Según Augusto Monterroso, en Movimiento perpetuo, hay tres temas duraderos en la historia de la humanidad: el amor, la muerte y las moscas. Los primeros dos son tan obvios que no hay necesidad de explicarlos, pero el tercer tema podría despertar algunas dudas en los lectores.
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Pienso en primera instancia en la idea de Monterroso de que las moscas son presencias perennes, y tan universales que existen en casi todas las latitudes del planeta, excepto en los lugares sumamente fríos; así que pienso en nuestros países tropicales, y creo que sería común a todos nosotros el tema de las moscas.
Las moscas, estará de acuerdo, tienen un simbolismo negativo. Las moscas se posan en los excrementos, y eso las hace portadoras de males. Pero también les gusta lo bueno, es decir, posarse sobre pasteles y postres deliciosos, así que, además, deben de ser buenas degustadoras.
Y por esa capacidad que tienen de andar, indiferentemente, sobre la basura o la comida, me imagino a ciertos oscuros personajes de nuestra vida política como tales. Rápidamente, saltarán en el pensamiento miles de protagonistas de nuestra sociedad, como presidentes de Congreso, ex legisladores gasolineros o alcaldes de Oriente, para ocupar ese lugar. En las mitologías antiguas, como la egipcia, las moscas acompañaban a Belzebuth, que literalmente se traduciría como el Señor de las Moscas, y que posteriormente ocuparía su lugar como el Príncipe de los Demonios. Después, la tradición cristiana rescataría esta leyenda y la adoptaría como una de la representación de Luzbel, es decir, el Maligno.
Sin embargo, la Mosca no sólo tiene acepciones negativas. Según los diccionarios de sueños, también simbolizan la solidaridad. Una mosca no haría verano, pero se sabe que es casi imposible acabar con ellas. Una mosca sola está indefensa, pero varias hacen la fuerza.
Para la mitología griega, la mosca era un animal sagrado, porque representaba el constante aleteo por la vida, y, de vez en cuando, representaba la tormentosa vida de los dioses.
La mosca, pues, es una presencia que no nos es extraña. La hemos visto desde siempre. Probablemente, nos recordemos de cuándo fue la primera vez que vimos a un león en vivo, pero jamás sabremos cuándo vimos por primera vez a una mosca.
Esta reflexión un poco fuera de lugar, y hasta aburrida si se quiere, es para cavilar sobre esas moscas nuestras que viven entre nosotros y que, cansados de tanto luchar contra ellas y vociferar exigiendo que se extingan, nos hemos acostumbrado a ellas. Los vicios y penas capitales de nuestra sociedad, están ahí, sin que nadie solicite perdón por ellas, porque, simple y sencillamente, a nadie le importan. Sólo cerramos la boca para que no entren, como decían nuestras abuelitas, las moscas en ella (en la boca, no en la abuelita).
El tema de los millones de quetzales que, libremente, caminaron solitos hacia una Casa de Bolsa, no es un tema nuevo. Nuestra corrupción es nuestra mosca mayor, que se multiplica constantemente entre nosotros, sólo que en pequeñas proporciones, tan pequeñas que se posan sobre nuestra nariz, y hacemos apenas un ademán para librarnos de ella, pero no para eliminarla.
Me pongo a pensar en cuántos más negocios ilícitos no están envueltas nuestras autoridades electas democráticamente, y que sólo salen a luz, sí y sólo sí ellos están de acuerdo en revelarlas, ya sea por una venganza personal en reacción por un supuesto Tribunal de Honor, o porque, simplemente, ya vienen las elecciones o hay un gobierno nuevo, y es mejor colaborar en descubrir las moscas en los Aeropuertos, o Foguavi o qué sé yo cochiquera más. (http://diarioparanoico.blogspot.com)