Los Simpson enganchan al mundo


Son tan cí­nicos e idiotas como geniales e irreverentes: Homero y Bart Simpson son más que un padre e hijo, un par que por separado no hubiese divertido al mundo que tiene 18 años celebrando, a viva voz o en secreto, esa actitud de «Â¡D’oh!, yo no fui» que proclaman a la vida.


A pocas horas de hacer su debut mundial en el cine, Homero afila sus peores modales y pule su egoí­smo mientras Bart reserva burlas y trampas para cada una de las torpezas de su padre, que respalda sólo frente a él.

Es un dúo cuyo cinismo les ha dado tanta fama que solo la «identificación» por parte de los espectadores puede explicar el éxito de haberse hecho populares en más de 70 paí­ses, con acento mexicano, argentino o hablando en inglés, español, alemán o francés.

«No debo bajar una copia ilegal de la pelí­cula», reza la plana con que Bart, obviamente entre risotadas y mirada pí­cara, abre una de las pelí­culas más esperadas tras 18 años en la pantalla chica -la serie de televisión más longeva en Estados Unidos-, 400 episodios y varios premios Emmy.

En el filme el niño de 10 años, que según el libro «El ílbum Familiar de los Simpson sin Censura» nació el 1 de abril, Dí­a de los Inocentes en Estados Unidos, tiene un papel secundario frente a su padre, que debe adoptar ciertas dotes de héroe al sumergir a Springfield en una catástrofe ambiental.

Pero al margen de sus papeles en la pelí­cula, los dos personajes creados en los 80 por el dibujante estrella de la serie, Matt Groening, pueden considerarse í­dolos por sus hazañas producidas para televisión por James L. Brooks.

Según Groening, Bart heredó el gen de la estupidez de su padre y, apunta el libro de la familia, semejante tara endogámica se ubica en el cromosoma Y, que heredan solo los varones de este clan amarillo y ojos saltones.

Un eructo a escondidas pero sonoro, comerse a solas en el refrigerador un plato guardado para toda la familia, quedarse con un dinero encontrado en el piso de una clase, enfermarse de mentira, escupir a espaldas de un jefe… Todas son ’travesuras’ que Bart aprendió de Homero o, en el mejor de los casos, su padre las aplaudió.

Matt Groening contó que Homero es tan «estúpido que incluso los guionistas y productores que están detrás de la serie hacen competencia de quién atrapa el chiste más tonto» del también padre de la sobresaliente Lisa, la bebé Maggie y esposo de la complaciente Marge.

Homero, quien ha olvidado hasta marcar el número de emergencias y que en la pelí­cula adopta a un cerdo como mascota, se ha convertido junto a su familia en un espejo de la cultura popular estadounidense, donde están en la televisión desde 1989.

«La verdad es increí­ble» el éxito de la serie, dijo el productor James L. Brooks el domingo pasado en una rueda de prensa en Beverly Hills, mientras admití­a que como creadores han hecho un trabajo «prácticamente a ciegas».

«Nos hemos esforzado por trabajar muy duro por el programa, pero del trabajo a casa y allí­ a ver el programa con nuestras familias y ya», confesaba Brooks, apuntando que apenas con el estreno de la cinta y la campaña publicitaria ha caí­do en cuenta de la trascendencia social del programa.

La camaraderí­a entre los artí­fices de Los Simpsons fue obvia en un hotel cuando hablaban de sus personajes como si fueran uno más de ellos -y es que más de uno soltó algún chiste que parecí­a salir de la boca de Homero o Bart-, mientras que al referirse a Lisa o Marge, asumí­an la distancia de un hombre cuando habla de la mujer de un amigo.

«Nos tomó 18 años porque somos flojos», dijo, por ejemplo, Groening al ser consultado sobre porqué tardaron tanto tiempo en hacer el filme, y más de un periodista creyó escuchar a Bart… u Homero en la sala.

Fanfarrón, perezoso y sin comprometerse con nada, Homero Simpson es mucho más feliz comiendo comida rápida con cerveza y viendo televisión que atendiendo las exhortaciones de Lisa para volcarse a la salvación del ambiente.

Es tal su holgazanerí­a en la versión cinematográfica que Bart cuestionará en profundidad su figura paterna y verá con buenos ojos a Ned Flanders, ese personaje que encierra todo «el deber ser» social.

El mocoso es famoso por hacerse fotocopias del trasero, cantar «Dios bendiga a Bart» o hacer una plana infinita en clase afirmando: «Las tareas no me las robó un hombre armado».

Mientras, Homero se ha erigido como el antónimo del metrosexual: orgulloso de su panza, capaz de llamar a sus hijos «Â¡Pequeños demonios!» y siempre con la lengua afuera frente a la comida: un dúo héroe de los antihéroes.