En un artículo aparecido en un diario matutino el 9 de mayo, se da cuenta de las preferencias literarias de algunos de los señores candidatos a la presidencia de la República. No esperaríamos gran cosa en su formación intelectual, porque la mayoría de políticos hispanoamericanos, y por supuesto guatemaltecos (con la notable excepción del Dr. Juan José Arévalo) han tenido una formación profesional en sus respectivas áreas de especialización y, en el campo estrictamente político, una formación (o deformación) sobre todo, empírica.
Sabido es que una profesión, sobre todo en nuestro medio, no significa ni garantiza una formación ética, ni humana en general. Ser un profesional no implica siquiera tener el mínimo de cultura general, ni el mínimo de formación humana requerida para garantizar una vida cívica que sea paradigma de actitudes y formas de pensamiento.
En el referido artículo, los candidatos entrevistados no pasaron de citar obras literarias que eran obligadas en los cursos de la educación básica y en el bachillerato. En cuanto a la pregunta sobre algún ensayo leído, todas las casillas aparecen en blanco. Parece ser que sus lecturas se centran y limitan a articulistas de periódicos y a ideólogos del neoliberalismo. En el rubro de algún poemario leído, sólo Tagore, cual náufrago en inmenso océano, salva a uno de los entrevistados. No podríamos esperar más, pero al menos algún escritor o filósofo clásico hubiera salido a la palestra.
Talvez sería mucho pedir, pero un candidato a la presidencia debería tener referentes culturales de más peso. Me refiero a los clásicos de la literatura y del pensamiento filosófico y político. La asimilación de la cultura universal y, sobre todo de la cultura clásica, ha sido preocupación de los más grandes estadistas que ha conocido la historia. No puede haber originalidad, ni carácter ni temperamento si no se tiene el respaldo de una cultura sólida que permita la interpretación de los fenómenos humanos y políticos a la luz de los grandes pensadores y literatos de todas las épocas y culturas que han legado a las generaciones de todos los ámbitos del mundo, lo mejor de su esfuerzo intelectual.
Cuando en el mismo artículo responden a la pregunta sobre un personaje digno de su admiración, resultan patéticas algunas respuestas: Spiderman y James Bond. Y me vuelvo a preguntar, ¿Qué han leído o visto estos nuestros candidatos para dar ese tipo de respuestas? Al cabo, nada que denote una cultura sólida.
Desde esta columna hago un llamado sincero y de buena voluntad a todos quienes, hoy por hoy, aspiran a algún cargo público. Por responsabilidad con este pueblo que espera tareas ciclópeas para salvar a la Patria, dediquemos un lapso, aunque sea el mínimo, antes de acostarnos, en la cama o, incluso en el baño, a leer libros y autores de peso completo, a los clásicos de la literatura y del pensamiento filosófico y político. Sólo así, nuestras expectativas y las expectativas del pueblo podrán tomar curso seguro y responsable.
Darle la espalda a la cultura universal es condenarnos al ostracismo de la ingenuidad, la ignorancia, la estupidez y la negligencia.