos y asesinatos destacados como el de los diputados del Parlamento Centroamericano y de los agentes que ejecutaron ese crimen.
Cuando el presidente Colom anunció que no sería renovado el contrato de Víctor Rivera como asesor del Ministerio de Gobernación hubo un notorio silencio en la opinión pública. En parte porque el gran público tenía poco conocimiento de lo que hacía este experto policial que vino de Venezuela tras una estadía en El Salvador para combatir la ola de secuestros que había en los años noventa, y en parte por los señalamientos formulados en su contra sindicándolo de ser responsable de acciones vinculadas con limpieza social.
Sin embargo, tras su muerte se escuchan infinidad de testimonios de personas que le tenían enorme agradecimiento porque en momentos críticos y muy difíciles de su vida, Víctor Rivera fue un consuelo como pocos puedan imaginarse. Siempre he pensado que no hay forma de delito más cruel que el secuestro por el dolor que se causa tanto a la víctima directa como a sus familiares que son objeto de las presiones para que paguen el rescate. Esa incertidumbre e impotencia era el ambiente en el que tenía que trabajar Rivera y por lo que se conoce, siempre actuó con diligencia con mucho espíritu solidario en busca de salvar la vida del secuestrado, como prioridad fundamental.
Y mejor hubiera sido para el Gobierno que esas reacciones que ahora se conocen sobre el carácter y el trabajo de Rivera se hubieran producido tras la decisión de rescindirle el contrato, que luego de su muerte, porque ahora no hay remedio y es evidente que la institucionalidad policial en Guatemala ha sufrido una pérdida de gran importancia porque todo apunta a que el comisario nacionalizado guatemalteco dirigía acaso la única unidad policial que estaba cumpliendo con su función en el combate contra las distintas formas del crimen. Por supuesto que mientras más efectivo fuera su trabajo más enemigos tenía y más celos tenía que despertar entre mucha gente, pero lo que ahora emerge de su labor es impactante y uno siente como que si ya estábamos desprotegidos, ahora lo estaremos más. Y en la medida en que esa idea sea general entre la población, el efecto negativo para el gobierno que decidió prescindir de sus servicios será cada vez más fuerte, con el agravante de que ahora ya es una decisión irreversible porque los asesinos se encargaron de hacerla irreparable.