Los rostros de la impunidad


Por definición impunidad es la ausencia de castigo. En consecuencia, cuando el Estado de Guatemala suscribió con el Sistema de Naciones Unidas la creación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, se estaba más que reconociendo que en nuestro paí­s priva un Estado que se caracteriza por la ausencia de castigos. Castigos a las diferentes manifestaciones por medio de las cuales se viola la ley y las normas que, en cualquier otro escenario serí­an objeto de sanciones. Si hay estado de impunidad en Guatemala, sencillamente quiere decir que en el Estado prevalecen varias (muchas) manifestaciones que quedan impunes y que de una u otra manera nos involucran a todos los habitantes dentro de este territorio que llamamos Guatemala.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@intelnet.net.gt

Hay una expresión de impunidad desde el automovilista que se pasa el semáforo en rojo. Hay impunidad cuando disfrazados de servidores públicos, algunas personas se valen del puesto para hacerse de una riqueza indebida. Hay impunidad cuando se persigue hasta con saña al ladronzuelo que ha robado por hambre, y se hace de la vista gorda frente al pillo que despoja millones (desde el disfraz de un prominente banquero o al mí­sero latifundista que se resiste al pago del salario mí­nimo).

La impunidad entonces sin más, tiene múltiples rostros. Por ejemplo el polí­tico que nos seduce con sus discursos cargados de retórica, pero carentes de acciones que en efecto desee llevar a la práctica y… ¡zas! nos tenemos que callar durante cuatro años, pues para colmo le creí­mos y se hizo nuestra autoridad local o el diputado de nuestro departamento o distrito electoral o el gobernante nacional. Es decir que el silencio también nos resulta como una variante de la impunidad, aunque también hay que reconocer que en materia de «desobediencia civil», en efecto no tenemos desarrollada norma alguna, en razón de lo cual, algunas acciones en este campo podrí­an ser calificadas de sedición u otras formas anarquistas de protesta.

Y cómo romper el silencio en virtud de ser otra expresión de impunidad, toda vez que es valedero recordar aquel viejo refrán que nos indica que: el que calla otorga. Nuestra indulgencia, en efecto ha producido que se haya entronizado la impunidad, en consecuencia romper el silencio es el primer paso para reducir la impunidad. Ayer, Oscar Clemente Marroquí­n nos anunciaba las pocas expectativas que en materia de proceso electoral podemos esperar frente a la contienda del próximo año. También nos señalaba dos grandes temas en torno a los cuales habrá de girar el denominado discurso electoral.

En tanto ciudadanos habremos de solicitar un extenso y riguroso -por llamarlo de alguna manera- «Plan de Gobierno». Este deberá contener no sólo los lineamientos de las polí­ticas públicas que se emprenderán por el ponente. Es imperativo que además debe contener el conjunto de acciones precisas mediante las cuales se habrá de arribar a los determinados escenarios para la atención tanto de los temas coyunturales (impunidad, el combate a la pobreza, corrupción), sino a los estructurales, tal el caso de la inseguridad alimentaria, la precariedad en la prestación de los servicios básicos y, obviamente, el combate al crimen organizado, entre otros.

En tanto electores, un voto, una persona. Una posibilidad de demandar seriedad y profundidad en las propuestas electorales que se avecinan. Pronto habremos de visualizar que el futuro no nos puede ser negado. Nuestros polí­ticos (las personas que en Guatemala se dedican a la polí­tica), tienen la enorme obligación y tremenda responsabilidad de estructurar propuestas cuya viabilidad no quede en el mar de las simples promesas. Desde ahora, se inicia la suma de instantes para anunciar que no se tolerarán discursos llamativos, que lo que pretendemos es que éstos tengan todo el contenido preciso para arribar a los cambios que requiere nuestro actual Estado, debilitado y lleno de anomia. Es, en consecuencia, nuestro momento para demandar que los rostros de la impunidad no sigan prevaleciendo en nuestro entorno. Pero al final, usted y yo, apreciable lector, tenemos la palabra.