Este es el título que Edgar Morin le asigna a la segunda reflexión de su libro, «Los siete saberes necesarios para la educación del futuro», y que en este espacio de La Hora comentamos para aproximarnos a lo que el filósofo considera como oportuno para una educación de impacto para los próximos años.
Como puede recordarse, en el primer capítulo del libro Morin insiste en que el principio de toda educación exitosa para el futuro tiene que ver con el rompimiento de toda ortodoxia, con la desconfianza de los saberes pétreos, únicos y dogmáticos. El filósofo hace una apología a la libertad de pensamiento como base para la formulación de conocimientos frescos y creativos. Por tanto, cierta actitud iconoclasta no sólo es recomendable y saludable, sino vital para quien hace camino en el mundo del saber.
En esta segunda parte, Morin apuesta por conocimientos pertinentes. Es decir, aquellos que puedan ser útiles para la humanidad, oportunos e incluso económicos. Pero esta pertinencia no puede provenir de saberes aislados y atomizados, sino de la comprensión global e integral de ellos. El pensador galo comienza, entonces, por criticar los discursos científicos descontextualizados, aislados y abstractos, pues, según él, no son capaces de darnos la fotografía completa de la realidad.
Esa parcelación del saber es dañina, explica, y no trae provecho en la comprensión del mundo y la resolución de problemas cotidianos. Por esta razón, para los que hacen ciencia, la construcción de nuevas propuestas en el futuro debe ir en la vía del análisis, pero también de la síntesis que une, edifica y arma el rompecabezas de la realidad. Es decir, el tiempo en que los problemas eran manejados de manera aislada llegó a su fin, insiste el francés.Â
Entonces, la visión es clara en el libro: si la realidad es compleja y el hombre incapaz de quitar el misterio por sus propias fuerzas, desde saberes especializados y parciales, lo oportuno consistiría en la articulación y organización de conocimientos producto de la cooperación de los que hacen ciencia. Morin está convencido que hacer de francotiradores no tiene sentido y provoca pérdida de tiempo y recursos económicos importantes. Por tanto, el filósofo, por ejemplo, debe convencerse que al no ser sus propuestas satisfactorias ni completas, debe integrar los aportes de la ciencia y cuantas disciplinas haya en general.
Seguir haciendo lo mismo, dice el escritor, induce a la paradoja vivida en el siglo XX que «ha producido progresos gigantescos en todos los campos del conocimiento científico, así como en todos los campos de la técnica; al mismo tiempo, ha producido una nueva ceguera hacia los problemas globales, fundamentales y complejos, y esta ceguera ha generado innumerables errores e ilusiones comenzando por los de los científicos, técnicos y especialistas».
¿Por qué? Se pregunta. Y responde: «porque se desconocen los principios mayores de un conocimiento pertinente. La parcelación y la compartimentación de los saberes impide captar «lo que está tejido en conjunto» «.
Para Morin, entonces, la educación del futuro tiene que ser capaz de entender que la realidad es compleja y necesita de explicaciones mucho más amplias que las que ofrecen las disciplinas aisladas del saber. En consecuencia, queridos lectores, es urgente que ampliemos nuestros horizontes. Otra vez, como dirían algunos: apenas barruntamos quizá lo que la realidad sea en sí misma. Pero, bueno, ya en algo hemos avanzado.