La actividad que realizamos los periodistas no es fácil, cómoda ni armoniosa. Sobre todo en períodos de gobiernos represivos, o cuando grupos de delincuentes desatan su incontrolable furia. Aunque es el oficio o profesión que hemos escogido voluntariamente, no debemos guardar silencio cuando compañeros guatemaltecos y de otras nacionalidades son víctimas del asedio estatal, de la hostilidad de sectores del poder económico o el acoso brutal de las fuerzas del crimen organizado.
En Guatemala -justo es admitirlo-, desde que se firmaron los Acuerdos de Paz los periodistas ya no hemos sido amenazados, intimidados y perseguidos sistemáticamente como nefasta regla de política de Estado de los sucesivos gobiernos, y de ahí que mientras los reporteros realizan con relativa normalidad sus entrevistas e investigaciones, los columnistas opinamos de cualquier tema sin el temor permanente de que vamos a ser asesinados de un momento a otro, como ocurría en la época de las dictaduras militares.
 Sin embargo, aún hay resabios de intolerancia que han derivado en la muerte violenta de comunicadores sociales del interior del país, aunque no en la magnitud de lo que ocurre en Honduras y México, ni como sucedía durante la época de la guerra interna.
Como usted estará enterado, anteayer fue herido de gravedad el periodista Luis Felipe Valenzuela, director y presentador de informativos de la cadena radial Emisoras Unidas. La versión oficial que se dio a conocer inicialmente señala que el también columnista de Siglo Veintiuno fue atacado por delincuentes que intentaron apoderarse del automóvil en el que se transportaba, vehículo que fue localizado más tarde a inmediaciones de donde sucedió el supuesto asalto.
 No se puede asegurar que haya sido un atraco, porque los sujetos que atacaron a Luis Felipe le dispararon después de llevarse el automotor, aunque la saña de los criminales es tan cruel que muchas veces no les basta con apropiarse del teléfono móvil de un indefenso transeúnte, sino que le causan la muerte; v. gr.; pero el caso de Valenzuela es especial, y no porque se trate de un guatemalteco privilegiado, sino por la actividad que realiza en sus funciones de informador y de periodista de opinión, de manera que la suspicacia conduce a conjeturar, sin fundamentos sólidos -por supuesto-, que la agresión pudo ser causada por individuos al mando de alguna organización criminal o de innombrables y desquiciados funcionarios que se hayan sentido agraviados por determinadas noticias o apreciaciones de Valenzuela.
 Como sea, el Gobierno tiene la obligación de esclarecer este delito, aunque suene ilusorio esperarlo, mientras que los periodistas debemos cerrar filas en solidaridad con Luis Felipe, sin permanecer indiferentes ante los asesinatos cometidos contra colegas de Honduras y México.
 En el cercano país centroamericano sólo durante el mes de marzo anterior 5 periodistas perdieron la vida violentamente, cuya autoría de los crímenes se atribuye a cuerpos de seguridad del Gobierno impuesto después del golpe de Estado que depuso al presidente Manuel Zelaya. En México han ocurrido 67 asesinatos y 12 desapariciones forzadas de periodistas durante el sexenio del derechista Vicente Fox y en lo que va del régimen del presidente Felipe Calderón, también de derecha, en la más absoluta impunidad.
(El reportero Romualdo Tishudo, conversando con un compañero suyo, cita a Mahatma Gandhi: -Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena).