Aunque el presidente Colom diga que no tenemos un Estado fallido, yo estoy absolutamente convencido que hemos llegado a ese extremo porque no se vislumbra luz al final del túnel y no funcionan las instituciones estatales ni la democracia proyecta el menor beneficio a la población porque los politiqueros cooptaron todo para satisfacer sus ambiciones personales. No hay posibilidad de que puedan implementarse cambios en el país porque todo tiene que pasar por una clase política que ha demostrado su divorcio con los intereses nacionales.
ocmarroq@lahora.com.gt
Pero más allá de esa frustración provocada por el colapso institucional, hay que decir que Guatemala ya hubiera reventado de no ser por el invaluable y nunca bien reconocido aporte de los migrantes, de esa gente que viaja al extranjero desafiando toda clase de adversidades y, literalmente hablando, hasta jugándose la vida, para enviar mes a mes sus ahorros para ayudar a sus parientes y, de paso, mantener viva una economía que sin esa inyección ya hubiera colapsado. En el país se mantiene el ritmo de consumo gracias a lo que mandan los guatemaltecos que han emigrado al exterior y de no ser por ese aporte, el mercado interno ya hubiera colapsado hace mucho tiempo.
Si no fuera suficiente evidencia del carácter fallido del Estado el deterioro de las instituciones incapaces de asegurar la prestación de servicios tan esenciales como brindar seguridad y justicia, además de salud y educación, basta ver el descalabro de la infraestructura nacional para darnos cuenta que aquí no se hace obra más que para beneficio de los corruptos que se enriquecen con las mordidas de contratos hechos para robar. Pero, además de eso, hay que decir que nuestra misma capacidad de producción es sumamente limitada y tenemos que reconocer que sin el aporte de los migrantes y, lo que es muy grave, sin la inyección económica que significa el narcotráfico, el crimen organizado y la corrupción, nuestra economía estaría en trapos de cucaracha.
Es imposible cuantificar detalladamente lo que significa ese dinero sucio en el flujo de la economía, pero sin duda que se trata de sumas posiblemente superiores a la de las remesas familiares que sí se pueden medir casi al centavo y que son el principal motor de la actividad económica legal del país.
Por ello es que resulta desafortunado que el gobierno no haya mostrado más diligencia para gestionar el TPS que les negó el régimen de ílvaro Arzú a los migrantes en tiempos del Mitch, puesto que sería el mínimo que Guatemala debiera hacer por quienes al esforzarse por mantener, desde afuera, a sus familias, terminan manteniendo literalmente al país. El presidente Colom al asistir a la feria chapina en Los íngeles debió reconocer de palabra y obra lo que esos guatemaltecos significan para la patria, puesto que podemos estar seguros de que de no ser por la consistente ayuda que envían, aquí ya hubiera reventado un problema social y político sin precedentes. De hecho, la escasa gobernabilidad que tenemos es consecuencia de que son muchísimas las familias que pueden satisfacer necesidades básicas por los envíos mensuales que reciben. Y qué decir de las empresas productivas del país que pueden vender su producción únicamente gracias a que el mercado interno se mantiene por las remesas. Un país que depende de remesas y del pisto mal habido que vigoriza su economía, no puede sino reconocer el carácter fallido de su Estado.