Los piratas del siglo XXI tienen su guarida en Hobyo


Mohamed Garfanji, uno de los más temidos jefes piratas somalí­es, habla poco y está siempre en guardia, preparado para enfrentar cualquier ataque sorpresa.


Con su mirada desafiante, burlón y amenazador, nos muestra en la pantalla de su teléfono móvil las fotos de un atunero pescando ilegalmente frente a las costa de Hobyo, una aldea de la costa nororiental donde los piratas somalí­es establecieron su guarida.

«Este fue hace unos meses, a 20 millas náuticas de Hobyo. Y este otro, un enorme naví­o español», comenta el jefe pirata, en una excepcional entrevista otorgada a un periodista de la AFP.

«Â¡Sus ejércitos enví­an a sus barcos de guerra para que ustedes puedan seguir pescando nuestros peces!», acusa Garfanji.

Sus secuaces aprueban silenciosamente con un gesto mientras mascan su ración cotidiana de jat, una planta euforizante muy apreciada por los piratas.

Estos hombres son los responsables de las capturas más espectaculares de la piraterí­a del siglo XXI, y Garfanji es actualmente el jefe de un pequeño pero próspero ejército que siembra el terror en el Océano índico.

Este hombre, de unos 30 años, se ve a sí­ mismo como un Robin Hood de los tiempos modernos, héroe de la lucha contra los pesqueros industriales llegados de Europa o de Asia que violan la zona económica somalí­ y saquean sus aguas ricas en peces, donde abundan inmensos bancos de atún.

En la playa de Hobyo, uno de sus lugartenientes, Mohamed, con una moderna ametralladora Kalashnikov PKM al hombro, mira hacia el horizonte donde puede verse la mejor captura del año: un superpetrolero coreano.

El «VLCC Samho Dream» es uno de los tres mayores naví­os capturados hasta la fecha por los piratas, con un cargamento de crudo estimado en 170 millones de dólares.

Hobyo, una aldea de unos 5.000 habitantes en medio de la arena, no parece un centro neurálgico capaz de perturbar el comercio marí­timo mundial.

«Aquí­ no hay granjas, y ya no hay más pescadores. Aquí­ es «ground cero»», explica el jefe de los notables locales, Abdullahi Ahmed Barre, que enumera una interminable lista de denuncias.

En los últimos dos años, los piratas de Hobyo han obtenido millones de dólares por concepto de rescates. Conducen flamantes vehí­culos todo terreno, agrandaron sus casas o tienen nuevas mujeres.

Sin embargo, cabe preguntarse dónde está el resto del dinero. Los aldeanos los acusan de gastar una parte importante en jat, alcohol o prostitutas.

Los jefes piratas replican que lo esencial se invierte.

«Con el dinero reclutamos», afirma Fathi Osman Kahir, el «inversionista» de los piratas, que paga el salario de los carceleros, el abastecimiento en gasoil y la alimentación de los prisioneros.

«Casi 500 personas trabajan para nosotros en Hobyo, sin contar a los hombres en el mar. Por supuesto que lo que hacemos es criminal, pero no tenemos otra alternativa», sostiene Kahir.

La visita de un responsable de la lucha contra la piraterí­a de la región de Galmudug, Ismail Haji Noor, no les preocupa.

«Â¿Qué quiere que haga, que los arreste a todos? Aunque tuviese los medios es absurdo, no tengo nada que proponerles a cambio», explicó Noor, un hombre de negocios anglo-somalí­.

Este «secretario de Estado para la Seguridad» de Galmudug defiende la idea de que una ayuda para el desarrollo en la tierra podrí­a hacer que los piratas dejasen de lado su próspero comercio.

A Noor le gustarí­a que este ejército de piratas se convirtiese en una fuerza legí­tima y en una unidad de guardacostas para proteger a las aguas somalí­es. No obstante, aclara que sin ayuda internacional es imposible.

Desde fines de 2008, decenas de naví­os de guerra han sido desplegados cerca de Somalia. Muchos de los piratas capturados tuvieron que ser dejados en libertad por falta de pruebas, pese a que el número de barcos retenidos –22– nunca ha sido tan importante.