Dejó todo preparado. En realidad fue su mamá quien luego de escuchar a unas señoras hablar creyó entender algo de San Nicólas y luego de buscarlo en internet decidió que era apropiado celebrar ese día como lo hacían los demás.
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El zapato estaba puesto, su botita blanca de los primeros pasos. La ventana era el marco perfecto, ya que la nieve empezaba a desprenderse, aún con recelo claro, de ese cielo algodonoso.
La noche llegaba antes, apenas eran las cinco y todo decía dormir, dormir, dormir. Luego de comer Inés se fue a la cama como siempre abrazando su colchita rosada y peluda, regalo de la tía Ade. No sabía quién era la tía y aún no podía diferenciar los colores, pero no podía dormir sin ella.
Mamá le contó de él. Un señor barbudo, un Santo, que le traería chocolates, eso último le sonaba más, leckerrrrr.
Luego de escuchar la canción del pobre zapatero que no puede trabajar no supo más. El sueño la envolvió y ahí apareció el barbudo, el mismo que dos días antes le dio una mandarina en el mercadillo, traía una bolsa de chocolates, mmmmmm. Y justo cuando se encaminó por la calle del Bosque, o sea rumbo a su botita blanca, Krampus se atravesó, lo tomó del brazo, lo subió a un avión y se lo llevó a Guatemala.
San Nicólas estaba sorprendido, ¡cuántas fogatas!, había calor. ¿Pero qué pasa, pensó Inés, si ya no estoy allá, estábamos muy cerca? Pero San Nicolás y Krampus se habían perdido entre las piñatas del Parque Colón.
Sshhhh, schhhh, llamaba Inés al Santo, pero él no escuchaba, el crujir de la basura no lo dejaba oír. ¿Qué pasa?, decía la pequeña, me he portado bien, pinche Krampus.
Pero tanto San Nicólas como Krampus estaban muy a gusto, en medio del calor de los fogarones, el tronido de los cuetes y la bulla de Guate. Mientras en la ciudad nevada muchos niños tenían pesadillas, miraban sus zapatos vacíos y daban vueltas en la cama.
Inés pensó que debía hacer algo y pidió a un locutor que andaba de fiesta que anunciara más calor de acuerdo al Insivumeh. Entonces apareció la lluvia, el viento sopló muy fuerte, los fogarones se apagaron y San Nicólas y el entrometido de Krampus se fueron al aeropuerto y regresaron a repartir los chocolates.
Al día siguiente, la bota de Inés estaba llena. No contaban con mi astucia pensó Inés antes de despertar. Creo que compré demasiados pensó la mamá, mientras veía la bota frente a la ventana con un velo blanco detrás del cristal.