Los mozárabes en la música antigua española


celso

Continuamos este sábado examinando el origen de la música española, especialmente el Canto Mozárabe. Vimos ya su origen y su dispersión tanto en España, como en otras regiones de la Europa Central a partir del siglo VII.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Sirvan estas líneas como tributo de devoción a Casiopea, esposa dorada, camino de eternidad, flor horaria que crece eterna en el centro de mi alma, suave lucero élfico que brilla en nuestra casa-ancla.  Campanada de estrellas que se hunde en mi vida cotidiana cual raíz de sauce.

Asimismo, estando a pocos días de haber  celebrado  con júbilo del Día de Santa Cecilia, Patrona de los Músicos, saludos a la santa organista con todo el fervor de nuestra alma de músico y poeta.

Examinaremos ahora en este contexto histórico, el problema de los grandes mélodos, crucial en toda investigación musicológica de la antigüedad y el medioevo.

En tal sentido, cabría suponer que el ingente repertorio melódico de los códices hispanos fuese labor de varios.  Así lo dice una de las poesías puestas al frente del Antifonario Gótico Leonés, al que califica, con religiosa veneración, de sagrado.  Dicho Antifonario es, asimismo, notable por el iluminado genio de sus anónimos autores, quienes aspiraban, por encima de que sus nombres figurasen en el pergamino, en la piedra o en el bronce, a que sus obras fuesen incluidas en la liturgia, pues, a su modo de pensar, les honraban con ello a Dios y la Iglesia, aun pareciendo desconocidos y eclipsados.

En el libro biográfico De viris illustribus, iniciado por Isidoro de Sevilla, nos dice éste entre otros detalles sobre su hermano y pedagogo Leandro:  In sacrificio quoque, laudibus atque psalmis multa dulci sono composuit.  Se trata de melodías para los sacrificios, o sea, para las misas, quedando el recuerdo, consignado en el Antifonario leonés, llamado el rey Wamba (m. 680), de que la bendición del cirio pascual era obra de Domni Isidori, según nota marginal. En el mismo libro (De viris…) proseguido por Ildefonso de Toledo, afirma éste de Juan de Zaragoza:  In ecclesiasticis Officiis (Ioanes) elengater et sono et oratione composuit.  Elegante compositor, pues de texto y música.

Subiendo a la ciudad de Zaragoza hallamos al obispo Braulio, quien escribe de muchos temas, incluso melodías:  clarus et iste habitus canoribus.

El mismo Ildefonso, al pergeñar la semblanza de su predecesor Sugenio III, dice de él:  Studiorum bonorum vim persequens, cantus pessimis usibus vitiatos, melodiae cognitione correxit.  Lo cual hace suponer que esas melodías, tan pésimamente viciadas, estaban de algún modo escritas.

Se ha corrido la voz de que Eugenio tiene gran estro poético y musical, por lo que Protásio de Tarragona solicita de su bondad una misa a San Hipólito.  Más Eugenio se disculpa, diciendo:  “No escribí la misa votiva, porque en esta patria hay tantas de tan buen estilo y doctrina, que no pienso pueda yo hacer algo mejor de lo que otros superiores a mí han escrito”.

Y volviendo a Ildefonso de Toledo, su biógrafo y sucesor Felix hace notar que dejó obras perfectas, miro modulaminis modo perfecit, misas como la de San Cosme y San Damián, mártires orientales, muy caros en Toledo como en toda la cristiandad.  Y más aun:  Ecclesiasticorum Officiorem ordinibus intentus et providus;  nam et melodias multas noviter edidit.  Merece subrayarse frase tan expresiva:  editó, produjo Ildefonso muchas melodías de nuevo cuño, siendo tan fecundo mélodo como escritor y elocuente orador.  Y sigue la lucida galería de compositores hispanos conocidos.  Se menciona, ya en el siglo V, a Pedro, Obispo de Lérida.  Luego, en pleno esplendor visigodo, a Balduigio de Ercavica.