Los Santos Reyes Magos en la Nochebuena guatemalteca


Nacimiento tradicional de Guatemala. Reyes Magos forman el entorno del Misterio. Tallas guatemaltecas del siglo XVIII vestidas a la usanza neoclásica. Casa del barrio de La Parroquia.

Juan Alberto Sandoval

Al buscar los orí­genes de la devoción y tradiciones populares dedicadas a los Santos Reyes Magos en Guatemala, encontramos los primeros indicios en la producción artí­stica procedente del perí­odo de la dominación hispánica, relacionada con el ciclo de la Natividad del Señor. Al hacer deducible el arte regional, en las ramas de la pintura y la escultura, dejando para otros estudios la bastedad de ejemplos en los campos de la música, las danzas y la literatura, podemos afirmar que las primeras representaciones plásticas con este tema fueron creadas para integrar los retablos coloniales en los templos y conventos, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.


La adoración de los Reyes en un nacimiento guatemalteco. Los santos varones de tamaño natural, esculturas anónimas guatemaltecas del siglo XIX, restauradas recientemente para las fiestas de Nochebuena. Santa Iglesia Catedral de la Ciudad de Guatemala.

A guisa de ejemplo, se citan las obras que forman parte de las colecciones estatales de las iglesias y museos, las cuales son producto del intenso intercambio artí­stico entre el virreinato novohispano y la Capitaní­a General de Guatemala, realizadas por los pintores barrocos mexicanos Cristóbal de Villalpando, Pedro Ramí­rez, Juan Correa y Miguel Cabrera, por mencionar algunos nombres, las cuales aún se pueden observar expuestas en la Catedral Metropolitana y el Museo de Arte Colonial de La Antigua Guatemala.

En los retablos del siglo XVI que se conservan en los templos de la ciudad de Tlaxcala, en el valle central de México -cuyos habitantes llegaron a Guatemala formando parte de los contingentes con los españoles que conquistaron y sojuzgaron la región, viniendo con ellos la religión cristiana, que rápidamente pasarí­a a constituirse en culto de orden mayoritario, gracias al aprovechamiento de especificidades culturales locales-, podemos apreciar, entre las escenas de la representación de las series de la vida de Jesús, como se acostumbró en los grandes retablos españoles, no el nacimiento como tal, sino dos escenas fundamentales, siendo éstas la «Adoración de los Pastores», que se encuentra colocada regularmente por orden cronológico sobre la calle de la Epí­stola a la izquierda del mueble y en la calle del Evangelio, a la derecha, la «Adoración de los Santos Reyes». Las dos epifaní­as estuvieron siempre presentes en los muebles que vistieron los templos de las ciudades peninsulares europeas y las de las colonias españolas a ultramar, en el continente americano, particularmente y con mayor énfasis, en las ciudades virreinales de México y el Perú.

En Puebla de los íngeles, México, ornando una de las naves procesionales en el templo del convento franciscano de San Miguel Arcángel de Huexotzingo, existe una obra que presenta la escena de la adoración de los Reyes Magos, probablemente de finales del siglo XVI, atribuida al pintor Baltasar de Chávez Orio (1548-1620) llamado Echave «El viejo», cuya observación directa en el 2007 motivó este ensayo. Aparece también una obra de similares caracterí­sticas a la obra angelopolitana en el templo de San Bernardino de Xochimilco, cuya referencia se agradece a la periodista e Historiadora mexicana Isabel Aquino Romero, vecina de la ciudad de San Luis Huamantla, Tlaxcala, quien amablemente compartió con el autor que, según referencias documentales del Instituto Nacional de Historia de México, la autorí­a de la obra se atribuye al artista Simón Pereyns, quien pudo haberla realizado en el año de 1584.

Al referir que no existe propiamente una representación del nacimiento del niño Jesús, siendo este el tema central del ciclo de la natividad, sino sus adoraciones: La realizada por el pueblo judí­o significado en los pastores de Belén y la de las naciones de la gentilidad, es decir la adoración de los Santos Reyes Magos, se pretende únicamente hacer énfasis en el pensamiento teológico de la época, que gustaba de contraponer las dos manifestaciones. En las obras pictóricas referidas no hay ninguna novedad iconográfica ni alguna sutileza que las impregne de originalidad, como sucederá a partir del siglo XVII.

Esta situación obedece a que la Inquisición no las hubiera permitido, agregado a que la mayorí­a de pintores novohispanos, al igual que los santiaguinos en Guatemala, tomaron como modelos en aquella temporalidad, sin ser posible ninguna alteración, los dibujos y grabados europeos, cuyas lí­neas fueron buriladas en pequeñas placas de metal, con las cuales se imprimieron numerosas resmas y juegos de estampas que fueron adquiridas como mercancí­a en las ferias de resabios bajo-medievales en Europa, ordenadas por el Rey Carlos I de España, Emperador V del Sacro Imperio Romano Germánico, las cuales llegaron a México y en consecuencia a Guatemala, para ser entregadas a los obispos quienes las distribuyeron entre los artistas locales residentes en sus prelaturas, sirviendo estos diseños como la base para la producción de las obras de arte con temas religiosos relacionados con la vida de Jesús, la Virgen Marí­a y de los Santos.

Ya en el siglo XVII, a pesar de la vigencia de la real disposición vigilada por la iglesia y el Santo Oficio, los artistas sacan partido de los contrastes que ofrecen las rusticas vestimentas de los pastores, el carácter popular de la escena, y lo ampuloso de los atuendos de los Santos Reyes Magos, el esplendor de sus finos brocados, la riqueza contrastante de sus joyas y de los presentes encerrados en finos cofres, y sobre todo, el tipo aristocrático de los santos adoradores visitantes del recién nacido Rey de reyes, personalizando con ciertos detalles y genialidades su trabajo.

No se puede dejar de citar las dos magnificas «Adoraciones», obras de Cristóbal de Villalpando, realizadas en la segunda mitad del siglo XVII, que se encuentran expuestas en la pinacoteca de la Iglesia de San Diego, en México, y que forman parte de los catálogos del pintor, cuyo trabajo fue el más numeroso y prolijo en el intercambio entre ese paí­s y Guatemala, siendo posible apreciar en el acervo del Museo de Arte Colonial de La Antigua Guatemala y el templo de San Francisco El Grande de la Nueva Guatemala de la Asunción, una muestra de su extraordinaria calidad artí­stica en las obras que integran la Serie de «La vida de San Francisco», piezas autógrafas y fechadas en 1692.

En beneficio del Maestro Villalpando, debe mencionarse que una de las innovaciones que imprime en su obra, consiste en incorporar en la composición de las pinturas relacionadas con la Natividad, un «foco» de luz que ilumina al grupo de personajes, brotando los rayos del cuerpo del niño Jesús, irradiando un resplandor que delinea las figuras de la Virgen Marí­a y San José y saca de las sombras de la penumbra a los pastores y los Santos Reyes Magos.

Este procedimiento empleado por Villalpando, impregna las obras de un carácter especial y les confiere un cierto encanto caracterí­stico, el cual es tomado para la realización de uno de los cuadros más importantes sobre este tema, como lo es «El nacimiento» obra maestra de grandes dimensiones (6×3 metros), del Pintor novohispano del siglo XVII, Pedro Ramí­rez, «El Mozo», autor de las pinturas de la Serie «La vida de la Virgen Marí­a» que se exponen actualmente en la nave central de la Catedral Metropolitana de la ciudad de Guatemala.

La obra maestra de Ramí­rez, fue encargado para la Rectorí­a del Convento de Padres Bethlemitas, filial de la Orden hospitalaria fundada en Guatemala por el Santo Hermano Pedro de San José de Betancourth, cuya casa funcionó en el virreinato de la Nueva España, con hospital anexo, conservándose en la actualidad, parte de sus ruinas en el crucero de las calles Tacuba y Bolí­var de la ciudad de México, lugar del que irradió, entre otras virtudes y méritos que le corresponden a la Orden y a su fundador, la difusión de la tradición de las posadas guatemaltecas en la capital del vecino paí­s y en consecuencia su irradiación a todo el territorio mexicano en sustitución de las misas de Aguinaldos.

Conociendo la forma y los medios por los que se introduce y se da a conocer la devoción a los reyes magos en Guatemala y su presencia a través del arte plástico, en lo relacionado a las tradiciones populares de su dí­a, el 6 de enero, según estudios realizados por el Licenciado Mario Ubico Calderón, sin duda alguna, el cambio de «Varas», en los primeros dí­as del año, es decir la entrega del Bastón que simboliza la autoridad de los alcaldes y otros puestos de dirección local a las nuevas autoridades, fue motivo para vincular esta actividad a la festividad religiosa del dí­a, la cual fue observada por el fraile dominico y viajero inglés Tomás Gage en la primera mitad del siglo XVII, según la descripción de su viaje por Guatemala contenida en su crónica de viajero, la cual refiere que «El dí­a de los Santos Reyes, los alcaldes y todos los oficiales de justicia vienen también a rendir sus homenajes y a traer sus ofrendas a ejemplo de los santos reyes, porque ellos representan el poder y la autoridad del rey».

El Santo Hermano Pedro, en su testamento, menciona que a mediados del siglo XVII, en el reino de Guatemala, se celebraba con fervor la festividad en torno a los Santos Reyes Magos, con una solemne procesión: «La ví­spera de los reyes, en memoria de la adoración que hicieron al Verbo Divino, se traen las imágenes de los Santos Reyes desde el convento de la Merced a esta casa de Belén, repitiendo a coros el Rosario». Como testimonio de la veneración del santo sobre el misterio de la encarnación, los hechos anteriores y posteriores, en el escudo de la Orden Bethlemita aparecen representados los reyes magos con tres coronas en formación bajo la estrella luminosa de Belén que los guió hasta el pesebre del niño Jesús.

Las festividades del 6 de enero tuvieron como principal sede la iglesia del pueblo de San Gaspar Vivar, que se encuentra a tres kilómetros de la ciudad de la Antigua Guatemala, ubicada en las faldas del volcán de Agua, cuya fachada y altar mayor es presidida por las imágenes de los tres Reyes magos, recibiendo en aquel lugar especial veneración desde mediados del siglo XVI.

Como parte de las normas del reglamento de traslación del rey Don Carlos III, después de ocurrida la ruina de la ciudad en 1773, entre los 13 pueblos que se ubicaron en la periferia a la ciudad de Santiago, trasladada a su nuevo asentamiento en el valle de la Ermita, se incluye el de San Gaspar Vivar, que se ubicó, a partir de 1777, en las afueras de la ciudad en las prominencias y declives del cerro y garita llamados «De Buena Vista», a la orilla del antiguo Camino Real (La actual Avenida Bolí­var, en las zonas 4 y 8, sector sur poniente de la ciudad).

En este lugar se continuó realizando la fiesta de los Santos Reyes el 6 de enero de cada año, produciéndose verdaderas muestras de arte en torno a la danza y el teatro popular con sus dramatizaciones y desafí­os. En cuanto al carácter de las festividad y su alcance, estas devociones se extendieron desde el espacio sagrado del templo hasta los espacios domésticos, trasladándose los rituales especí­ficos y ceremoniales al dominio popular, que se convirtieron, con el paso del tiempo, en devociones públicas y privadas, cuyos ejercicios piadosos se prolongaron de uno a nueve dí­as consecutivos previos la fecha de la festividad, con carácter de preparación o premonitorios, conmemorando las motivaciones y los momentos más significativos de la búsqueda de los tres hombres sabios que la tradición reconoce y su encuentro final con el niño Jesús recién nacido.

Estos antiguos conocimientos quedaron plasmados en pequeños libretos de mano llamados «Novenarios» que fueron elaborados para tal finalidad, auspiciados por los mismos devotos, cuyos ejemplares fueron realizados en imprentas de La Nueva Guatemala de la Asunción a principios del siglo XIX, encerrando en ellos las oraciones, rezos, cantos y letaní­as transmitidas de generación en generación por las «rezadoras» conservándose las antiguas fórmulas.

Aunque los embates liberales de finales del siglo XIX y la modernidad que afectó la vida citadina de los novoguatemalenses durante el siglo XX, que parecen olvidar la duración del ciclo que se extiende hasta el 02 de Febrero de cada año, el 6 de enero en el viejo barrio del Pueblo de San Gaspar, sigue siendo motivo de fiestas y ceremonias solemnes en torno a la imagen de la Inmaculada Concepción y la cansada, pero extasiada figura de los Tres Reyes que, conforme la tradición, ese dí­a son «acercados» al pesebre del niño en el nacimiento de la casa, que ya sentado y vestido, recibe a tan ilustres visitantes durante el rezo del «Cabo de novena» amenizado con un armonio desvencijado y la voz destemplada de las «cantoras» del barrio, entre ponches y golosinas, como signo de la convivencia y socialización.