Los Reyes Magos y la pantalla grande


Los nombres que la tradición ha otorgado a los Reyes Magos aparecen por vez primera en este mosaico bizantino localizado en Ravena (Italia) que se fecha en torno al año 520. FOTO LA HORA: INTERNET

Hay unos personajes que todos sentimos muy vinculados a la Navidad -sobre todo, los niños- y de los que apenas nos hablan los Evangelios. Se trata de los Reyes Magos, cuya imagen ha sido muy elaborada por la tradición, hasta el punto de que no suelen faltar en ningún nacimiento navideño.

POR ALFONSO MENDIZ

En

San Mateo escribe que «unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judí­os que ha nacido?» (Mt 2, 1-2). En esa frase sólo indica su profesión: eran Magos, estudiosos de los astros y de sus movimientos en el Cielo; y precisamente de ese oficio se valdrá Dios para atraerlos -mediante una estrella- hasta el mismo lugar donde se encuentra Jesús. Pero no afirma que sean Reyes. Es éste un añadido del pueblo, que ha supuesto -con cierta lógica- que debí­an ser poderosos cuando fueron recibidos por la máxima autoridad de Jerusalén, Herodes, y cuando preguntan explí­citamente por «el Rey de los Judí­os».

Tampoco afirma cuántos eran: «unos Magos». Podí­an ser dos, cuatro, seis… Pero como fueron tres sus regalos (oro, incienso y mirra), la tradición ha deducido que ese debí­a ser el número de los magos reunidos en Belén. Sus nombres tampoco están en la Escritura: aparecen por vez primera en un mosaico bizantino localizado en Ravena (Italia) que se fecha en torno al año 520. En él figura una leyenda sobre los tres magos que dice » SCS BALTHASSAR SCS MELCHIOR SCS GASPAR»; esto es, sacratí­simos -o veneradí­simos- Baltasar, Melchor y Gaspar.

La primera descripción de los Reyes Magos se la debemos al teólogo anglosajón Beda el Venerable (675-735): «El primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba; fue él quien ofreció el oro, sí­mbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole el incienso, sí­mbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena (más tarde se le representarí­a negro) mostró su reconocimiento ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre debí­a morir.»

EN EL CINE

Las representaciones cinematográficas de los Magos han seguido fielmente la iconografí­a popular: son tres, se comportan como reyes, vienen sobre camellos y les acompañan una cohorte de pajes y servidores. En todas las pelí­culas se les retrata así­, y ahí­ termina también toda su intervención en la historia, aunque hay tres filmes que han añadido algo más para completar el relato. En «Ben Hur» (1959), tal como aparece también en la novela, Melchor profetiza los padecimientos de Jesús y establece así­ un paralelismo simbólico con los dolores que aguardan al aristócrata judí­o.

En «La Natividad» (2006) se incluyen al principio algunas escenas de los Magos en su trabajo como astrónomos: su observación del firmamento, el descubrimiento de la estrella, y -tras la consulta de algunos legajos- la conexión de este fenómeno con las profecí­as mesiánicas. Finalmente, en «Jesús de Nazaret» (1977) vemos cómo los Magos se van juntando por el camino y cómo dialogan acerca de su actitud frente a Herodes. También ayudan a descubrir el sentido espiritual de lo que está pasando. Así­, cuando Baltasar contempla al Niño, comenta a José y a Marí­a: «Al venir aquí­, creí­ que nos equivocábamos, pero ahora veo que es muy justo»; y, por si esto fuera poco, Gaspar añade: «No en la gloria, sino en la humildad».

DIVERGENCIAS

Hay un punto en el que la representación de los Magos diverge de unos filmes a otros, y es el de su presencia junto a los pastores en la gruta de Belén. Esa reunión es poco probable. Ha cristalizado en el imaginario de la Navidad por una necesidad «escénica»: una pintura o una representación de la Navidad resultan mucho más dramáticas e interesantes si se resumen en una sola escena todos los personajes implicados; así­ la noche del Nacimiento aparece como más «grandiosa». Pero los teólogos suponen que ambos hechos estuvieron separados en el tiempo.

Por una parte, los Magos debieron tardar algunos meses en llegar a Jerusalén desde el lejano Oriente. Por otra, Herodes manda degollar no a los recién nacidos, sino a todos los varones menores de dos años: esto hace suponer que el Nacimiento del que le hablan debió haber ocurrido un año antes.

Curiosamente, las primeras pelí­culas sobre Jesús sí­ muestran esa separación temporal. «Vida y pasión de Jesucristo» (1907), de Zecca, y «Del pesebre a la Cruz» (1912), de Sidney Olcott, muestran primero la llegada de los pastores a la cueva y, más tarde, la aparición de los Magos en la casa de José y Marí­a, un lugar mucho más acogedor que el portal.

Sin embargo, será en los años sesenta cuando ambas escenas se solapen en el tiempo. «Rey de reyes» (1961) muestra una ciudad de Belén corrompida por los romanos y ahí­ sitúa a un posadero egoí­sta y nervioso, que rechaza sin miramientos a la joven pareja. Cuando, poco después, los Magos llegan a la ciudad de David -«vení­an de Persia, Mesopotamia y Etiopí­a», nos dice la voz en off- aparecen en el establo sin diálogo previo con Herodes, y allí­ ya están presentes los pastores. De igual modo, aunque desde otra perspectiva, «La historia más grande jamás contada» (1965) sigue el relato de los Magos, describe minuciosamente el careo con el tetrarca y nos lleva con ellos hasta el portal, donde ya los pastores han ofrecido sus cántaros y ovejas. En esta misma lí­nea se situará también el relato de La Natividad, cuyo guión tiene necesariamente que unir ambas escenas para solemnizar así­ el momento cumbre de la cinta: el nacimiento de Cristo en la gruta de Belén.

Por el contrario, otras pelí­culas han reflejado la separación en el tiempo de una y otra adoración al Niño: la de los pastores y la de los Magos. «Jesús de Nazaret» es un claro ejemplo, con una distinción de secuencias que afecta también a la puesta en escena: solemne y lenta en el Nacimiento, con los pastores llegando por la noche hasta la gruta; sobria y natural en la epifaní­a, con los Reyes llegando por el dí­a hasta la casa. Como vemos en el fotograma, el Niño tiene alrededor de un año, la Virgen está de pie y en plena faena, y la casa evidencia el trabajo de José para hacerla más confortable.