Los nuevos artistas en Cantón Exposición


cul5_Roberto_Carrillo

Con una mezcla de valentía e impaciencia y al mismo tiempo de audacia y desconcierto, las nuevas generaciones suelen irrumpir en el escenario artístico con una actitud beligerante, criticando y denunciado las falsedades del arte que les preexiste y exigiendo y mostrando compromisos más profundos de la creación con la condición humana.

cul5_Diego_Morales_Portillo_1cul5_Jonathan_2cul5_Jonathan_3cul5_Lus_Alejando_Gonzlez_4cul5_Lus_Alejandro_Gonzlez

POR JUAN B. JUÁREZ

La violencia que caracteriza al relevo generacional es, sin embargo, hasta cierto punto impersonal; no es que un grupo de artistas nuevos, por razones de ego y de mercado, trate de arrebatar el protagonismo a sus predecesores y desplazarlos a segundos planos sino que entre una y otra generación se ha dado un cambio de sensibilidad que hace que la más reciente ponga en duda los valores desde los cuales las anteriores aprecian la realidad social y la pertinencia de la conducta y los ideales —artísticos en este caso— en relación a ella, y exige consecuentemente cambios drásticos o reacomodos profundos y significativos.

En Cantón Exposición cuatro artistas nuevos (Jonathan Ardón, Roberto Carrillo, Luis Alejandro González y Diego Morales Portillo), egresados en los últimos años de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, muestran, con leve consciencia de grupo, sus trabajos audaces, generosos y profundos, reunidos bajo el título de “Multiplicidades”. A diferencia de la violencia impersonal del fenómeno generacional, la pasión personalísima  con la que estos artistas realizan su obra — es decir, sus propuestas de cambios al estado de cosas que heredaron, incluyendo allí a la estética— es lo que legitima la autenticidad de su expresión y la pertinencia de su lenguaje artístico: la forma, el tema y la técnica. Para nada impacientes o desconcertados, al contrario, muy seguros de su oficio, desarrollan con laboriosidad sus intuiciones formales y articulan con lucidez sus discursos poéticos, críticos y filosóficos. Su consciencia de grupo no les viene de una estrategia de “asalto al escenario” sino del reconocimiento inmediato y espontáneo de sus sensibilidades a la deriva en la caudalosa y desbordada realidad de nuestro tiempo.

El hecho de que estos cuatro artistas nuevos provengan de la Escuela Nacional de Artes Plásticas nos da algunas pistas sobre el carácter de sus propuestas. Primero, su apego al buen oficio y a la figura humana; luego, el carácter conceptual de sus temáticas que les permite articular discursos coherentes a base de variaciones sobre un tipo de imágenes; después, y derivado de lo anterior, el carácter reflexivo de las obras, que si bien no son producto de una introspección tampoco se detienen en lo anecdótico; por último, el carácter artesanal de su trabajo, que evita, deliberadamente y en contra de la tendencia de nuestra época tecnológica, los recursos informáticos y digitales.

En Diego Morales Portillo (1992) el apego a los procedimientos artesanales es bastante notorio y se fundamente en su repudio a la uniformidad y empobrecimiento espiritual del ser humano a manos de la tecnología.  En sus grabados se pone de manifiesto no sólo el buen dibujo sino, a través de él, del delicado tratamiento de los asuntos humanos que se reflejan, por ejemplo, en un rostro o en una mirada que persiste más allá de la muerte.  Este apego al carácter único y excepcional cada ser humano lo obliga a intervenir cada uno de sus grabados como una manera de salir de la serie y escapar de las estadísticas.

Roberto Carrillo (1990) es decididamente un artista conceptual.  Las imágenes que presenta en esta exposición revelan las formas de ser (no anecdóticas) que se derivan de las condiciones en que actualmente se da la existencia humana, es decir, del ser humano como ciudadano bajo los poderes omnívoros del Estado, el Ejército y la Iglesia. Presentadas como una serie de radiografías que no captan peculiaridades étnicas, culturales o religiosas, la descarnada igualdad humana que descubren no es producto de la filosofía o del arte sino de la voracidad de esos entes institucionales.

Menos discursiva, las imágenes de Luís Alejandro González (1983) son intuitivas e impactantes y, a pesar de su complejidad formal y de su intensidad emotiva, se dejan captar en el acto simple y unitario de una mirada sorprendida. Son en verdad imágenes poéticas cuya compacta sensualidad esconde muchas sutilezas que exigen una estancia permanente en esos parajes del “entendimiento emotivo” y una lectura demorada de sus signos enigmáticos y fulgurantes.

Jonathan Ardón (1988), dueño de una comprensión precoz de las posibilidades analíticas e interpretativas de la línea, lo que muestra en Cantón Exposición son los rostros y los gestos complejos y precisos del escepticismo, la duda, el descreimiento, la tristeza, el dolor, ejecutados por un solista virtuoso y apasionado que se libera de esta manera de esos estados de ánimo que parecen marcar un ritmo contagioso a la vida actual.

No es tarea del crítico hacer pronósticos sobre el futuro de los artistas jóvenes, sino simplemente constatar su presencia activa en la dinámica artística de este momento histórico del arte y la cultura guatemalteca.