Los lugares utópicos e ilusorios


Mahoma sobrevuela el Paraí­so, manuscrito del Miraj Nameh, Turquí­a, s. XV.

Jaime Barrios Peña

El significado de la utopí­a como el lugar que no está en ninguna parte, se repite permanentemente en el discurso literario del ser humano. Siempre habrá un mundo del nunca jamás, en donde se puede pensar y hacer sin lí­mites todos los planes imaginarios e imposibles. í‰sta es una de las funciones de la fantasí­a y del fantasma de la creación personal.


Pero dónde se ubica el lugar que no está en ninguna parte. Su área o dimensión radica entre el ser y el no ser, porque no es ni una cosa ni la otra. Y exige de una renovada concepción ontológica.

El problema se sobreviene cuando surge la noción de una lógica que es dialéctica, porque el ser es dialéctico. Esta idea proviene desde Aristóteles (Macedonia, 384 a.C.- Grecia, 322 a.C.) y alcanza a Hegel (Alemania, 1770-1831): la potencia y el acto y el sí­ y el para sí­. Estas ideas se acompañan de lo concreto, concepto que lógicamente se produce en la mediación o contradicción que encierran los componentes.

Nos interesa ahora el uso de las mediaciones, que marcan a la persona (el ser) desde el origen hasta el fin de la vida. Es este el campo de reflexión del presente escrito, en cuanto a las formas o sustituciones que maneja el ser humano para mantenerse vivo y en su creación. Este problema requiere de una nueva reflexión sobre los intentos de transformación significativa que sugieren en la literatura, ejemplos temerarios y pioneros como el de James Joyce (Irlanda, 1882-1941) en su Ulises (1922) hasta la plástica el arte conceptual y la performance en el teatro.

Las ideas utópicas se vienen dando desde Platón (Grecia, 427 a.C. -347) hasta Tomás Moro (Reino Unido, 1478-1535), Saint-Simon (Francia, 1760-1825) y otros llamados «socialistas utópicos». Pero la significación de Tomás Campanella (Italia, 1568-1639), que proponí­a la Ciudad del Sol (1602) en Italia, ha sido fundamental para la modernidad. Para él, la unidad social de esta ciudad serí­a garantizada por un Prí­ncipe Sacerdote que se llamarí­a Sol o Metafí­sico. Schilling, comentando a Campenella, afirma: «A su lado están tres ayudantes que encarnan las tres fuerzas del hombre: poder, sabidurí­a y amor». La organización general de la comunidad estarí­a regida por un orden divino establecido. En cuanto a la educación, se encaminarí­a el estudio moderno de las Matemáticas y las Ciencias Naturales. Su método de estudio implicarí­a la divulgación pública a través de murales y cuadros pintados en las calles. La comida, vivienda y las diversiones serí­an reguladas en forma uniforme e igual para todos los ciudadanos. Ante su protesta contra el régimen pontificio, fue encarcelado por mucho tiempo.

Bacon (Reino Unido, 1561-1626), por su parte en Inglaterra, escribió en su vejez una parte de la Nova Atlantis, obra que dejó incompleta. Su mundo utópico lo afianzó en el conocimiento cientí­fico de la naturaleza y creó el Estado Tecnificado, que fue considerado como una fantasí­a inalcanzable por ignorar los problemas polí­ticos, sociales y filosóficos de su tiempo. Sin embargo, a pesar de esta idea utópica, se adelantó a todo la tecnologí­a y sobre todo a la preocupación por la salud del hombre y la prevención de sus enfermedades.

En el mundo utópico, el ser humano puede hacerse pleno; realizar lo imposible en la realidad cotidiana. Puedo afirmar que en el mundo utópico se hacen presentes las construcciones mí­ticas, artí­sticas y oní­ricas, y en donde la unidad perdida se recupera y el binomio sujeto-objeto se condensa. El mundo de la utopí­a se enlaza al ensueño en donde operan los conjuntos de espacio y circunstancias, sucesos, misticismo ideológico y mágico. No es insólito que en ese lugar desconocido se centralice un juego original de contradicciones insólitas sin unidad de tiempo. En esta ví­a, encontramos la ítaca de Homero (Grecia, s. VIII a.C.), La República (395-390 a.C.) de Platón, La Ciudad de Dios (413-426) de San Agustí­n (Tagaste, 354-430), La Divina Comedia (1304-1321) del Dante (Italia, 1265-1321) y la ínsula de Don Quijote (1605-1615).

La República de Platón encierra una parábola de la superación educativa el logro de la virtud, el valor y la templanza. En su discurso en esta utopí­a, penetra por momentos en la dimensión mí­stica y se adueña de la idea de igualdad humana, en donde la mujer y el hombre son poseedores de la misma oportunidad e igualdad de derechos. Es importante señalar que las utopí­as se matizaron de modalidades propias según la ideologí­a, creencias o fines especiales de cada creador; por ejemplo, en La Ciudad de Dios de San Agustí­n, la construcción de un mundo eminentemente religioso. En Tomás Moro, el espí­ritu mí­tico prevalece y sitúa su utopí­a en una isla parecida a ítaca, y allí­ se mantendrí­a un especial nivel de distribución equitativa del dinero, y los derechos y deberes los cumplirí­an de igual manera todos los ciudadanos; desaparecen las clases sociales así­ como las guerras, sólo en la defensa mercantil y territorial. Abrí­a libertad de creencias; sin embargo, aparece siempre la idea de que los trabajos rudos se realizarí­an por clases inferiores (esclavos).

Dante Alighieri no es sólo el nombre de un gran poeta florentino, sino representa una historia grávida de ausencias, soledad, sufrimiento y renuncia. Durante su vida participó en la polí­tica natal y ocupó elevados cargos públicos. Desde muy pequeño conoció a Beatriz, que fue su eterno amor perdido y desaparecido. Es posible, como han escrito algunos estudiosos de su obra y vida, que su felicidad siempre se frustró y que su dolorosa y crónica implenitud como fatal destino, fueron las marcas o heridas sangrantes que enmarcaron su ví­a crucis poético, conocido mucho tiempo después en su profundidad y trascendencia. No se puede hablar en este caso de una vida fracasada sino sublimada y restituida por la ví­a luminosa del discurso literario.

En la utopí­a, el ser humano rompe los lí­mites que considera arbitrariamente establecidos y busca una nueva fórmula de vida en donde pueda ser feliz. El mundo utópico se liga al fantasma y al proceso oní­rico, en donde el sujeto llega a los fines inalcanzables no importando romper el ordenamiento racional de su grupo. En este nuevo nivel o nueva dimensión, se superan la inseguridad básica del hombre y los sentimientos del lí­mite irreversible de la vida y, de manera peculiar, la creencia se hace consistente y segura, como en un mundo soñado.