Los medios y Tiger Woods


Tiger Woods parece ser la personificación perfecta de Tigger el personaje de las aventuras infantiles de Winnie the Pooh.  Al igual que Tigger, el golfista, salta, salta y no deja de saltar.  Está descontrolado, tiene problemas de disciplina, hay obsesión, compulsión e hiperactividad.  Y aquí­ no hay invento, él mismo lo ha reconocido y pedido perdón por tanto jaleo sexual en su vida privada (algunos hablan de más de diez amantes).

Eduardo Blandón

«Fui infiel. Tuve aventuras amorosas. Engañé. Lo que hice fue inaceptable y yo soy la única persona a la que culpar». Y agregó: «He sido un idiota. Los mismos lí­mites que se aplican a todos también me afectan. He herido a mi esposa, a mis hijos, a mi madre, a la familia de mi esposa, a mis amigos, mi fundación y a todos los niños del mundo que me admiran». 

 

El escándalo Woods es, todo apunta a eso, una buena cantera para mantener distraí­da a la opinión pública: accidentes, infidelidades, mensajes lujuriosos, divorcio, alcohol, fiestas y muchas cosas más que aún faltan por saberse.  El Tiger está que todaví­a empieza.  Pero, ¿nos llevará a algún lado seguir a la celebridad?  Algunos creen que no.

 El primero entre ellos es el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, que ha criticado este tipo de sensacionalismos por considerarlos una distracción a la opinión pública.  No tiene sentido, afirma, seguir esas noticias cuando el mundo tiene problemas graves.  El segundo bajo el mandato de Clinton, cree que este tipo de noticias es aprovechado por los polí­ticos quienes toman ventaja de esa distracción.

 «Al principio, pensé que la cobertura exhaustiva e interminable del juicio de O.J. Simpson era un exceso desafortunado, una desagradable desviación del buen gusto y juicio de nuestros medios informativos de la televisión. Ahora sabemos que solo fue el primer ejemplo de una nueva pauta de una serie de obsesiones múltiples que de vez en cuando se apoderan de los medios de comunicación», asevera Al Gore en su libro «El ataque contra la razón».

 Gore se muestra desconfiado frente a la estrategia de los medios cuando se interesan desproporcionadamente por el mundo privado de las celebridades.  Y cree que casos como el juicio de Michael Jackson, la tragedia de Laci Peterson y Chandra Levy, los escándalos de Britney, Lindsay y Paris, y, por supuesto la muerte de Anna Nicole Smith sirven para propósitos no siempre confesables.

 «Y mientras los telespectadores estadounidenses dedicaban cien millones de horas de su vida cada semana a estas y otras historias similares, nuestro paí­s estaba tomando sin hacer ruido lo que los historiadores futuros describirán como una serie de decisiones catastróficas sobre la guerra y la paz, el clima global y la supervivencia humana, la libertad, la barbarie, la justicia y la imparcialidad».

 La observación de Gore parece válida y nos invita a tomar relativa distancia cuando los medios se obsesionan en mantenernos drogados con información basura.  Quizá lo prudente sea considerar de qué nos estamos perdiendo cuando nos afanamos en conocer el nombre de las amantes de Woods y meditar con responsabilidad en las patrañas que urden los polí­ticos.  Seguro que tenemos que avivarnos y ser más tigres que distraí­dos «Tigger».