Tras 45 días como rehén de los talibanes en la frontera entre Pakistán y Afganistán, el norteamericano Jere Van Dyk llegó a una conclusión sorprendente: el real enemigo no es la insurgencia islamista.
Las memorias «Cautivo: prisionero de los talibanes», único libro publicado de Van Dyk, deja claro que no todo es blanco o negro en Afganistán, ni siquiera su terrible calvario de 2008, ni menos aún la guerra que libra Estados Unidos.
«Cautivo» lidia con el temor y la confusión que experimentó Van Dyk cuando, junto a tres compañeros de celda afganos, rezaron juntos por sus vidas ante lo que pesaron ser una inminente ejecución por fusilamiento o decapitación.
En una entrevista con AFP en Nueva York, Van Dyk dijo que los talibanes, contrariamente a Al Qaida, no decidieron estar en guerra contra Estados Unidos.
Los talibanes «no son nuestros enemigos aquí (en Estados Unidos). Son nuestros enemigos porque estamos allá», dice Van Dyk en su apartamento neoyorquino decorado con flechas y otros recuerdos afganos.
Según Van Dyk, los talibanes están «aislados» y «endurecidos» tras años de guerra, pero son fundamentalmente un movimiento local, separado de la jihad global de Al Qaida. «La gente piensa que son la misma cosa, pero creo que son muy distintos».
Poca gente extranjera comprende la complejidad de Afganistán mejor que Van Dyk, de 64 años. Visitó el país y trabajó en él desde los años 70. En febrero de 2008, fue capturado mientras cubría a los talibanes desde el terreno, en la frontera entre Afganistán y Pakistán.
Todavía no recuerda quién lo secuestró, donde lo tuvieron escondido ni cómo fue liberado seis semanas después. No descarta que algunos de los afganos en quien había confiado y que lo ayudaron a preparar su viaje a la peligrosa región, fueron quienes lo traicionaron. «Hasta el día de hoy sigo sin saberlo, y ese pensamiento me persigue», agrega.
Esa opacidad, advierte Van Dyk, es un ejemplo de la compleja realidad que enfrentan Estados Unidos y la OTAN en su conflicto contra los talibanes y Al Qaida, respaldando al mismo tiempo al presidente Hamid Karzai y manteniendo complejas relaciones con Pakistán.
En la tierra apodada AfPak por los conocedores norteamericanos, nada es lo que aparenta ser, asegura Dyk.
Mientras que Pakistán es oficialmente un aliado cercano de Estados Unidos, los combatientes talibanes atraviesan libremente la frontera con Afganistán.
«Tuva la impresión muy clara de que de una forma muy compleja el ISI (servicios de inteligencia de Pakistán) respalda a los jefes de los talibanes», dijo. Y el hombre más buscado del mundo, el jefe de Al Qaida Osama Bin Laden, podría estar refugiado bajo su protección.
Tras observar los esfuerzos de sus captores para ocultarlo durante sólo 45 días, Van Dyk dice que es imposible que alguien del perfil de Bin Laden pueda permanecer una década entre gente común sin llamar la atención.
«Es demasiado importante para esconderse. Físicamente sería posible, pero es demasiado importante políticamente», asegura el autor. «Yo creo que el ISI lo está escondiendo en una base militar en algún lado. O tal vez en Arabia Saudita».
Esas complejidades y especialmente las poco transparentes políticas de Pakistán son lo que se oculta detrás de los titulares cotidianos en Estados Unidos sobre bombardeos y despliegues norteamericanos, asegura.
En lugar de celebrar victorias militares en remotos pueblos afganos, Washington debería vigilar más de cerca a las fuerzas que manejan el conflicto desde afuera, incluyendo a Pakistán.
«Son aquellos que sacan provecho geopolítico quienes son capaces de detener todo esto», dice Van Dyk. Y asegura que a los talibanes hay que hablarle un idioma distinto del de las balas.
«Tenemos que aprender a respetarlos», agrega Van Dyk. «Va a costar mucho hacerlo, y no sé si nuestra cultura está lista para algo así».