Los orejas del Gobierno


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No debería sorprendernos saber que este Gobierno tiene sus dependencias de vigilancia y control igual que los tiene cualquier país del mundo. No es privativo de los Estados Unidos ni de Google, en realidad lo hacen también los chinos, rusos, alemanes, franceses, coreanos, japoneses y casi cualquier país y organización que tenga un mínimo de poder y deseos de entrometerse en la vida privada.

Eduardo Blandón


Dicen, por ejemplo, que el Alcalde de Guatemala, Álvaro Arzú, es uno de los que le encanta conocer la vida y milagro de los guatemaltecos.  Con ese fin tiene un equipo de orejas dentro del Palacio de la Loba o sus alrededores (según la chismografía) que se encarga de rendirle información constante de lo que los ciudadanos hablan o piensan.

Es «natural» la proclividad al chisme, pero lo es aún más entre militares que justifican su mal hábito en nombre de la seguridad nacional.  O sea, que este Gobierno espíe no debería dejarnos patidifusos, sabedores que son exmilitares quienes nos administran, lo natural es que el vicio lo lleven en la sangre.  ¿Pueden hacer algo distinto?  Lo dudo.

Ya puede imaginar usted quiénes están en la lista de los orejas: periodistas, políticos, curas, sindicalistas, profesores, empresarios y una multitud de gente que asusta y no deja dormir a los castrenses.  Pero no se equivoque, el oficio no incomoda a los obreros del control, les encanta, lo disfrutan, se gozan y solazan sabiendo las interioridades de los vigilados.

La vocación orejil es innata en ellos y perfeccionada en los años de formación en cuarteles.  Hay una fusión entre las ganas de comer y el hambre.  Los orejas nacen con vocación y se profesionalizan en centros especializados.  Para ello reclutan periodistas, excuras, maestros de escuela, filósofos, escritores y personas cuya única condición sea el ánimo de tomar nota de los movimientos de los árboles. 

Las oficinas de vigilancia están inspiradas en el miedo.  Así dicen.  En la necesidad de dar seguridad a la ciudadanía.  Esa es la excusa.  Aunque también se puede pensar que se origina en el gusto simplemente de conocer: el saber por el saber.  O más maquiavélicamente, en la satisfacción de tener todo bajo control.  Quien tiene orejas intenta siempre tener la sartén por el mango.

Esa puede ser la interpretación de que Obama, antes, como candidato, haya sido un enemigo de la vigilancia y ahora, como Presidente, recule en sus intenciones y la anime.  Lo mismo o más se puede pensar de Pérez Molina y su deseo de gastarse el erario público en instituciones de vigilancia.  Quizá sea lo único que justifique eso que llaman Secretaría de Comunicación. 

Ineptos como son, conducida con una incompetencia que merecería Summa Cum Laude, los salva la oficina de orejas y el gasto desproporcionado en propaganda política.  Está jodido el gobierno, ni bravos militares que acaben con la inseguridad ciudadana, ni sesudos civiles que propongan estrategias de comunicación aceptable.  Es una administración fracasada.

Hay algo, sin embargo, que nos tiene a salvo a los vigilados y es que con tanto que espiar, ni siquiera les da tiempo a leer todo lo que los guatemaltecos escriben en los diarios.  Por ello, tengo esperanza que los muchachos con suerte hayan leído este titular.  A veces la incompetencia puede traer beneficio.