Hoy hace 50 años, en Washington DC. Martin Luther King habló ante la multitud y la cantante Mahalia Jackson le interrumpió diciéndole: “Háblales del sueño, Martin. Háblales sobre el sueño.” De inmediato el líder de los derechos civiles abandonó el discurso que había escrito, en el que estaba relatando el drama de la segregación y la lucha de los activistas por acabar con la desigualdad y dijo que a pesar de todo él todavía tenía un sueño. “Sueño que algún día esta nación se levantará para vivir de acuerdo al verdadero significado de su credo” que proclama que todos los hombres son creados iguales.
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Pronunciado ese discurso cuando las universidades se le cerraban a los negros en Estados Unidos simplemente por el color de su piel, cuando no eran admitidos en los baños para blancos y tenían que irse atrás en los buses pese al precedente de Rosa Parks en Alabama en 1955, cuando el gobernador de Alabama, George Wallace acababa de tomar posesión de su cargo diciendo “Segregación ahora, segregación mañana y segregación para siempre”, parecía más que un sueño una utopía. Para las generaciones actuales es difícil entender el significado del sueño de Luther King Jr. porque nunca presenciaron ese nivel de discriminación que hoy en día resulta difícil imaginar.
Martin Luther King Jr. dio la vida por ese sueño y años más tarde era blanco de las balas del racismo. Pero su sueño avanzó al punto de que se logró la aprobación de una ley de Derechos Civiles que terminó con la segregación. Como comenta alguien citado en la revista Time dedicada al evento, ciertamente se luchó por la igualdad y apenas se logró la integración, es decir, el fin de la segregación que era el racismo llevado a los extremos más descarados y burdos que impedían al negro llevar una vida normal, con acceso a los mismos sitios a los que tenían derecho de usar los blancos.
Cuando vemos las realidades de nuestro presente, uno piensa que hemos tocado fondo, que no hay forma de salir del atolladero porque no se ve luz al final de túnel. Hundidos en el mar de la corrupción y del egoísmo, que acabó por completo con elemental sentimiento de solidaridad para sufrir con los que sufren y luchar por los desvalidos, nuestro panorama se ve hoy tan difícil como lo deben haber visto los organizadores de la gran marcha que el 28 de agosto de 1963 reunió a una multitud en Washington para clamar por el cese de la discriminación.
El mismo gobierno de Kennedy, que no había concedido importancia al tema al punto de que ni siquiera hubo mención de los derechos civiles en el brillante discurso de toma de posesión, aceleró el esfuerzo exigiendo al Congreso la aprobación de una Ley de Derechos Civiles que acabara con esa macabra actitud de tratar a la gente de color como ciudadanos de ínfima categoría. Y tras la muerte de Kennedy, su sucesor, el sureño Lyndon Johnson, se empeñó en lograr el apoyo político para la aprobación final de la ley.
Martin Luther King había empezado su discurso haciendo un recuento de los problemas y de la forma en que él y su gente eran tratados por la sociedad norteamericana. Pero gracias a Mahalia Jackson cambió el rumbo de su disertación para empezar a soñar y ese sueño prendió la mecha que cambió al país.
Por eso digo que se vale soñar, que no es de ilusos pensar que llegará el día en que nuestros hijos sean valorados por lo que son y lo que hacen y no por la fortuna que amasen pero, sobre todo, cuando nuevamente la decencia y honestidad sean valores apreciados porque se contraponen a la voracidad de los corruptos que impiden el progreso humano. Y es que, contra lo que dijo el poeta, no siempre los sueños, sueños son.