Los modernistas trágicos


Alfredo Cárdenas *

Una atmósfera aciaga envolvió a los escritores exponentes del modernismo, quienes construyeron un camino inexplorado de sombras y sueños que pudieron hacer realidad; pero, sus existencias se impregnaron de designios extraños de alegrí­a y fatalidad. Estos escritores se impusieron al desdén de numerosos intelectuales, y lograron un rápido ascenso y declive, que nos permite interpretar el momento, pleno de dificultades. Poetas entusiastas, al fin, instauraron una época literaria histórica, que causa asombro a la luz de la distancia. La corriente significó una evolución independiente del pensamiento y de la estética americana: lograron hermanar corazones y culturas en un alma. Ellos optaron por labrar la voz de nuestros pueblos. Managua, Buenos Aires, México, Lima y toda Latinoamérica, hicieron eco de las voces modernistas que surgí­an como una generación bulliciosa. España se contagió del entusiasmo literario que habí­an iniciado José Martí­ y Manuel González Prada. El poeta Rubén Darí­o lo condujo a la gloria. Revistas significativas hicieron resonancias: las mexicanas Azul y Moderna; El Perú Ilustrado de Lima, La Revista de América, El Mercurio de América o La Biblioteca en Argentina, aunque ninguna fue exclusivamente modernista.


La sinuosa suerte de estos escritores rebasan las fuentes de imaginación en el peligro o la vida disipada: el final que acompañó a los modernistas fue terrible. El escritor Varga Vila remitió a José S. Chocano una carta-prólogo para el poeta José Eufemio Lora. El Nuevo Mercurio (Parí­s), la revista de Enrique Gómez Carrillo lo publicó en setiembre de 1907. «Â¿Quién mejor que Usted -el Gran Poeta-cuya musa de Victoria, ondea bajo nuestros cielos de iluminación, como una bandera de Rescate, para traer al Imperio de mi Soledad, y, patrocinar ante Mí­, ese manojo de lirios lí­ricos, con que un joven bardo, se presenta al mundo, diciendo el derecho del divino canto?;» el poeta Chocano intercedió por José Lora, que contaba con 18 años. Lora murió arrollado por un tren en Parí­s, no vio su libro editado. La variada producción modernista, poesí­as o cuentos, quedó impregnada en revistas y fascí­culos de medio mundo. Un año después de fundar la revista Azul con Carlos Dí­az Dufóo, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera muere de hemofilia con 35 años, en 1895. Gutiérrez Nájera sólo publicó unos relatos: Cuentos Frágiles en 1883. El poeta José Asunción Silva contaba con 31 años, el 24 de mayo de 1896 se dio un tiro en el corazón, según Juan Evangelista (galeno), Silva le preguntó el lugar; sufrí­a depresiones. José Asunción extravió una novela en el mar, y dejó un puñado de poemas y prosas: Poesí­as, que sus amigos editarí­an en 1908 (Barcelona). José Martí­ falleció enfrentándose con españoles en 1895, tení­a 42 años, y perseguí­a liberar Cuba. Rubén Darí­o sostuvo una frágil existencia, el alcoholismo le mermaba la salud y le costó la vida, el 7 de febrero de 1916. Rubén Darí­o compuso una Epí­stola a la mujer del poeta Lugones: «Y me volví­ a Parí­s. Me volví­ al enemigo/ terrible, centro de la neurosis, ombligo /de la locura, foco de todo surmenage, / donde hago buenamente mi papel de sauvage/ encerrado en mi celda de la rue Marivaux…». El uruguayo Horacio Quiroga padeció constantes infortunios; su progenitor murió de un tiro en un coto de caza y Horacio dio muerte accidental a su amigo Federico Ferrando. Los suicidios del padrastro y de la mujer de Horacio Quiroga, Ana Marí­a Cerés, cierran un cí­rculo nefasto. Quiroga, el dí­a de su cumpleaños, 31 de diciembre de 1937, se desherrajó un tiro. Otro uruguayo, Julio Herrera Reissig escribió versos? «Une tu boca a la mí­a, mientras me embrujan con su ideal chamico/tus ojos, cafres ardientes, que se vengan de su encierro», o En su Tertulia lunática: «Es un cáncer tu erotismo/de absurdidad taciturna, /y florece en mi saturna /fiebre de virus madrastros.» El uso de palabras: chamico o madrastros causaron irascibles crí­ticas. Los académicos españoles no sólo rechazaban léxicos americanos, que propuso Ricardo Palma en 1892, también, el arsenal lingí¼í­stico modernista. Los modernistas prosiguieron con sus expresivos lenguajes. Leopoldo Lugones, autor de La Montaña de oro o Crepúsculos del jardí­n, tuvo una vida apacible, pero en la senectud, Lugones se desencantó de su veleidad polí­tica; Leopoldo hijo, le prohibió un amor tardí­o, y le amenazó con declararlo loco. El poeta Lugones se envenenó con cianuro, el 18 de febrero de 1938, en las afueras de Buenos Aires en el alojamiento El tropezón. Resulta inexplicable el abrupto final de muchos modernistas; José Santos Chocano, autor limeño, sometió su existencia a todas las sensaciones humanas: la ira, la alegrí­a, el placer, el miedo, fueron vértebras de su espí­ritu. El candor y la temeridad le suscitaron episodios en los lí­mites porosos de la ley: el bien y el mal eran parte de la compleja personalidad de uno de los vates inolvidables. Fue perseguido polí­tico y diplomático; acordó la paz entre El Salvador y Guatemala. Chocano se entregó a la pasión amorosa, se casó tres veces, y tuvo varias amantes. Ayudó a la Revolución mexicana y prestó servicios al dictador Manuel Estrada Cabrera (Guatemala). Por ello, a la caí­da del dictador (1920) fue condenado a muerte, y se salvó por la presión internacional de intelectuales y jefes de estado. Chocano mató de un tiro al poeta Edwin Elmore, en 1925; por lo cual acabó preso. Pobre, viajó a Chile. Un enfermo mental Martí­n Bruce lo acuchilló en un tranví­a, era 1934. Pero, no sólo Chocano prestó servicios al presidente de Guatemala. Chocano y Darí­o dedicaron versos al dictador Estrada y a su madre. Enrique Gómez Carrillo, escritor guatemalteco, financiaba una revista entre Parí­s y Berlí­n, con dinero que le donaba Estrada Cabrera. El fundador de la editorial América Rufino Blanco Fombona (Venezuela) -contó- que Gómez Carrillo inventaba enemigos europeos al régimen de Estrada, quienes ni lo conocí­an. En otro momento, los rebatí­a defendiéndolo, por ello cobraba otra remesa de frescos dólares. Además, españoles como Emilia Pardo Bazán o Miguel Unamuno prodigaron alguna dedicatoria en el libro de visitas (1902), de las fastuosas Fiestas de Minerva que ofrecí­a el dictador de Guatemala.

Abraham Valdelomar dirigió la revista Colónida, murió en 1919 (tení­a treinta años), el año que fue electo diputado por Ayacucho, embriagado cayó a un charco de aguas servidas. El mexicano José Vasconcelos impulsó una corriente crí­tica hacia Chocano y Lugones, por sendos discursos autoritarios, En su Ulises criollo, Vasconcelos narró su vida en Lima (1916), que le contagió la bohemia; él acudió con el poeta Valdelomar al barrio chino, y probó los sueños efí­meros del opio. El aní­s, el whisky, las manzanillas, el pisco, las drogas, ahuyentaban o atrapaban las musas. Los neologismos, el ensueño y la música modernista fueron blancos de sus enemigos. En España o América intentaron a toda pluma desmerecer la fortaleza de la poética modernista, desde el limeño José de la Riva Agí¼ero hasta españoles de la Generación española del 98, con excepción, de Paco Villaespesa, Antonio Machado o Valle Inclán, no escatimaron la burla, la parodia, el escarnio con hipocresí­a o el dardo directo: discursos académicos, artí­culos periodí­sticos o sainetes teatrales como: Pablo Parelada, autor de El Tenorio modernista (1906); un risueño pasquí­n teatral que presenta a los modernistas, desarrapados, ilusos, que cambiaban la dicción y la lengua española por una adaptación propia. Pero, las puyas hacia un grupo numeroso de jóvenes bohemios e informales llegó tarde, ellos ya habí­an instalado el espí­ritu latinoamericano en el contexto universal.

*Alfredo Cárdenas, poeta y escritor, colabora en diferentes medios escritos