Los partidos polí­ticos


El anuncio de que tres miembros de una familia, cuyos integrantes han transitado por varios partidos, abandonaron el que les llevó en las últimas elecciones tanto al Congreso como al control de uno de los municipios más importantes y su declaración de que se van para formar una nueva agrupación, evidentemente familiar, pone sobre el tapete por enésima vez el tema de la deficiente estructura del sistema polí­tico guatemalteco que debe descansar por ley en entidades de derecho público que se organizan como partidos, pero que en la práctica son apenas agrupaciones electoreras, en el mejor de los casos, cuando no grupos de amiguetes que se reúnen alrededor de las ambiciones de algún individuo que tiene dinero para sufragar los gastos.


El transfuguismo es apenas uno de los muchos fenómenos derivados de la ausencia de reales partidos en nuestro paí­s, puesto que como todo gira alrededor de ambiciones personales y las ideologí­as y principios básicos de cada organización salen sobrando, no existe nunca sentido de pertenencia y a la primera de cambios lo más fácil es liar bártulos y marcharse con la música a otra parte. Eso lo hemos visto a lo largo de los años porque desafortunadamente no disponemos de un sistema polí­tico sólido y congruente en el que los partidos sean realmente los mecanismos de intermediación para facilitar la participación de los ciudadanos en la vida democrática.

El fenómeno no es nuevo y de hecho se puede decir que todos los partidos que hemos tenido en los últimos 50 años son derivaciones de los partidos que se formaron tras la Revolución de Octubre y de la Liberación del 54, siendo los primeros semilleros de las agrupaciones de izquierda y los segundos de toda la amplia gama de la derecha. Al final fueron el Partido Revolucionario y el Movimiento de Liberación Nacional los que llegaron a la década de los 60 y de ellos se deriva todo lo que hasta la fecha hemos visto porque se sentó entonces el precedente de que no cabí­a la discrepancia interna, pues quien no se alineaba con los dirigentes era expulsado y salí­a a formar su propio partido.

Muchos defectos tiene nuestro modelo democrático, pero pocos tan importantes como esa ausencia de verdaderos partidos polí­ticos porque al final tenemos un sistema que se basa en el oportunismo y eso asegura que los más largos son los que más presencia tienen porque para escalar posiciones es cuestión de lambiscones o de arteras zancadillas y nunca de un mérito polí­tico. En ese contexto es natural que el paí­s ande a la deriva y que cada cuatro años cambie apenas el nombre de quien hace el escándalo o se muda de partido.