Se está tirando a las dianas de la Presidencia y de la Vicepresidencia de la República, a las butacas del Congreso y del famoso PARLACEN, así como a las alcaldías y concejalías de los más de 300 municipios que “remiendan†el territorio nacional.
Son célebres, celebérrimos, los señores que transitan en los sinuosos y tortuosos, pero promisorios caminos de la política partidista cuando se entregan al autobombo empleando falazmente y con derroche de abuso la palabra PUEBLO.
Algunos logran reunir, tras un acarreo como de ganado humano, 500, 700, l,000, 3,000 o más personas y, al pasar a la verborrea con el mal olor de la demagogia, dicen jactanciosamente que tienen la gran manifestación del pueblo o concentrado a su favor al pueblo, cuando en realidad sólo está un grupo de ese pueblo.
Y es de explicar que en los mítines no están sólo ciudadanos aptos para votar, sino hay otros concurrentes (hombres y mujeres) que, a lo mejor, ni siquiera tienen los documentos que se exigen en las mesas receptoras de los sufragios, por lo que se trata asimismo de mirones y, además, de menores de edad que tampoco pasan de curiosear en los bulliciosos actos de la politiquería.
Cabe la salvedad de que no es el caso de restar popularidad a determinados candidatos a treparse al guayabal palaciego; a los dos parlamentos en cuyas fauces se van mes a mes muchas, muchísimas millonadas de quetzales (sin faltar los nada despreciables dólares) para pagar los “modestos†sueldos y las adehalas que reciben a manos llenas los calentadores de curules en reconocimiento a sus “patrióticos†sacrificios…
Debemos decir, en relación con la palabra “puebloâ€, que pueblo es todo el conglomerado humano guatemalteco que, según se afirma oficialmente, no sin interés político-burocrático, está llegando o sobrepasando ya los 13 millones –de habitantes– de esta primaveral (¡…!) parcela centroamericana.
Deben saber los líderes del partidismo que no conviene sobredimensionar la popularidad de las candidaturas que están propuestas para ocupar los cargos de las diferentes jerarquías del gobierno nacional y de los “gobiernitos†municipales, abultando exageradamente la cantidad de los partidarios cuando los oradores se refieren al pueblo, como queda dicho. Engañosamente también se recurre al montaje. ¿Sí o no?
Es innegable que los simpatizantes de los candidatos presidenciales Otto Pérez Molina, Eduardo Suger, Manuel Baldizón y algún otro, tienen gente entre el pueblo, pero eso no significa que a su alrededor esté todo el pueblo, porque pueblo, recalcamos, no es sólo el número de los ciudadanos que asisten a las concentraciones político-electorales y que pueden dar la idea de sus preferencias en las urnas, sino también los que no son aptos para elegir.
Ya todos los ciudadanos de nuestra turbulenta Chapinlandia estamos conscientes de nuestros deberes cívicos, y seguimos paso a paso, puede decirse, el proceso de la cuestión político-electoral del momento, por lo que no nos convence el hecho de que se esté retorciendo y exagerando interesadamente la palabra pueblo por quienes se disputan las enjundiosas chambas del inflado aparato burocrático.
Todos sabemos que quienes están reuniendo partidarios mayoritariamente y demás simpatizantes, en las concentraciones político-electorales, son los presidenciables ya mencionados, y esa popularidad se refleja en los periódicos, en la televisión, en las radioemisoras y en otros medios de comunicación nacionales y en algunos de alcance internacional.
No olvidemos, pues, que no es todo el pueblo el que concurre a las urnas para votar, sino es únicamente un sector ciudadano que quiere darse el gobierno que cree merecer, equivocadamente o no.