Los sueños de Dulce Marí­a González


Grecia Aguilera

En la Galerí­a «El Túnel» de la Plaza Obelisco, zona 10 de la Ciudad de Guatemala, el jueves 5 de agosto de 2010 se inauguró la exposición de pintura «Guatemala es color» de la artista Dulce Marí­a González. La galerí­a está bajo la tutela de la reconocida artista Ingrid Klí¼ssmann de Solí­s y de su hijo Pedro Solí­s Klí¼ssmann, quien colocó ingeniosamente las pinturas en grupos simétricos y asimétricos que conjugan a la perfección con la iluminación, el área y el color blanco de las paredes de la galerí­a. La pintura de Dulce Marí­a deviene de sus propios sueños que se convierten en una realidad artí­stica en sus cuadros. Su intención es revelar con sencillez y candor las experiencias de su vida, la historia que chispea en su imaginación y se convierte en semblanza de su propia existencia, que al exteriorizarse nos muestra ese ser í­ntimo e intenso que la vivifica y consuela. De la abstracción de su conciencia surgen sus mágicos y coloridos ventanales que van viajando como las quimeras en la barcarola del espacio de los sueños, estos que desde lo más remoto del origen del pensamiento reflejan la imagen de la figura oní­rica, en la que a veces no existe la perspectiva, lo tridimensional ni la escala, y en los que Dulce Marí­a mezcla con fina intuición lo real y lo ficticio. Los matices y tonalidades que utiliza me recuerdan la sentencia del pintor de origen suizo, Paul Klee: «El color se ha adueñado de mí­». Los tí­tulos de los cuadros enmarcan aún más el estado aní­mico de la artista: «El mercadito», «Niñas con mascota», «La vida bajo el árbol», «Las vitrinas», «Girasoles en el campo», «Juanita tendiendo la ropa», «Barquito de la abundancia», «Plantación en el altiplano», «Los anturios», «Congestionada la carretera del Atlántico». Todo esto relacionado con su paí­s, lo que me hace meditar en mi poema «Canto a Guatemala» que dice lo siguiente: «Arrullan las cordilleras/ el peregrinar de las nubes/ y la humedad de la floresta/ vibra en mis manos/ como selva misteriosa/ multitudes de luciérnagas/ encienden el paisaje./ Helechos enroscados/ en los brazos de los árboles/ entonan madrigales/ avistan los gecos/ el amanecer./ Recubiertas de oro/ las milpas respiran/ el aire de los siglos./ Guacamayas verdeazules/ deambulan en los valles/ la montaña devorada/ en súbita oscuridad/ duerme en sordo clamor/ rodeada de abismos/ de polen, hierba y véspero/ viento y horizonte/ petatí­o de musgo/ aroma y sol.» Espontánea sorpresa de la exposición es una pequeña sombrilla de color negro, en la que Dulce Marí­a pintó a unas «niñas jugando». Aquí­ ella define la oscuridad «redonda» del espacio que impera en el Universo y que contiene al sol, astro que permite la vida de todos nosotros. En el acrí­lico sobre tela titulado «Campo con cultivos y aves» la generosa pintora nos traslada de nuevo al ciclo infinito del espacio tiempo del mundo de los sueños, de los espejismos, de las ilusiones que a veces pareciera imaginario pero que la mente de Dulce Marí­a logra transfigurar en su arte, en una contemplación real que va revelando poco a poco el conjunto de visiones que su subconsciente contiene acerca del mundo que la rodea. Definitivamente me siento identificada con Dulce Marí­a porque muy dentro de esa revelación artí­stica de sus pinturas se encuentra el alma esencial de una niña perdurable que solamente desea mostrar los ciclos de la naturaleza, la vida y las costumbres de los seres humanos, y hacer notar el valor intrí­nseco del planeta Tierra sin más complicaciones. Agradezco con todo mi corazón a Dulce Marí­a y a su apreciada madre Carmencita Pérez Avendaño de González Goyri, por la invitación que me hicieron para asistir a este colorido evento.