Los poemas sinfónicos de Richard Strauss


celso

Para finalizar nuestro análisis sobre la música de Richard Strauss, abordaremos este sábado algunas obras del excepcional y genial compositor y que son las más conocidas en el mundo musical guatemalteco, no sin antes decir que estas melodí­as son un canto de alondra para Casiopea, esposa dorada, quien es lumbrarada de lirios que camina sobre mi alma en puntillas sublimes: quien es torre y cascada de luceros, y quien hace de mi vida la melodí­a más intensa.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela

 


Veamos, pues, algunas de estas obras:
Con Una vida de Héroe, op. 40, Richard Strauss se rehabilita de golpe y alcanza las más altas cimas. No hay aquí­ textos extranjeros ilustrados o transcritos musicalmente. Una gran pasión, una voluntad heroica que se desarrolla a través de toda la obra apartando todos los obstáculos. Sin duda, Strauss se trazó un programa, pero él mismo dijo: “No es necesario leerlo. Basta saber que se trata de un Héroe trabado en lucha con sus enemigos”. No sabemos en qué medida es exacto este aserto, como tampoco si quedarí­an algunos puntos oscuros para quien escucha la obra sin seguir la descripción consignada en el programa, pero esas palabras del autor parecen probar que ha comprendido los peligros de la sinfoní­a literaria y que intenta acercarse a la música pura.

  El poema sinfónico Una vida de Héroe se divide en seis capí­tulos: el Héroe, los adversarios del Héroe, la compañera del Héroe, el campo de batalla, las actividades pací­ficas del Héroe, su retiro y el perfeccionamiento ideal de su alma. Es una obra extraordinaria, ebria de heroí­smo, colosal, barroca, trivial, sublime. En ella un Héroe homérico se debate entre las burlas de la estúpida turba, vocinglera y claudicante. El solo de violí­n expresa, en una especie de concierto, las seducciones, las coqueterí­as, las perversidades decadentes de una mujer. Las estridentes trompetas llaman al combate y, ¿cómo expresar entonces esa aterradora carga de caballerí­a, que estremece la tierra y aprieta los corazones, esos remolinos de tempestad, esos asaltos de ciudades, esa marea tumultuosa guiada por una férrea voluntad? ¡Es la más admirable batalla jamás pintada en música…!

    Una vida de Héroe serí­a por todo concepto una de las obras maestras de la música si un error literario no viniera a interrumpir de golpe el impulso de las páginas más apasionadas, en el apogeo del movimiento, por seguir el programa. Por esa causa es posible hallar un poco de frialdad, tal vez de fatiga en el final.  El Héroe vencedor advierte que ha vencido en vano puesto que la bajeza y la necedad de los hombres subsisten. Refrena su cólera, se resigna desdeñosamente, y se retira a descansar en la naturaleza. Su fuerza creadora se difunde en obras de imaginación y aquí­, por una rara audacia (que autoriza únicamente el genio de Una vida de Héroe), Richard Strauss representa esas obras con reminiscencias de sus propios poemas: Don Juan, Macbeth, Muerte y Transfiguración, Till Eulenspiegiel, Zarathustra, Don Quijote, Guntram y hasta sus Lieder, identificándose así­ con el Héroe a quien ha cantado. A veces las tempestades evocan en su espí­ritu el recuerdo de los combates (sus propias batallas), pero recuerda también sus horas de amor y de alegrí­a y su alma se apacigua. Entonces la música serena se desarrolla y asciende en su vigorosa calma hasta un acorde triunfal, que parece ceñir una corona de gloria en la frente del Héroe.

    No hay duda que el pensamiento de Beethoven inspiró a menudo al compositor. Estimuló y guió el genio de Strauss. Se siente en la tonalidad del primer trozo (mi bemol), en el movimiento general, que no es más que un reflejo de la primera Heroica y de la Oda a la Alegrí­a y también en el último trozo, que recuerda, además, ciertos Lieder de Beethoven.

     Los trozos antiguos y revolucionarios se han borrado y, como el mundo exterior, los enemigos del Héroe abundan más en Richard Strauss. Le cuesta mucho más trabajo al Héroe desembarazarse y vencer. Cierto es que su triunfo es más desenfrenado. Si el bueno de Oulibichev pretendí­a reconocer el incendio de Moscú en un acorde disonante de la primera Heroica de Beethoven, ¿qué no encontrarí­a aquí­? ¡Cuántas ciudades incendiadas! ¡Cuántos campos de batalla! Además, hay una vida de Héroe, un quemante desprecio, una maligna sonrisa que casi nunca se observa en Beethoven. Poca bondad: es la obra del desdén heroico.

    Considerando el conjunto de esta música, lo primero que llama la atención es la aparente heterogeneidad de los estilos. El norte y el mediodí­a se mezclan; se siente en la melodí­a la atracción del sol. Ya habí­a algo de italiano en Tristán. ¡Cuánto más en la obra de este Nietzscheano! Constantemente las frases son italianas y las armoní­as ultragermánicas. No es uno de los menores atractivos de este arte el ver, entre las tempestades de polifoní­a alemana, desgarrarse el velo de las pesadas nubes y de los espesos pensamientos, y aparecer el sonriente contorno de las riberas italianas y de las rondas que en ellas se hacen. No se trata de vagas analogí­as. Resultarí­a fácil y a nada conducirí­a señalar reminiscencias precisas de Francia e Italia identificables hasta en las obras más avanzadas como en Zarathustra o en Una vida de Héroe y que se codean del modo más extraño con Mendelssohn, Gounod, Wagner, Rossini y Mascagni. Pero esos elementos dispares se fusionan en el conjunto de la obra, dominados, asimilados por el pensamiento del autor. La orquesta no es menos compleja. No es una masa compacta y apretada, la falange macedónica de Wagner. Está parcelada, dividida hasta el extremo. Cada parte busca su independencia, y se libra a su fantasí­a, sin preocuparse al parecer por las otras. Parecerí­a a veces, como ocurre leyendo las partituras de Berlioz que la ejecución tendrí­a necesariamente que producir un efecto incoherente y desigual. Y no obstante, ¡qué unidad y plenitud! “Suena bien, ¿verdad?”, señalaba sonriendo Strauss, al terminar de dirigir Una vida de Héroe, nos consigna Romand Rolland.